El advenimiento estaba previsto para el 17 de abril. Pero quién puede predecir algo así. La pandemia desbarató la buena nueva de La Tristura a apenas unas semanas de su estreno. Su Renacimiento tuvo que esperar. Tres meses después ha regresado y lo ha hecho, como casi todo, resignificado por la coyuntura. El título les venía al pelo, también la mirada con la que se acercan a lo que les toca por dentro. El resultado es una obra que se mira en el otro, que busca en lo común una forma de afrontar la encrucijada presente.

"El confinamiento nos ha dado un contexto que no existía cuando ideamos la obra, nosotros proponíamos una invitación a repensarnos de otro modo como sociedad, pero cuando llega la pandemia esa propuesta te la da el mundo a ti, como si el mundo te explicitara cuál es la muerte de la que hay que renacer", apunta Celso, integrante de La Tristura. En efecto, la pandemia y sus consecuencias (aún por digerir) complementan el Renacimiento de La Tristura, le confieren matices insospechados que, vistos con perspectiva, nutren la idea de partida, esa idea que combate la atomización de la sociedad a través del apoyo mutuo.

"La esencia de este proyecto apenas ha variado −prosigue Celso− y no es otra que proponer una salida poniendo en el centro aspectos como la humanidad, el diálogo o la cooperación; queríamos poner en valor lo que no puedes hacer sólo, ya sea un espectáculo o un país". Parten para ello del proceso de montaje y desmontaje de su propio escenario, una paisaje escénico que les permite abordar la grandeza pero también las contradicciones y los sinsabores de la cooperación. De esa pura fisicidad hecha de telones y varas que suben y bajan, se van filtrando nuevas capas de contenido: "Pensamos que esa idea nos permitiría hablar de otras un poco más grandes y que tienen que ver con lo social y con la política".

Y así, entre técnicos de escenario, pruebas de sonido y confesiones sottovoce, ponen sobre la mesa inquietudes diversas como la institucionalización de la cultura, la oportunidad de regenerar nuestra democracia y la importancia de tomar partido en ello. En síntesis; el compromiso con el otro como antídoto frente al cinismo rampante, amenaza que La Tristura prefiere combatir reivindicando lo naíf. "Quizá pequemos de inocentes pero consideramos muy importante esa toma de conciencia de que podemos estar en el mismo barco, si de algo ha servido la pandemia es para darnos cuenta de nuestra propia pequeñez, de ahí que este Renacimiento sea también una pieza emancipadora partiendo de la asunción de cuál es nuestro verdadero tamaño".

Una poética de la juventud

La mirada de La Tristura trasciende lo generacional. O mejor; se queda con el empuje de lo juvenil sin pedirle el DNI al personal. Es más una cuestión de actitud, una forma de entender el diálogo con el otro y de insuflar a lo que haces un brío nuevo que lo llene de sentido. "Hay una frase del situacionismo que decía algo así como que el arte debía dejar de interpretar las situaciones para empezar a proponerlas, creo que para conseguirlo es fundamental acercarte a él desde el presente y desde lo que ocurre a tu alrededor, sin ese diálogo no cambiarás nada, porque no influirás en nadie".

Se trata, a fin de cuentas, de dejar de predicar en el desierto. Buscar esa influencia en el otro no como un acto de vanidad sin más, sino como herramienta para activar el cambio social. Dejarse de experimentalismos vacuos y pasar, por fin, a la acción: "El arte contemporáneo se ha ido despegando, en cierto modo, de un tipo de hacer popular, de una forma de transmisión con el mundo, la pandemia ha puesto en valor la importancia de tocarte con alguien, de llegar a algún sitio juntos, no podemos renunciar a ello, la creación debe ser capaz de hacerlo posible", agrega Celso.