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"El crimen sale a cuenta". Es el lema –profético– que luce en la camiseta Karl Bertil-Nordland en una de las escenas de La pintora y el ladrón, nueva película documental del cineasta noruego Benjamin Ree. Tantos sucesos increíbles sobrevienen en este relato que es imposible sustraerse emocionalmente a él. Incredulidad, recelo, sorpresa... se van poco a poco suavizando hasta asomar finalmente entre sonrisas, como ternura y empatía.
Galería Nobel de Oslo, 2015. A plena luz del día, dos hombres roban un par de cuadros de una pintora desconocida, Barbora Kysilkova. No rajaron los lienzos para separarlos del marco, los ladrones se tomaron el tiempo necesario –demasiado, se mire como se mire, para sus interesas como delincuentes– para sacar uno a uno los doscientos clavos que los unían. Primer hecho increíble de esta historia, que se alzó con el Premio Especial del Jurado en Sundance, con el de Mejor Documental en el BFI London Film Festival y con el Premio del Público en el Atlántida Film Fest.
Por supuesto, la policía identificó a los ladrones gracias a las cámaras de seguridad del edificio. Solo uno de ellos, Karl Bertil-Nordland, se presentó al juicio. Momento, y aquí llega el segundo hecho increíble del relato, en que la pintora aprovechó para acercarse a él y preguntarle qué le parecería que ella le hiciera un retrato. Solo unos segundos antes le había preguntado por qué había robado sus pinturas y él había respondido: "Porque eran hermosas".
Amistad incondicional
La pintora y el ladrón arranca aquí una inesperada historia de amistad incondicional, hermosa, mucho más por ser real, y con la que el director explora territorios universales y se pregunta "¿Por qué ayudamos a los demás?" A medida que la relación entre Bertil y Barbona se hace más fuerte, en su mutua confianza, van apareciendo episodios de sus vidas en el pasado. El camino hacia la delincuencia, la realidad de la drogadicción, las consecuencias del maltrato machista... Rincones de antes de conocerse, heridas abiertas que esta nueva amistad va a conseguir, por fin, cerrar.
Benjamin Ree llegó pronto a rodar a estos singulares personajes. Vivió en directo el proceso de ambos haciéndose amigos. "Cuando comencé a filmar, había tantas cosas que quería saber. ¿Cómo reaccionaría Bertil ante la pintura de Barbora sobre él? ¿De qué hablarán? ¿Cuánto se abrirá Karl-Bertil sobre su pasado? ¿Cómo se comunicarán? Y, por supuesto, ¿revelará dónde están las pinturas que faltan?"
"Una raza moribunda"
La disposición y personalidad de Barbora y Karl-Bertil facilitaron mucho las intenciones del cineasta, ajeno absolutamente al hecho de que iba a tropezar con dos historias conmovedoras y que iba a ser testigo de una amistad singular. Al comienzo de la película, la historia del robo de los cuadros y el retrato que ella iba a hacer del ladrón planteaban tantas preguntas "desencadenantes" que parecía suficiente. Ello y el tatuaje de Bertil, "Los soplones son una raza moribunda", le proporcionaron el entusiasmo y la fe necesarios para seguir adelante.
"Dijiste que harías lo que fuera para ayudarme con mi arte, así que serás mi modelo gratis –dice Barbora–. Me gustaría saber si recuerdas alguno de los delitos que has cometido". Bertil contesta tranquilo: "No. Pero puedo contarte cómo llegué a ser un delincuente, un drogadicto". Y el relato de ese viaje y los descubrimientos que se van haciendo del personaje son sorprendentes y, a veces, turbadores. Tanto como los que provoca la realidad que va mostrándose de la vida de Barbora Kysilkova.
Un criminal decente
"El mayor desafío fue verlos sufrir emocionalmente y seguir rodando. Creo que es un gran dilema para un realizador de documentales. ¿Debería dar un abrazo a la persona o debes seguir filmando? La mayor parte del tiempo continué filmando, antes de darles un abrazo al final. La razón por la que hice esto fue que habíamos acordado los tres que era importante para nosotros documentar la realidad sin censura y dura que estaban enfrentando", explicó el cineasta en Sundance, donde confesó que nada más conocer a Barbona y Bertil se sintió fascinado por ellos.
Y atrapado después por su relación con otras personas de sus vidas, como Øyster, pareja de la artista, con quien entabla una conversación imprescindible en esta historia sobre la belleza que existe en el sufrimiento, la estética como obligación y deber o el impulso incontrolable de pintar de ella ocurra lo que ocurra.
La pintora y el ladrón revela otros hechos increíbles y uno de ellos tiene que ver con los cuadros robados en aquella galería en 2015. Pero hay más y, finalmente, el más inverosímil de todos es el de la indestructible relación creada por estas dos personas, amigos ya para siempre. "Un criminal decente te desea amor y todo lo mejor", escribe a Barbora Bertil, quien con sus reflexiones y las cartas que envía a la pintora se descubre como un tipo de enorme sensibilidad. Un hombre intuitivo que, como dice el cineasta, es el que mejor ha descrito el objetivo de esta historia: "Espero que la película elimine algunos estigmas de la sociedad. Quizás la gente se dé cuenta de que se puede ser inteligente y buena persona a pesar de tener problemas".
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