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Una reflexión sobre la democracia

Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, de Mario Gas y protagonizado por Josep María Pou se representa hasta el domingo en el Festival Internacional de Teatro de Mérida.

El actor catalán Josep Maria Pou.

ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET

MADRID.- Sócrates fue un hombre bajito, entrado en carnes y de belleza poco agraciada. Esta descripción se aleja de la de Josep María Pou: zangolotino de mirada profunda que con sus más y sus menos, a su edad, tiene 71 años, puede presumir de conservar la figura. Pese a la diferencia física, el actor catalán se mete en la piel del filósofo griego, padre de la lógica y tutor de Platón, en Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, dirigida y coescrita junto a Alberto Iglesias por el polifacético Mario Gas. La función, segundo estreno del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, se podrá ver hasta el próximo domingo y luego se irá de gira por otros festivales como el Grec de Barcelona. En Madrid están negociando con el teatro Español para estar en octubre en la sala Fernando Arrabal de Matadero.

Cuando el filósofo griego salía de casa, a eso de las ocho de la mañana, solía ir a andar sin rumbo. No calzaba zapatos y por traje vestía unos harapos, su aspecto era el de un vagabundo. Vivía en la miseria porque no cobraba por las lecciones que ofrecía. Por el camino, en sus diarias caminatas quizás algún viandante se cruzaba con él y ambos entablaban conversación. Sócrates y el afortunado se sentaban en una plaza y se adentraban en los recovecos de la lógica. Los que por allí pasaban, absortos por su sabiduría no podían más que guardar asiento y participar de la lección. Y así pasaban las horas, entre pensamientos y preguntas, el único camino para llegar a la verdad absoluta.


Suya fue la celebre frase: “Yo solo sé que no sé nada”. Fue un devoto defensor de la democracia, ese sistema perfecto que nos permite a todos participar en la vida política. Hombre crítico, inconformista y a todas cruces un personaje incómodo para aquellos que ostentaron en su época el poder. Pasó de ser un fiel religioso a poner en duda a los dioses, más tarde esto jugaría en su contra. “Tenía mucha fe en la democracia pero desconfiaba de los que se autodenominaban demócratas de boquilla, a quienes denunciaba. Querían quitárselo de encima, más allá de la devoción y la imputación por corromper a los jóvenes”, explica Pou.

Finalmente, ese juicio se resolvió con su vida y ese es el tema principal de Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano. Durante la hora y 40 minutos de la obra Pou defiende su inocencia y expone sus alegatos frente más de 1.000 asistentes que en ese momento hacen de cómplices. “Es un espectáculo que invita al público a participar de una manera muy directa en una reflexión sobre la democracia. Puede hacerlo porque a lo largo de la función se reproduce la asamblea que juzga al filósofo como si fuese un proceso teatral. Los espectadores son parte del jurado”, asegura el actor catalán.

Las referencias con el actual sistema político son inevitables. “La democracia en si misma tiene una serie de virtudes enormes”, asegura Gas. Aunque no todo es jauja, el director y dramaturgo opina que el empeño de unos pocos finalmente se impone y acaba por amordazarla, pero sin llegar a asesinarla. Sin entrar en comparaciones con la democracia griega, la de hace más de 2.000 años, la que tenemos en España, a juicio de Gas, “está muy tocada y sufre un secuestro de la opinión de la mayoría al servicio de un neoliberalismo galopante”. Esta sintomatología no es exclusiva de nuestro país, es una constante que se repite en otros continentes donde esta forma de organización, la que se presupone nos ofrece mayores libertades, en el fondo no es más que una manera de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, en detrimento de una clase media acomodada que para decisiones sociales en el fondo ni está ni se la espera.

Por ese motivo, la obra es tan casual como un vaso de agua fría en una sudorosa noche de verano, porque invita a la reflexión en un momento en el que más lo necesitamos. ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Es esta la sociedad que queremos? La filosofía de Sócrates no aporta respuestas, sino preguntas. A diferencia de sus enemigos acérrimos, los sofistas, ponía en duda todo. Él buscaba el conocimiento y sus adversarios solo se preocupaban por el lucro generado por la belleza del discurso, un arte que ha ido pasando de generación en generación hasta convertirlo en una forma de control de masas. De Sócrates a la pantalla de plasma de Rajoy.

¿Quién sería hoy Sócrates? Quizás no sería extraño imaginarlo en las tertulias de la sexta, discutiendo con Marhuenda (director de La Razón) e Inda (Ex periodista de El Mundo). Imaginen al filósofo perdiendo el juicio mientras los dos comunicadores le meten, como es costumbre, una patada en la boca a toda lógica periodística y defienden alguna postura imposible solo porque así conviene a su partido político favorito. Mario Gas y Josep María Pou lo imaginan diferente. El primero lo ve encerrado en un psiquiátrico o en la cárcel y el segundo en la calle, donde a él le gustaba estar, sentado en un banco haciéndose preguntas. Sin más.

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