No es fácil encontrar novelistas jóvenes que tengan algo que decir. Al contrario que la poesía, la matemática o el ajedrez, disciplinas donde abundan los ejemplos precoces, la novela parece requerir ciertas dosis de experiencia y un conocimiento a fondo del oficio. Salvo casos excepcionales, como Alberto Moravia o John Barth, que publicaron sendas obras maestras antes de cumplir los 25 años, raro es el novelista joven que domina su arte en lugar de ser dominado por él.
Con su segunda novela, Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) se ha revelado como uno de los escasos novelistas jóvenes del panorama actual que aúna ambición, talento, perspicacia y precisión narrativa, un cóctel peligroso que le viene dado en parte por sus amplias lecturas y también por su experiencia de alumno y profesor en el Hotel Kafka, una de las mejores academias literarias de la capital.
Su primera novela, Electrónica para Clara, obtuvo el XV Premio Lengua de Trapo de Narrativa. Con su segunda obra, Leonardo, que acaba de publicar Lengua de Trapo, Aguirre lanza, como él mismo dice, 'un mensaje en una botella', un grito y también una advertencia donde se mezclan la ansiedad, la neurosis, la culpa y el arrepentimiento, todo batido con una fuerte carga de autocrítica y un hilarante sentido del humor. Desde la Teta Blanca al fantasmal barco pirata donde cumple su castigo, la novela traza una serie de obsesiones que forman un poderoso arco de introspección y fabulación. En el universo del protagonista, un niño mimado, despiadado, autodestructivo y cínico, el lector, sobre todo el joven lector, va a encontrarse no sólo con algunos pedazos de sí mismo sino también con algunos leitmotivs de su generación.
Leonardo, aparte de una muy buena novela, ¿es un exorcismo, una flagelación o un intento de psicoanálisis?
¿No puede ser las tres cosas? Es una flagelación (mirarse con humor homicida y ponerse a bajar de un burro) para el buen ejercicio de un exorcismo (contarme algo que pasaba en mi vida y que no podía ser contado de otro modo) a través del análisis y del humor, más que del psicoanálisis.
Pero, más que un autorretrato, te ha salido un suicidio. ¿O no crees que el narrador bordea la psicopatía?
Puede ser. A Leonardo lo veo como neurótico, un extravagante a base de crear su propia máscara, un Peter Pan, un niño mimado, un producto en negativo de mi generación (de la educación consentida). Pero creo que en él quedan restos de cierta empatía, lo que lo desestima como psicópata al uso. La narración, aunque en cierta medida brutal y pornográfica (en lo que se refiere a contar sin pelos en la lengua), es demasiado caliente para un psicópata y existe un sufrimiento de fondo por no poder ser de otro modo que dudo que un psicópata tuviera. Si es un psicópata, podemos temblar, ya que tengo una buena lista de hombres (y alguna mujer) que, en alguna u otra cosa, se han sentido directamente relacionados con el amigo Leonardo.
Entonces ¿crees que Leonardo podría ser un emblema de tu generación?
No llego a tanto, no soy Goethe escribiendo Las penas del joven Werther, pero sí considero que, por ejemplo, la ansiedad que padece Leonardo es una enfermedad actual, que cada vez padecen más jóvenes por una u otra razón. También creo que Leonardo, en alguna medida (parcialmente, ya que ese no es el centro de sentido de la novela), puede responder a un tipo de sujeto preparado en la teoría para afrontar la realidad pero no preparado en la práctica: hijo único y mimado, de padres funcionarios, que jamás ha entrevisto un peligro real y que, por ello, tiene que inventarse peligros que no existen (la invención del peligro es la ansiedad, los ataques de pánico, que producen amenazas donde no las hay). Creo que es un perfil acostumbrado en mi generación. O al menos familiar.
Te lo pregunto porque yo me considero hijo de una generación que perdió ciertos ideales, que se encuentra perdido y que todavía se está buscando.
La tuya es la hermana mayor a la mía. Yo soy bastante drástico, quienes perdieron esos ideales quizás fueron nuestros padres (estafados por los unos y los otros a caballo en la transición). La generación que ellos han traído al mundo (después de la bonanza), al menos en algunos aspectos (la que yo veo entre los míos), es cínica, desencantada, muy preparada técnicamente pero sumamente mimada, criada entre sedas y suspiros; puede tener ideales, pero es muy empresarial, cruel, déspota. El punto de llegada está muy alto: vivir mejor que nuestros padres (no es fácil). Somos los chicos de los másteres interminables, de Europa, de a saber qué ruina.
Creo que Leonardo encaja ahí, en algún lugar, que es uno de los posibles productos de todo eso, y por supuesto de sí mismo. No es el tópico, pero entra en esa generación.
¿No crees que somos una generación que teme que sus hijos van a vivir peor que ellos? ¿No es también lo que teme el personaje de la madre de Leonardo, la funcionaria enganchada a la Teta Blanca del estado?
Desde luego no somos la generación de nuestros padres y estamos generalmente en situaciones más precarias, pero no sé cual fue el temor de nuestros abuelos o bisabuelos. Mis bisabuelos tuvieron (unos de ellos) ocho hermanos y tres murieron antes de cumplir los diez años, lo que no sé es si vivían el tener hijos como un temor. Lo que sí creo es que somos una generación más temerosa, por haber tenido con anterioridad y por no saber si tendremos (en el futuro): los hijos en casa parecen un espejismo. El temor de la madre de Leonardo es constante porque Leonardo es hijo único, su temor es miedo a que fume demasiado, a que beba demasiado, a que no tenga trabajo, a que no coma verduras o fruta, su temor es cuidado y mimo y caprichos. Sólo al final de la novela, cuando poco a poco va irrumpiendo la realidad en el relato egocéntrico de Leonardo, ese temor se convierte en la pérdida de un estado social, esa pequeña burguesía a la que Leonardo y su familia pertenecen.
La Teta Blanca es la Ballena Blanca, claro. ¿No te parece peligroso alentar otra lectura de Moby Dick?
La Teta Blanca es la ballena y también es un pecho, uno corriente y moliente de una exnovia de Leonardo que aparece en forma de cuadro. En realidad no quiero alentar ninguna lectura de Moby Dick, aunque existe una 'lectura de Moby Dick' en la concepción de la novela, creo recordar que era una lectura de Auden, en la que se hablaba de la ballena como lo 'ideal' y del Pequod como una metáfora en miniatura de la sociedad. Aquí el pecho para Leonardo sigue siendo lo 'ideal', lo que no tiene, lo que nunca tendrá (motivo de enfermedad y obsesión). Y el barco, en fin, es el propio Leonardo (porque la sociedad para él no tiene espacio ni peso): o es otra o no será jamás. Leonardo también responde a un hombre que huye, que se embarca (en algo, a saber qué locura) y que no desea que el mundo sea tal cual es, sólo que Leonardo lo desea más vil, más cruel, más a su medida y semejanza.
Pero las referencias a Melville no se agotan con la Teta Blanca. Está el párrafo de inicio, donde el narrador casi cita literalmente el comienzo de Moby Dick: 'Llamadme Leonardo'.
El primer párrafo de Moby Dick... ya sabes, uno siente fascinación por según qué primeros párrafos. El mío, que acaba igual que como comienza el de Melville y que va como 'nota del autor', sirve en primer lugar para convertir al autor real directamente en Leonardo (ya que la novela es una mensaje en una botella). Luego Rafael Reig, releyendo el primer párrafo de Melville, descubrió extrañas similitudes entre Ismael y mi Leonardo: si relees el párrafo de Melville lo cierto es que frases como 'siempre que me sorprendo parándome ante las funerarias, o incorporándome al cortejo de cuantos funerales encuentro' dan una medida bastante alterada del carácter de Ismael. Quizá Ismael también tuviera ataques de ansiedad, pánico o estuviera, en fin, un poco como una puta chota.
Y en el barco pirata, que es un poco el símbolo de la locura de Leonardo, aparece un capitán extraño y malvado que parece un reflejo de Ahab.
Aparece un barco pirata, sí. Y toda una historia de piratas, marinos y abordajes que acaba en una isla y que se alterna con la narración de la relación de Leonardo con su novia, C. (que es eje central de la novela), del mismo modo que antes se alternaban los capítulos, por así decirlo, que hacen referencias al pecho: es una historia un tanto 'delirante' (creo que han dicho por ahí) que adquiere sentido al final y que funciona parcialmente como una metáfora (o eso quería) de lo que le ocurre a Leonardo, ese universo de piratas, quiero entender, es así como la sociedad ideal de Leonardo, el universo social que el desearía para sí y para toda la humanidad: un desastre, un gran naufragio cruel y una evasión que responde a una idea de sentido en la novela y, por qué no, también al gusto del autor por los barcos y la mar. A fin de cuentas uno debe divertirse cuando escribe si quiere que también se divierta el lector.
¿Estás seguro de eso? Me parece una cuestión muy interesante lo de que el autor debe divertirse para que se divierta el lector. Eso nos llevaría a disquisiciones más amplias, pero ¿no crees que también hay autores que pretenden que el lector sufra? ¿Que diseñan sus novelas como una penitencia o un castigo?
Sí, claro que habrá autores que pretendan eso (o quizá más bien novelas que lo pretendan), la catarsis aquella del carajo, como el cabrón de Haneke con sus películas, pero no es el caso de Leonardo. Leonardo trabaja sobre un problema dramático desde el ejercicio y la distancia del humor y yo me divertí escribiéndolo aunque supusiera un exorcismo. Lo que quiero decir es que existe un relación directa entre autor/lector, si el ejercicio es divertido cercano a la comedia, entiendo que autor y lector se divierten más, si el ejercicio es dramático, muy pegado a la tragedia, entiendo que autor y lector sufren más. También hay quien se divierte sufriendo. De tejados y de piedras está el mundo lleno.
Tú trabajas en Hotel Kafka, una academia literaria bastante atípica y uno de los epicentros culturales de Madrid. ¿En qué medida esa experiencia laboral, el estar todo el día entre escritores publicados e inéditos, y entre aprendices de escritores, te ha ayudado, te ha estorbado, te ha influido?
El Hotel Kafka. Prácticamente vivo allí. Trabajo, coordino los cursos, actividades, llevo la librería y este año he comenzado a dar alguna clase. Desde luego trabajar en el Hotel por amistades y pertenencia me ha resultado más lucrativo en todos los aspectos que no hacerlo, pero algunos cuchillos tienen hoja de doble filo, si bien tanto el contacto con alumnos, como con profesores y amigos resulta bueno porque supone un 'estar' más en el medio y uno aprende también de otros compañeros que llevan más tiempo en esto, también es verdad que puede ser paralizante por exceso. Vivir de cara al público, envuelto en presentaciones, con la literatura como eje por la mañana, por la tarde y al mediodía puede acabar por hacer que cuando regreses a casa sólo quieras ver Crepúsculo. Funciona por temporadas, pero la experiencia es buena en términos generales. Somos una empresa original, que hace cosas originales y en la que no se trabaja como en otros sitios. Desde luego de oficinista natural en RENFE, por ejemplo, estaría bastante peor en todos los aspectos.
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