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De Sicilia al mundo de la mano de Sciascia

La editorial Gallo Nero publica 'Una comedia siciliana', volumen que recopila 25 relatos publicados por primera vez en castellano que destilan la esencia del escritor siciliano.

El escritor siciliano Leonardo Sciascia.

JUAN LOSA

MADRID.- Escritores los hay como en botica; están los que inventan mundos para explicar el que habitan y están, también, los que no necesitan irse muy lejos. Como Faulkner con el condado de Jefferson, o Modiano con París, Leonardo Sciascia encontró en Sicilia, y más concretamente en Racalmuto, su pueblo natal, el epicentro literario desde el que interpretar el mundo.

Consciente desde sus inicios de que el poder se legitima por la historia, y que ésta a menudo se inventa a conveniencia, decidió reescribirla sin rubor que valga, atento a todo aquello que los historiadores callaron o decidieron obviar. Su literatura es, por tanto, la historia de una continua derrota de la razón, pero también el testimonio de una lucha frente a la violencia, la explotación y la injusticia.

“Un pueblo indeciblemente triste al que estoy ligado por trabajo y también por afecto”. Así refería el autor en su día el villorrio que le vio nacer, mezcla de desencanto y orgullo, inspiración de cientos de tramas erigidas sobre autos judiciales, atestados policiales, viejas leyendas y corruptelas varias. Un corpus fecundo y político —en el sentido más aseado del término— que encuentra ahora con Una comedia siciliana (Gallo Nero) el sumario perfecto en nuestro país; veinticinco relatos publicados por primera vez en castellano que destilan la esencia del escritor siciliano.

Ed. Gallo Nero

Un desfile de muertos de hambre, derrotados que deambulan por una isla bella y severa, eterna puerta de entrada… “El siciliano mira al mundo porque el mundo ha entrado en su casa”, escribía Matteo Collura, biógrafo del escritor. Teutones altivos, ingleses desorientados se topan con viejas enlutadas que miran al pasado y al cielo como única salida. También hay arribistas de medio pelo, transformistas políticos y canónigos libidinosos, una fauna que Sciascia reconoce como propia y que no por ello se permite caer en la condescendencia.

La mirada del siciliano es la de un maestrillo de provincias que no renuncia a la verdad, sabedor de que son palabras mayores. Desencantado con la política —llegó a ser diputado en Palermo por el Partido Radical, tras años de coqueteos con el comunismo—, no pierde ojo al rastro perverso que suele dejar la historia oficial; “el investigador ilumina los hechos con la verdad”, solía decir. Y, según se mire, él hacía lo propio pero a base de fábulas, a base de detectives que creían en el sistema y en el Estado.

Dicen de Sciascia que escribía a máquina y con un solo dedo. Dicen también que lo hacía tan lento como hablaba. Cierto o no, el gesto encaja con ese estilo seco y vibrante del siciliano, con la cortante nitidez con que empalabra y planta cara al poder, donde quiera que esté, como un notario implacable y justo.

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