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Ni miedo escénico, ni "yuyus", ni embargos de Hacienda. Joaquín Sabina dio esta noche el do de pecho en el Palau Sant Jordi de Barcelona ante 15.000 personas, en el primero de los dos conciertos de final de la gira "500 noches para una crisis".
Pasaban quince minutos de la hora prevista cuando, tras una introducción sonora con Lily Marlene, apareció la banda, seis músicos, todos de oscuro, y luego Sabina, con traje verde oliva y bombín, el mismo que lucían gran parte de los asistentes, comprado en la zona de mercadotecnia.
Ahora que fue el primer tema de la noche, con Sabina haciendo un guiño a su situación actual -"ahora que me despido, pero me quedo", dice la letra-, para empuñar la guitarra en el siguiente, alfa y omega de la actual gira, 19 días y 500 noches.
Aún entraba gente en el Palau Sant Jordi -el atasco en la entrada fue monumentalmente barcelonés- cuando sonó la tercera pieza, Barbie superstar, que enlazó con el Mueve tus caderas de Leño, y explicó a qué se debía la actual gira y cómo se encontraba.
"En algún momento de la semana pasada pensamos que no llegaba a Barcelona -dijo el jiennense entre ovaciones-. Por suerte, llegamos y nuestra intención es devolverles tanta onda impresionante como nos han mandado los amigos, los enemigos -que también han colaborado en esta magnífica campaña de márketing- y tantos desconocidos anónimos. Benditos sean".
O sea, que la gira era una excusa para ir a Argentina, como le había explicado al jugador del FC Barcelona Javier Mascherano, para celebrar los quince años de su último disco de juventud, grabado con 40 y 10, cuando tomaba sustancias y trasnochaba, que le costaron un ictus y el fin de una relación.
"Abandoné la compañía de los músicos, mucha droga, y me fui con los poetas, borrachos", apuntó Sabina entre aplausos, para proseguir con Una canción para la Magdalena, coreada por hasta el público de la platea, que veía en primer plano la pantalla central, con proyecciones cambiantes según la canción, mientras las dos laterales retransmitían el concierto para los más alejados, todo ello con un sonido matizado y muy bueno, claro, nítido y diáfano.
A mis 40 y 10, Donde habita el olvido, un recuerdo al presente Quico Pi de la Serra porque siempre ha ido aprendiendo de todo el mundo, y una versión de Dylan -Ain't it me, babe, traducida como Ése no soy yo- sirvieron para introducir su explicación del paso del folk de La Mandrágora al rock para parecerse a Alarma, y su guitarrista, Jaime Asúa, integrante de la banda de Sabina, entonó El caso de la rubia platino.
Excelente en la dicción y mucho mejor de voz que en ocasiones precedentes, continuó, pasando del rock a la rumba, de la rumba al fox-trot, con Nos sobran los motivos, Pero qué hermosas eran -empalmada con Kalinka-, y De purísima y oro -con guitarra portuguesa a cargo de Antonio García de Diego-, para recuperar el ritmo y volver a levantar al público con Más de cien mentiras.
La corista Mara Barros, y el clásico Pancho Varona tuvieron su momento de lucimiento, la platea se levantó y el bolo prosiguió, ya al alza, con las rancheras Noches de boda e Y nos dieron las diez, que pusieron el Sant Jordi en modo fideuá, un mar de brazos levantados moviéndose de un lado al otro.
En el bis, entre oés de estadio futbolero, dio espacio a la banda en Conductores suicidas -mientras el cantautor de Bellvitge Dani Flaco, ahora asentado en Lavapiés, comentaba que era el mejor concierto de Sabina que había visto en su vida- y La canción de las noches perdidas.
El maestro volvió para la última remesa de canciones, que inauguró Mara Barros con la copla Y sin embargo te quiero en una escalofriante versión, y prosiguió Sabina con Y sin embargo y Princesa -en clave stoniana- y, en el segundo bis, García de Diego bordó Tan joven y tan viejo.
Contigo sirvió de aperitivo para que Sabina presentara en catalán "al meu germà; mai he tingut paraules més sentides que les seves 'Paraules d'amor" (a mi hermano: nunca he tenido palabras más sentidas que sus Palabras de amor).
Y con el noi del Poble Sec y las Paraules d'amor serratianas, y Pastillas para no soñar -con Serrat tocando el bombo y Sabina los platillos- finalizó el recital tras más de dos horas y veinte minutos, con el Sant Jordi en pie. Lo dicho: ¿quién dijo miedo?.
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