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Reivindicar a Golda Meir precisamente ahora, en medio de la sangrienta embestida asesina del ejército de Israel contra los palestinos de la franja de Gaza, es un ejercicio de jactancia tan indecente que el estreno esta semana en los cines del biopic dedicado a este personaje solo puede entenderse como una provocación y una demostración mayúscula de soberbia. Reivindicar a Golda Meir nunca ha estado justificado. Golda, de Guy Nattiv, es pura propaganda sionista y, además, es una película aburridísima.
La llegada de Golda a los cines hoy es una declaración de apoyo a la siniestra historia de sangre de los "colonos violentos de Cisjordania", tal y como los ha calificado la UE. Es un desprecio obsceno ante los miles de muertos y ante la situación de los civiles palestinos de Gaza, "apocalíptica".
Centrada en Meir, única mujer que ha ocupado el cargo de Primera Ministra de Israel, durante la guerra de Yom Kipur en 1973, la película está hecha para mayor lucimiento de Helen Mirren, una gran actriz que, en el mejor de los casos, no calculó detenidamente su participación en este proyecto. En el peor de los supuestos, sí lo hizo. Exhibición interpretativa para una indecente exaltación de Golda Meir.
Héroes o víctimas
El poder del lobby judío en Hollywood es manifiesto y el cine es una de sus mejores armas de propaganda. Su responsabilidad como creadores del relato oficial del nacimiento del estado de Israel y los posteriores acontecimientos es innegable y aunque, afortunadamente, hay otro cine y otras maneras de contar la historia, su versión es la dominante.
En 1960, es decir, entre la primera guerra árabe-israelí en 1948 y la guerra de los Seis Días de 1967, Otto Preminger llevó al cine Éxodo, la novela de León Uris, con guion de otro ilustre, Dalton Trumbo, donde contaba la aventura del Exodus 1947, una embarcación de la Haganá, organización paramilitar de autodefensa judía, que llevó a 4.500 judíos supervivientes de los campos nazis a Palestina. Maniquea y larguísima (casi tres horas y media), la película se convirtió muy pronto en un clásico.
Después, Hollywood ha seguido tratando al pueblo judío exclusivamente como a las víctimas del peor genocidio de la Historia y, al mismo tiempo, como a los héroes dispuestos a morir para conseguir volver a su casa, a la tierra prometida. Muy pocas han sido las ocasiones en que ha querido mirar de frente a la verdad.
Una de ellas fue en 2005, cuando Steven Spielberg, uno de los judíos más destacados del cine estadounidense, estrenó Munich, excelente película con guion de Tony Kushner y Eric Roth, sobre el atentado de Septiembre Negro en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972. En ella, el cineasta retrataba a los agentes del Mossad como asesinos profesionales.
La mirada palestina
Ha sido, sin embargo, el cine de creadores palestinos y de israelíes que apuestan por la paz y denuncian el genocidio el que mejor ha retratado el conflicto. Hany Abu-Assad es uno de los cineastas que más y mejor ha revelado la realidad de los palestinos bajo el yugo de Israel. Con su ópera prima, Rana's Wedding, fue a Cannes y desde allí explicó al mundo las dificultades de un palestino por llevar una vida normal.
Pero fue cuatro años después, en 2005, cuando consiguió mucho más eco gracias a Paradise Now. Candidata al Oscar y ganadora de un Globo de Oro, en ella el cineasta muestra a dos jóvenes palestinos horas antes de inmolarse en un ataque suicida contra Israel. No son héroes ni fanáticos, son seres humanos víctimas del conflicto.
Con la durísima Omar (2013), Premio del Jurado en Cannes en Un Certain Regard, desvelaba cómo se juegan la vida en el día a día los jóvenes palestinos. Y hace solo dos años, con La traición de Huda, volvió a subrayar el peligro constante con el que viven los palestinos en su día a día.
Muayad Alayan explicó en Los informes sobre Sarah y Saleem (2018) cómo el estado de Israel, en nombre de su seguridad, invade la intimidad de los palestinos y atenta contra sus vidas. Lo personal y lo político indefectiblemente unidos en la existencia del pueblo palestino.
El cineasta recorrió, en una estancia en Boston, el viaje de los palestinos desde 1948, cuando los israelíes les expulsaron de Jerusalén Oeste y les convirtieron en refugiados en su propia ciudad. "Hoy, Jerusalén oriental es la parte empobrecida en la que el ejército confisca tierras indiscriminadamente, tira abajo las casas, echa a los residentes… Su propósito es vaciar la ciudad de sus habitantes palestinos".
Otras voces de denuncia
La denuncia del genocidio que lleva a cabo Israel con el pueblo palestino no ha surgido solo del lado de las víctimas. La directora Rachel Leah Jones, americana criada en Tel Aviv, y el francés Philippe Bellaiche, llevaron al cine en Advocate, la historia de Lea Tsemel, la abogada israelí que lleva cincuenta años defendiendo a los acusados palestinos en el sistema judicial de Israel.
"Soy una ocupante israelí, lo mires por donde lo mires. Y no he logrado, pese a mi obligación moral como israelí, cambiar el régimen y sus políticas. ¿Sobre qué base moral puedo juzgar a las personas que se resisten a mi ocupación? Si un acto es realizado para resistir a la ocupación, aceptaré el caso", dice en la película esta mujer, apodada por los israelíes como la abogada del diablo.
La canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette reflejó el día a día de los palestinos de Cisjordania en InchAllah, donde también mostraba la lógica de los atentados suicidas ajenos a cuestiones religiosas. Stefano Savoni evidenció desde la animación, en La familia Samuni, la atrocidad israelí y del sufrimiento del pueblo palestino a través de la historia de los supervivientes de la Masacre de Gaza. Ganó el premio a la mejor película Documental en el Festival de Cannes. La cineasta francesa Lorraine Lévy obligó a los israelíes a ponerse en el lugar de los palestinos con su película El hijo del otro, en la que contaba la historia de dos adolescentes que fueron cambiados al nacer.
El palestino Emad Burnat se alió con el israelí Guy Davidi para contar su propia experiencia en 5 cámaras rotas -mejor dirección de documental en Sundance-. La película relata su propia experiencia en Bilin, un pueblo de Cisjordania próximo a los asentamientos israelitas. Allí comenzó a grabar los actos de resistencia de sus vecinos frente al avance de los colonos. La represión, la violencia, la desolación y la ruina… capturadas por cada una de las cinco cámaras que le destrozó el ejército israelí.
"La vida en Gaza no es igual que en el resto del mundo, pero las personas sí son iguales", gritaron los hermanos Tarzan y Arab Nasser, autores de Gaza mon amour (2020), una historia humilde, pequeña y tierna protagonizada por dos personas, testigos de esta cruel ocupación, que permitió a los cineastas preguntar al mundo entero si "de verdad, todavía alguien cree que los palestinos se merecen lo que están haciendo contra ellos".
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