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Operación timar a Hitler

Un libro saca a la luz nuevos datos sobre el rocambolesco episodio de espionaje que cambió el curso de la II Guerra Mundial

CARLOS PRIETO

Escena clásica de cine: tres soldados británicos encantadores derrotan a una división entera del ejército alemán. En efecto, hemos visto ya tantos filmes inverosímiles sobre la II Guerra Mundial, tantas historias en las que los aliados son guapos y astutos y los nazis feos y crédulos, que parecía que nunca más nos íbamos a volver a creer una historia sobre la II Guerra Mundial.

O sí. Porque la principal lección que se puede sacar de la lectura de El hombre que nunca existió (Crítica), ensayo del periodista inglés Ben Macintyre, es que, ¡ay!, los aliados eran muy listos y los nazis eran muy tontos. Y que ninguna ficción podrá ser nunca tan enrevesada, absurda, ilógica y rocambolesca como las que inventa la realidad. Sobre todo si detrás de la realidad está un grupo espías que escribe novelas en sus ratos libres. Veamos.

El libro comienza de un modo muy cinematográfico: el 30 de abril de 1943, un pescador de Punta Umbría llamado José Antonio Rey se encontró flotando en el mar el cadáver de un comandante británico. El finado, llamado William Martin, llevaba un maletín encadenado a su brazo que contenía valiosísimos documentos secretos sobre los planes aliados para el desembarco en la Europa nazi.

O al menos eso creyeron las autoridades españolas y alemanas cuando leyeron los papeles del muerto. Porque, en realidad, tanto los documentos secretos como la identidad del cadáver eran más falsos que un billete de siete euros. Se trataba de un montaje de la inteligencia británica para que los alemanes creyeran que iban a invadir Europa por Grecia en lugar de por Sicilia, cuya invasión, en julio de 1943, fue un éxito gracias en parte al anzuelo del cadáver de Punta Umbría .

La operación, que Macintyre califica como 'el engaño más osado, extraño y exitoso llevado a cabo durante la II Guerra Mundial', comenzó a gestarse el 29 se septiembre de 1939, pocas semanas después de la invasión nazi de Polonia. El Departamento de Inteligencia Naval del Almirantazgo distribuyó al resto de servicios del espionaje británico el documento Memorando Trucha, un listado de ideas para embaucar a los alemanes mediante 'el engaño, las tretas bélicas y el traspaso de información falsa'. El texto había sido elaborado por el capitán Ian Fleming, que años más tarde se haría famoso con sus novelas sobre James Bond. 'Las ideas evidenciaban una imaginación extraordinaria y, como ocurre con frecuencia en las novelas de Fleming, apenas resultaban creíbles', afirma Macintyre que, no obstante, califica el documento de 'obra maestra del pensamiento retorcido'.

Entre las 51 propuestas del memorando se encontraba una inspirada en una novela del antiguo espía Basil Thomson: 'Un cadáver vestido de aviador, con despachos en sus bolsillos, podría arrojarse en la costa de modo que parezca haber caído debido a un fallo en su paracaídas. Entiendo que no es difícil obtener cadáveres en el hospital de la Armada, pero, por supuesto, tendría que emplearse uno fresco'.

El plan de Fleming parecía más apto para una secuencia de 007 que para una guerra real, pero se convirtió en la operación Carne Picada a finales de 1942. 'Empezó como una ficción, un giro en la trama de una novela olvidada hacía tiempo recogido por otro novelista, y aprobado por un comité presidido por otro novelista', cuenta Macintyre. En efecto, la inteligencia británica cogió el cadáver de un vagabundo galés y le embarcó en un submarino militar para abandonarlo días después frente a una playa de Huelva, con la esperanza de que pareciera una víctima de un accidente aéreo.

El resto lo hicieron las autoridades españolas, deseosas de echar una mano a los alemanes, pese a su supuesta neutralidad. 'Parece que el mismo Franco tuvo acceso a los documentos y conoció su destino final', explica a Público Macintyre, que cuenta cómo los españoles entregaron una copia de los documentos secretos a los alemanes y devolvieron luego el maletín a los británicos asegurándo que nadie le había puesto la mano encima.

'Parece que el mismo Franco tuvo acceso a los documentos'La inteligencia alemana en España dio otro empujón decisivo a la operación Carne Picada: se tragaron el anzuelo sin molestarse en hacer una investigación exhaustiva sobre el origen del cadáver (una autopsia mínimamente profesional, explica Macintyre, hubiera desvelado la verdadera causa de la muerte). Pero los alemanes se dejaron llevar por una mezcla de 'autoengaño y seguidismo'. 'Hitler estaba necesitado de buenas noticias. Necesitaba que se le dijera algo en lo que pudiera creer para contrarrestar las mentiras de sus generales y reforzar el mito enloquecido de su propia invencibilidad. El servicio de inteligencia alemán se dispuso a complacerle', zanja.

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