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Actualizado:Pier Paolo Pasolini se solidarizó con la causa de los campesinos que se enfrentaron a los terratenientes de Friul, donde la familia del futuro cineasta se había refugiado durante la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que daba clases en escuelas rurales de la tierra de su madre y escribía poesía en el dialecto autóctono. "Los jornaleros llevaban pañuelos rojos al cuello y desde ese momento abracé el comunismo, con estas dosis de emotividad. Luego leí a Marx y a algunos pensadores marxistas".
Así recordaba el director italiano sus inicios políticos en 1968, justo antes de publicar en la revista Nuovi Argomenti el poema ¡¡El PCI para los jóvenes!!, que tanta polémica causó entre los estudiantes que prendieron la llama del Sessantotto. "Cuando ayer en Valle Giulia pelearon / con los policías, / ¡yo simpatizaba con los policías! / Porque los policías son hijos de pobres. / Vienen de las periferias, campesinas o urbanas". Unos versos que ofendieron a tantos, pero que dieron que pensar a muchos más.
"En Valle Giulia, ayer, hemos tenido un fragmento / de lucha de clase: y ustedes, amigos (aunque de la parte / de la razón) eran los ricos, / mientras que los policías (que estaban de la parte / equivocada) eran los pobres", insistía Pasolini, quien luego subrayará en una entrevista la importancia de que aquellos comunistas friulanos fuesen campesinos, como su familia materna, luego venida a más, porque si pertenecieran a la clase obrera urbana "el factor de clase habría sido demasiado fuerte para mí y me habría resistido".
Sucumbió, en cambio, al encanto de los jornaleros rojos, "que son en realidad los que hacen las revoluciones, en Rusia, en Cuba, en Argelia". Los siguientes pasos en la política, según él, fueron sencillos. "Todo italiano es marxista, del mismo modo que todo italiano es católico. El sacerdote inteligente analiza siempre la sociedad en términos marxistas, incluso el papa lo hace. Una frase de Pablo VI que puse en mi Pajaritos y pajarracos fue tomada por todo el mundo como una frase de Marx".
Pier Paolo Pasolini se abre al historiador Jon Halliday, a quien abre las puertas de su casa romana durante dos semanas, durante las que hablan sobre la cultura, la religión, la censura, la sociedad, la literatura, la familia y el cine. Sin embargo, para esbozar su autorretrato, resultan necesarias unas pinceladas ideológicas, que en ocasiones el escritor y cineasta evita trazar, aunque se sienta cómodo con el miembro del comité de redacción de la revista New Left Review.
Halliday lo describe como "una personalidad fuera de lo común". Sin embargo, le sorprende "su ingenuidad pasada con respecto a Stalin, que vista retrospectivamente parece casi increíble", reconoce en el prólogo del libro Pasolini según Pasolini (Altamarea), donde el entrevistado se muestra muy crítico con Palmiro Togliatti, secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI) años antes de que Enrico Berlinguer tomase la senda del eurocomunismo.
"El estalinismo adoptó en Italia la forma de la política de Togliatti, que era tacticista, diplomática, autoritaria y paternalista [...] hacia la base del Partido, sin llegar nunca al fondo de los problemas, maniobrando y tratando con el enemigo político", responde sin tapujos Pasolini, quien reconoce la influencia de Antonio Gramsci —"por encima del propio Marx"—, aboga por el diálogo con la derecha y reivindica a "católicos progresistas como el padre Milani", un abanderado de la "nueva izquierda" que había sido desterrado por la curia en una parroquia de los Apeninos.
En las antípodas de Lorenzo Milani se situaba el papa Pío XII, quien en julio de 1949 emitía un decreto que excomulgaba a los comunistas, tres meses antes de que el Partido expulsase al propio Pier Paolo Pasolini tras una denuncia por presunta corrupción de menores en un instituto donde impartía clases, aunque finalmente fue absuelto por la Justicia. L'Unitá, el periódico oficial del PCI, fundado por su admirado Gramsci, detalla que la federación de Pordenone lo ha echado por "indignidad moral".
Togliatti, por su parte, cree que considerarlo un comunista es "mala propaganda", sobre todo cuando a su juicio el público presta más atención a las "situaciones escabrosas" que a sus libros. En realidad, renegaba de él por ser homosexual y ejemplo de la degeneración burguesa. Durante las conversaciones con Halliday, Pasolini calla y apenas deja traslucir: "Me uní al Partido durante un año aproximadamente, entre 1947 y 1948 [se refiere a 1949], pero cuando me caducó el carné, no me molesté en renovarlo".
El escritor, poeta y director Nico Naldini excusa al cineasta. "La omitida expulsión tal vez haya de explicarse como reticencia a desenterrar un pasado desagradable o bien como una negativa a extender su victimismo también en relación con la izquierda, además de hacia el orden burgués. No, desde luego, como ocultamiento del escándalo", aclara en la introducción del libro el primo de Pasolini, asesinado a los 53 años en Ostia, aunque todavía se desconoce el móvil del crimen: ¿político, homofóbico, chantaje, venganza?
Sí manifiesta sin tapujos su odio a la burguesía, al tiempo que le manda un recado a los suyos: "No se trata de una condena moralista; es una condena total y sin indulgencias, pero se basa en la pasión, no en el moralismo. El moralismo es una enfermedad típica de parte de la izquierda italiana, que ha introducido actitudes moralistas enteramente burguesas en la ideología marxista, o al menos comunista". En cuanto a la clase obrera, reconoce que mantiene con ella "una relación muy difícil, inicialmente romántica, populista y humanitaria".
"Nunca llegué a conocer de cerca a la clase obrera porque en las ciudades donde viví de niño y adolescente solo conocía a los que iban al colegio conmigo, que eran todos de familias burguesas. Luego fui a Casarsa, donde conocí a algunos campesinos, pero a ningún obrero". En Roma, burocrática y turística, se sumergió —y también se enfangó— en el subproletariado, que trata de perfilar en películas como Accattone o Mamma Roma: "Un mundo completamente diferente [...], me quedé traumatizado".
Durante las entrevistas, que tenían lugar en su apartamento entre las dos y las cuatro, cuando "todo estaba cerrado" y los romanos comían, bebían o dormían, mientras "él estaba inquieto y no tenía otra cosa que hacer", según Jon Halliday, arremete contra el PCI, "propenso a ceder en exceso a cierto tipo de sentimentalismo" y "demasiado blando con el Vaticano (como lo demostró con su consentimiento al mantenimiento del Concordato), en un período en el que el Vaticano era terriblemente reaccionario y todo bullía de fascistas".
El historiador volvería a entrevistarlo en 1971 en Inglaterra, cuando rodaba Los cuentos de Canterbury, una charla que figura en el apéndice. Entonces, sin que Halliday mencione el asunto, el director de Salò o los 120 días de Sodoma alude al poema contra los estudiantes sesentayochistas: "Durante cierto tiempo, me hizo extremadamente impopular entre la izquierda italiana. Puede que me expresara mal, pero lo que decía resultó ser cierto, lamentablemente". Quizás porque "ahora han abandonado completamente la lucha".
En el prólogo, a pesar de que reconoce que "nunca resultaba fácil conducir a Pasolini al lugar que uno quería", el autor del libro lamenta no haber profundizado más en su relación con el PCI y la tradición del socialismo italiano. "Hubo muchos asuntos cuyo trasfondo no fue captado ni por él ni por mí. Mencionó la muerte de su hermano Guido solo con las palabras: Mi hermano murió luchando con los partisanos [...]. Yo no sabía que su hermano, que luchaba en una formación partisana, había sido asesinado por otra formación partisana en un trágico —e injustificable— incidente".
Traducido al español por Carlos Gumpert, cuando se publicó en Japón hace cuarenta años, el libro fue descrito así: "Director italiano pseudomarxista forzado a someterse a una extraña entrevista por un teórico de la Nueva Izquierda". Jon Halliday pensó entonces que era una buena reseña, aunque luego lo consideró un comentario impreciso: "Para empezar, Pasolini no era un pseudomarxista, o un cuasi marxista; era lo que podríamos llamar un ecléctico, pero sabía lo que hacía y no se dejaba influenciar. Aparte de eso, yo no era un teórico y no había forzado a Pasolini a esas conversaciones".
Como se preguntaban los estudiantes e intelectuales italianos, después de la muerte del director de El evangelio según San Mateo, en todo tipo de debates y disquisiciones, ¿qué habría dicho Pasolini al respecto?
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