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A sus 64 años, tiene la sensación de que su vida está hecha, lo que considera un privilegio del que muy poca gente puede disfrutar. Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela) es un prestigioso corresponsal de guerra que durante veinte años se ha jugado el pellejo en conflictos como los de Bosnia, Kósovo, Afganistán, Chechenia, Irak, Ruanda y Sierra Leona. El día que murió Kapuscinski (Círculo de Tiza), retrata con realismo y crudeza el horror de la guerra y el trabajo de los cronistas bélicos, una tarea que, como dice uno de los personajes del libro, consiste en caminar siempre en la dirección contraria a la de la gente sensata.
¿Por qué eligió ese título para el libro?
La muerte de Kapuscinski es el símbolo del final de una época. El día que aterricé en Mogadiscio, el 23 de enero de 2007, era mi cumpleaños y ese día murió el maestro polaco. Se lo comenté a mi agente literario y me dijo que era un buen título para la novela.
¿Qué resulta más duro, ser corresponsal de guerra o estar promocionando un libro por media España, como es su caso?
Es mucho más complicado ser corresponsal de guerra o incluso cualquier otro trabajo, como ser minero, médico de urgencias o periodista en el Congreso.
Al comienzo del libro recuerda que cualquier parecido de los hechos y los personajes con la realidad es mera coincidencia. Puede que haya lectores avezados que no piensen lo mismo, ¿no lo cree así?
Sobre todo habrá gente que trabajó en El País en mi época y creerá reconocer a varios de los personajes del libro. Evidentemente hay alguno, pero no he tratado de vengarme porque no es mi manera de actuar. Esto es una novela que se basa en hechos reales. Algunos los he vivido yo y otros no.
¿Cuánto hay de Ramón Lobo en el personaje de Roberto Mayo (el protagonista de la novela) y cuánto de Juan Carlos Gumucio?
"Tengo una mirada de izquierdas y eso hace que me interesen las víctimas"
Desgraciadamente, tiene más cosas mías que de Gumucio. He querido hacer un homenaje a Juan Carlos, a quien quería mucho, y a toda esa generación de periodistas que tienen cinco o seis años más que yo, y de los que hemos aprendido mucho, como es el caso de Carmen Sarmiento, a quien tengo un enorme cariño y respeto.
El libro se desarrolla en un tiempo en el que no vive Gumucio. Parto de un personaje boliviano, cochabambino, que bebe whisky como un cosaco y que cuando sonríe se iluminan las ciudades. Ese es Gumucio. Pero en el personaje principal de la novela existe una parte de ficción ajena a Gumucio y a mí. A lo largo de la novela, el personaje que más me ha fascinado, y del que me he enamorado por completo, ha sido el de Amanda Bris.
Roberto Mayo dice en la novela que se consideraba un privilegiado porque viajaba gratis, tenía un buen sueldo, era testigo de la historia y estaba lejos de los jefes. ¡Qué perfil tan maravilloso el del reportero de guerra, no! ¿Volverán aquellos tiempos?
Sí. Ahora estamos en un periodo de reconstrucción, de reordenación, y precisamente en una conversación entre Mayo y su amigo el librero Peter Hesse hablan de las tres edades del hombre. Estamos en un periodo de cambio brutal, pero los cambios no son malos. Una de las claves de la teoría de la evolución de las especies es que no sobreviven los más inteligentes o los más fuertes, sino los que se saben adaptar.
Muchos reporteros que tienen problemas para vender sus fotos o para que se las paguen decentemente publican libros e inauguran magníficas exposiciones. Otros escriben novelas. Creo que hay instrumentos que se irán reordenando y podremos contar la realidad de una forma compleja. Antes tenemos que recuperar algo que hemos ido perdiendo con la crisis, que es la credibilidad ante los ciudadanos.
Recurro a otra cita de Mayo: "Empezaron a medir a los reporteros por lo que costaban, no por lo que valían, a interesarse por el presupuesto en lugar de preguntarse dónde está la puñetera historia". ¿Sufrió alguna de esas situaciones durante tu etapa de cronista de guerra para El País?
El problema es que en muchos periódicos y televisiones han entrado los gerentes. Está bien que haya alguien que revise los números y evalúe el coste de un reportaje. Una empresa periodística debe tener beneficios porque de lo contrario no tiene independencia. Lo que no quiero es que mi redactor jefe sea un gerente, o que mi redactor jefe tenga la mentalidad de un gerente. Cuando hablo con un redactor jefe no espero que me pregunte cuánto cuesta. Antes tendremos que decidir si la historia interesa, cómo se puede contar y con qué enfoque. Lo último es pensar cuánto cuesta.
Las cosas se pueden hacer de muchas formas, más caras o más baratas, pero la discusión inicial con un redactor jefe o un subdirector no debe ser el dinero.
¿Es cierto que en algunas redacciones de periódicos hay más peligro que en el escenario de un conflicto bélico?
"La ideología es un vestido que no te permite trabajar como periodista"
The New York Times, un periódico que tenemos mitificado, es un nido de víboras. Son tantos periodistas para tan poco espacio que la competencia es brutal. Y esa competencia empieza con tu compañero. Ocurre como en la Fórmula 1, donde al primero que tienes que “matar” es a tu compañero de equipo. No me gusta. No compito con mis compañeros, compito con la historia, en poder sacar el máximo de sus posibilidades. Mi trabajo es conseguir historias, no pelearme con mis compañeros.
En la mochila del corresponsal de guerra, ¿siempre tienen que estar presentes la desobediencia y la mala leche?
La desobediencia es fundamental y empieza con tus propios jefes. Tienes que tener una visión independiente, tienes que desnudarte. Todos tenemos ideología, pero como periodistas no la podemos mostrar. Es verdad que tengo una mirada de izquierdas, eso hace que me interesen las víctimas, que denuncie quién vende armas. Si fuera de derechas, igual me interesarían otras cosas. La ideología es un vestido que no te permite trabajar como periodista. El periodista es un tipo sin adjetivos. Tu obligación es no creerte todo lo que se dice.
¿Cómo es posible que un corresponsal de guerra que ha sido testigo de muertes, destrucción y desolación insista en volver al lugar donde se produce la contienda? ¿Qué instinto le hace volver al infierno de la guerra?
En mi caso, estaba en guerra con mi padre. Muchos compañeros han tenido problemas en su infancia con la figura del padre. Es como si no hubiéramos desarrollado bien los afectos. Enrique Meneses siempre decía que vamos a las guerras para que nos quieran. Es verdad que de las guerras te traes mucha mierda, dolor y soledad, pero también te traes el testimonio de gente que te ha regalado su vida. Y todo eso te va construyendo como persona, te va mejorando como persona. Mis veinte años de corresponsal de guerra han marcado mi vida. Tengo 64 años y desde los últimos cuatro o cinco tengo la sensación de que mi vida está hecha, y eso es un privilegio del que puede disfrutar muy poca gente.
¿Se puede ser corresponsal de guerra y tener vida familiar?
Es cierto que es difícil. Un día me preguntó esto mismo Javier Bauluz y le dije que no sabía si íbamos a las guerras porque estábamos averiados o era la guerra la que nos averiaba, pero lo mejor era no hacernos demasiadas preguntas.
¿Cuál ha sido su peor momento como corresponsal de guerra?
La muerte de mis tres amigos Miguel Gil, Julio Fuentes y Ricardo Ortega. Pensamos que somos inmortales, pero cuando matan a un compañero que está haciendo el mismo trabajo te das cuenta de que no eres inmortal. Esos han sido, sin duda, los tres peores momentos para mí. También recuerdo en Sierra Leona el caso de un niño al que Gervasio Sánchez y yo tratamos de salvar, pero no pudimos. Ese episodio se quedó para mí como una herida de por vida.
"Sin personas no hay crónica, solo farsa". Es otra de las lecciones de periodismo de Roberto Mayo. ¿Existen muchas de esas falsas crónicas en el periodismo actual?
“El problema es que en muchos periódicos y televisiones han entrado los gerentes”
La crónica y el gran reportaje son las piezas esenciales en el periodismo anglosajón, pero esos géneros requieren paciencia, talento y conocimiento. El conocimiento y la paciencia se adquieren con el tiempo, y el talento se tiene o no, pero puede desarrollarse. Lo que es inadmisible es hacer un viaje de tres días y llevar el titular en la maleta. Necesito estar tiempo para ser capaz de comprender algo más allá de las crónicas que voy a escribir.
Otro de los personajes del libro, Peter Hesse dice lo siguiente: “La verdad ha dejado de ser el motor ético de nuestra sociedad, ha dejado de ser útil”, y añade que el periodismo ha contribuido en parte a ello. ¿Confía en que el periodismo recupere sus señas de identidad?
Tenemos una gran oportunidad de reflexionar sobre los errores que hemos cometido, ya sea por parte de los dueños de los medios, por la crisis, por internet, por los lectores que hemos perdido… Los periodistas hemos cometido muchos errores, tenemos que analizarlos y recuperar la credibilidad. Decía Orwell algo así como que “noticia es todo aquello que se quiere ocultar y todo lo demás son relaciones públicas”. Si analizas los medios en general, sin tener en cuenta las excepciones, se comprueba que los periodistas hacemos muchas relaciones públicas.
A veces se tiene la sensación de que sumando una voz, otra voz y otra voz somos plurales, pero no es así: estás sumando un mentiroso, con otro mentiroso y otro mentiroso. Nuestro trabajo es no creernos nada, cuestionar todo y colocar cada discurso en el contexto adecuado.
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