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"Quiero ofrecer a los lectores un poco de locura cada dos o tres páginas"

El escritor estadounidense David Vann publica 'Tierra' (Mondadori), su tercera novela tras las exitosas y brutales 'Sukkwan Island' y 'Caribou Island' 

El novelista David Vann.- JAIRO VARGAS

J. LOSA

David Vann (Alaska, 1966) heredó de su padre un rifle Magnum 300, un fusil Winchester, una escopeta de cañones recortados, varias pistolas y un devastador sentimiento de culpa. El suicidio de su progenitor tras una negativa por su parte a visitarle en su refugio de Alaska convirtieron al joven Vann —con tan solo 13 años— en un adolescente desquiciado con un arsenal como legado. "Utilizaba las armas como terapia, iba por la noche a disparar a las farolas, disfrutaba teniendo en el punto de mira a los vecinos del barrio", confiesa.

Afortunadamente para los residentes el agua no llegó al río y el aprendiz de pistolero supo reconducir su atribulada existencia. "El arte te da la posibilidad de reconstruirte, es la oportunidad de transformar algo feo y horrible en algo bello y hermoso, en cierta forma da sentido a lo que no lo tenía". Fue así como un perturbado en potencia pasó a convertirse en uno de los más prometedores escritores del momento. 

"Los escritores tienen
que ser un poco inmorales
y carentes de ética"

Vann pensó que aireando las vergüenzas y tragedias familiares conseguiría redimirse y, de paso, hacer algo de caja. Decisión acertada ya que si de algo anda sobrado el autor es de desgracias: al suicidio de su padre habría que añadir los malos tratos que su abuelo propinaba a su abuela y el asesinato-suicidio de los padres de su madrastra. Un expediente funesto del que el autor nutre sus historias siempre a medio camino entre lo real y lo inventado. "Si yo fuera una persona mejor seguramente protegería a mi familia de todo aquello pero no soy tan buena persona, soy un escritor, yo no creo realmente que haya ningún escritor que sea buena gente en ese aspecto. Fundamentalmente creo que los escritores tienen que ser un poco inmorales y carentes de ética".

El novelista David Vann.- JAIRO VARGAS

Tras las exitosas Sukkvan Island (Algaiba) y Caribou Island (Mondadori), David Vann publica ahora Tierra (Mondadori), la historia de Galen y su madre, la historia de un pajillero bulímico y su sufrida madre, una mujer que vive instalada en una plácida infancia eterna de emparedados de pepino y limonadas. La tóxica relación madre-hijo queda completada por una tía acomplejada y resentida y una prima arpía que tortura a Galen a base de constantes insinuaciones erótico-festivas. Un ambiente familiar en plena descomposición y en el que la disputa por una sustanciosa herencia será la causante de tensiones domésticas mientras la sombra de la fatalidad planea sobre sus cabezas.

Un retrato disfuncional en toda regla, otro más en el curriculum de Vann cuyas novelas son variaciones de aquel mítico arranque que decía que "todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". Narrada con un ritmo trepidante, Vann mantiene con maestría la intensidad y hace de cada página un instante previo a lo imprevisible. "Para mí es todo una cuestión de impulso, escribo de forma inconsciente, no planifico y no estructuro, lo que pretendo es ofrecer a los lectores un poco de locura cada dos o tres páginas, algo que sea realmente inconsciente y extraño o que proceda de ahí", explica el autor.

"Para mí es todo una cuestión de impulso, escribo de forma inconsciente"

Tierra es una historia áspera en la que la fuerza del paisaje exterior —algo recurrente en todas sus novelas— destapa las inmundicias de los protagonistas. "El paisaje para mí es el inconsciente, el lugar en el que encontrar la vida interior de los personajes, esa es la razón por la que escribo, en esos momentos escribir se vuelve una idea descabellada porque muestra las presiones y la estructura, las pautas del inconsciente, es entonces cuando siento que escribir es algo vivo que vale la pena". Una obsesión que le emparenta con autores de la talla de Melville, Faulkner o McCarthy, todos ellos exponentes de una larga tradición en la que las descripciones del paisaje exterior sirven de vehículo para explicar qué se cuece en el interior de los personajes.

Dicen que no es momento para las tragedias, que el lector ya tiene suficiente con su día a día y busca en la literatura una evasión ligera. Pues bien, las historias de Vann son de todo menos livianas. "No creo que sea desagradable o deprimente leer tragedia, creo que las tragedias tienen mucho sentido, mucha coherencia y belleza, lo cual contrasta con la tragedia en la vida real que es aterradora y no tienen nunca sentido". Sin duda, sabe de lo que habla.

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