Huntington habló del choque de civilizaciones para definir el pulso entre Oriente y Occidente y el 11-S terminó dándole la razón. Lo que no tuvo en cuenta es que una de las armas de esta guerrapor imponerse al resto de países es la cultura de masas, esa industria del entretenimiento globalizada que también ejerce influencia sobre el vecino. Es lo que se denomina soft power (poder blando), frente al hard power que representan las fuerzas militares, económicas e industriales. Este es el punto de partida de la tesis que el sociólogo y periodista Frédéric Martel recoge en Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas (Taurus), que ayer presentó en Madrid y donde analiza el mapa actual de la geopolítica del entretenimiento.
'El mainstream es, ante todo, una cultura popular, una cultura de masas. Puede ser divertimento, pero también arte. Es tanto Lady Gaga como Piratas del Caribe, Batman y Toy Story, las series de televisión y el manga. Es algo, por tanto, que puede ser positivo, gustar a mucha gente y crear felicidad, pero también puede suponer un problema porque al final es monolítico, imperialista, y de tan repetitivo puede ser realmente criticable', dice Martel, que ha empleado cinco años en escribir su ensayo (escrito a modo de reportaje periodístico de 450 páginas). Ha viajado por todo el mundo, rastreando los efectos de esta 'cultura de mercado', desde Hollywood a China y de Arabia Saudí a Brasil, desde la sede de Disney a la de Al Yazira, desde la Motown, pionera fábrica de éxitos musicales, al J-Pop japonés y de ahí a Miami y al reggaetón como unificador de las masas latinas.
'La libertad de expresión no puede ceder ante el copyright'
Martel acepta que 'vivimos una guerra mundial por la cultura, una batalla de valores para instalar ese soft power', donde cada país impone su modelo, desde las telenovelas latinoamericanas al manga japonés. Pero también reconoce la existencia de paradojas propias del mundo globalizado. 'Si vas a China, a Riad o a Dubai, los jefes de las industrias culturales quieren defender unos valores contrarios a los de EEUU. ¿Y cuáles son estos? La familia, un cine con menos violencia y menos sexo, y mayor tolerancia con respecto a las religiones. Exactamente los mismos valores que defienden Disney y la MPAA [el lobbyy brazo político de Holly-wood]: más familia, menos violencia y menos sexo en las películas'.
Y una batalla por la cultura globalizada que no sólo enfrenta a Oriente con Occidente, también 'a Arabia Saudí con el Líbano, mediante grupos como Al Yazira, MBC y Rotana, cada uno con una visión. A China contra Hong Kong por el fenómeno de los ciberdisidentes. EEUU contra EEUU', reconoce Martel. Otra paradoja afecta a la diversidad cultural: EEUU lucha por acabar con ella fuera de sus fronteras e imponer sus productos y su visión del negocio en otros países: suyo es el 60% de las exportaciones culturales mundiales. Pero dentro de estas mismas fronteras es un paraíso de culturas y razas sin parangón en el mundo: ahí está Broadway, donde lo mismo cabe Tony Kushner (judío homosexual) que un latino como Nilo Cruz, espectáculos dirigidos a chinos o negros. 'Se debe a una razón sencilla: tiene 45 millones de latinos, 38 millones de negros y 14 de chinos', reconoce. 'En Francia no hay un solo teatro árabe. Defendemos la diversidad cultural en la Unesco, pero a la vez queremos que los inmigrantes de Túnez, Argelia o Marruecos sean franceses', reconoce.
'Vivimos una guerra mundial por el control de la cultura de masas'
Una de las armas de esta guerra por la cultura de masas es el copyright, un concepto que, según Martel, 'se encuentra bajo presión'. Y cita la cumbre del eG-8, que ayer y hoy reúne a Sarkozy con los directivos de Facebook, Google, Microsoft, Wikipedia y Amazon y que muestra 'una batalla entre dos posiciones: una visión abierta de internet, basada en la libertad de expresión y la ciberdisidencia, y representada por EEUU; y la de Sarkozy, que es la visión represiva del copyright, una visión de la realidad que él llama civilizada. Hay que proteger las obras, pero no se puede pasar por alto la libertad de expresión'. Para Martel, la ley Hadopi tiene los días contados en el país vecino, una norma que califica de 'ridícula'. 'No se puede castigar al usuario', reconoce.
Internet es importante en esta guerra, aunque Martel, al igual que Joseph Nye (antiguo viceministro de defensa de Clinton y hoy comprometido con la guerra cultural a escala mundial desde la presidencia de la KennedySchool), considera que la red tiene también nacionalidad y que no deja de ser una prolongación del brazo de EEUU: 'Internet es puro soft power y representa el poder cultural de EEUU'.
'El 'mainstream' es divertimento pero también arte, y es imperialista'
Cultura Mainstream también viaja hacia el corazón de otras industrias, como la editorial, que 'funciona igual que la del cine: está formada por grandes grupos que subcontratan pequeñas empresas, forman un entramado complejo y se nutren de ellas. Y que ahora se enfrentan también a la digitalización'. O la industria del video-juego, donde para Martel, 'el fenómeno mainstream es aún más exagerado que en otras disciplinas artísticas': todos los países quieren producir videojuegos americanos.
Aunque las industrias culturales se alimentan de otras porque el business es el business (entre las fuentes de Martel abundan antiguos cargos políticos reciclados en negocios culturales), para el autor, la 'cultura de mercado se diferencia de otras en que no fabrica cocacolas ni garbanzos. En las industrias creativas lo importante es la creación, no la industria'.
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