madrid
Fernando Solís, estudiante de Física en la Complutense, lleva hora y media formulando sobre una pared. Un festín algorítmico que –según aclara Solís– viene a explicar la trayectoria de un haz de luz cuando atraviesa un cuerpo anisótropo. Lo hace vestido de riguroso blanco y subido a una suerte pedestal junto a otros dos compañeros. Forman parte de una performance ideada por el artista italiano Andrea Galvani; un laboratorio abierto al público en el que tres universitarios van transformando progresivamente el espacio expositivo.
“Es como si el trabajo que suelo hacer en la biblioteca hoy lo hiciera en público”, explica poco antes de reconocer con media sonrisa que lo hace “por amor al arte”. Galvani, galardonado con el Premio Audemars Piguet, analiza a través de esta performance los complejos fenómenos astrofísicos incorporando una dimensión estética. Su obra opera en ese ínterin entre la abstracción analítica y la fisicidad de un rotulador taker, y el resultado –a tenor de la audiencia que congrega– parece que gusta.
Ajena a la deriva numerológica de Galvani, nos recibe Anna Dot con un guisante seco en la palma de su mano. Un guisante que sitúa estratégicamente bajo una baldosa con el fin de evidenciar así la inestabilidad que puede generar un pequeño detalle en nuestra cotidianidad. “Es curioso cómo algo tan sutil se siente, quería reflexionar sobre esas estructuras subterráneas y su influencia en la superficie”, dice.
“Por cierto, ¿percibes esa brisa?”, inquiere Dot al periodista haciendo referencia a dos ventiladores enfrentados a cada lado de las tarimas ortogonales que limitan la galería barcelonesa Bombon Projects. Dos ventiladores convenientemente programados imitando los golpes de aire que la artista emite al recitar un texto. “Son como voces que circulan, voces que nos hablan de lo que no se llegó a decir; un movimiento fantasmagórico”, apunta.
Junto a ella pero con una copa de vino tinto en lugar de con un guisante seco, nos topamos con Aldo Urbano, compañero de celda de Dot y responsable de una propuesta artística que narra en forma de viñetas las peripecias de un grupo de amigos para llegar hasta ARCO. También nos trae una frágil estructura en forma de andamio coronado por un madero tuneado con dibujos colganderos.
Urbano echa mano de la ironía para reflexionar en torno a la aparente inutilidad de la práctica artística y, ya de paso, denunciar la precariedad en la que se haya instalado (el arte, que no Urbano, desconocemos su situación económica). “Además, creo que mi proyecto dialoga muy bien con esta brisa fantasmal que propone Dot, ¿no crees?”, apostilla el artista.
Andrea Galvani, Anna Dot y Aldo Urbano forman parte de los proyectos englobados dentro Opening, la sección para los descubrimientos de ARCO, una especie de banquillo del arte donde todo son augurios y primeras veces. Por ese enjambre de galerías de reciente formación desfilan ecuaciones bicuadradas, iconografías precolombinas y un diálogo constante con el código, ese magma binario en el que ya no elegimos estar o no. Pocos se escaquean de esa reflexión, cada uno a su manera aborda las interrelaciones entre tradición y modernidad.
Lorenzo Sandoval, de la galería portuguesa Lehmann + Silva, lo hace reflexionando en Shadow Writin (Tukapu / Quipu) sobre los sistemas incas de almacenamiento de conocimiento y la computación tecnológica. A pocos metros de distancia, en la Twin Gallery, Manuel Franquelo Giner ha tenido a bien aplastar un libro de Descartes con una esfera marmórea cuya apariencia simula el pigmento sanguinolento de un trozo de carne de animal. ¿Por qué todo esto Manuel?, ¿por qué Descartes se lleva la peor parte?
Manuel lo explica: “En este libro Descartes afirma que los animales son incapaces de sentir placer y displacer, algo que más tarde la etología impugnaría”. De modo que la bola representa el peso de esa moralidad que justifica el sacrificio de un animal. Una reflexión que el autor estira vinculándola también con el sufrimiento animal en los mataderos y que simboliza a través de un friso con motivos ornamentales revisitados.
Parece que hay banquillo. Las jóvenes galerías emergentes piden paso en un mercado del arte en proceso de concentración. Las macrogalerías parecen imponerse en tiempos turbocapitalistas, mermando así a la clase media de coleccionistas y dejando un reguero de pequeñas –pero procaces– galerías. ARCO reúne 21 de esas galerías y nos invita a transitar por el arte que viene.
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