Unos chillidos de ratones enjaulados compiten de forma intermitente con las palabras de Rodrigo García (Buenos Aires, 1964) en su camerino del teatro madrileño María Guerrero. 'Esta vez se han librado', dice el autor teatral, vestido con unos vaqueros y una sudadera, mientras dibuja en un folio din A3. García suele utilizar animales para sus obras. Los espectadores aún recuerdan el conejo que se freía en un microondas de Versus o el bogavante descuartizado de Accions: matar para comer. De hecho, para Gólgota picnic, cuyo estreno está previsto para el 7 de enero, el creador ha abandonado los ratones pero ha apostado por las lombrices. Ellas formarán parte de un escenario cubierto por 12.000 panes de hamburguesas, una sillita de pícnic, un piano en el que sonará música de Haydn a cargo de Marino Formenti, y una pantalla. Un atrezo que le sirve a García para mostrar, a partir de un texto trufado de frases bíblicas, la violencia de nuestra sociedad y su deshumanización. Con esta obra, el creador atraviesa por primera vez, además, los muros del CDN.
¿Cómo se le aparece la imagen de Cristo para esta obra?
Hay una parte literaria y otra pictórica. La literaria son las Sagradas Escrituras. Yo no soy creyente, pero me apasionan como literatura. Me parecen una fábula impresionante. De la Biblia me interesa su riqueza lingüística, imaginativa, todo ese mundo de demonios, milagros y ángeles. Y también una especie de doctrina del amor como algo imposible. Porque amarse los unos a los otros es algo imposible. El Antiguo Testamento hace hincapié en eso, que, por otra parte, está completamente reñido con la realidad. Nunca nos hemos amado los unos a los otros y nunca nos amaremos.
¿Por qué cree que hemos interpretado el mensaje contrario?
'Mucha gente se une para poder tener una acción social inmediata'
Porque en el fondo nuestra esencia es hipócrita. Hay una gran hipocresía por subsistir, por sobrevivir en sociedad. No sé si el hombre es un animal político, como dice Aristóteles. Al final creo que no. Aristóteles está equivocado. Somos simplemente un depredador más y nos inventamos todas estas reglas sociales.
Pero si cada vez somos más depredadores, más egoístas e individualistas...
Es cierto que esa es la tendencia. Pero en el otro lado de la balanza hay muchas agrupaciones que no creemos en el sistema político, en el sistema democrático, porque es muy difícil creer en él. Hay mucha gente que se une para poder tener una acción social inmediata. Y, por suerte, eso sí parece muy esperanzador.
Hablaba antes del punto de vista pictórico de lo bíblico. ¿Desde el sangriento Barroco?
Me interesa más el Renacimiento por gustos personales. Son emociones que no puedo explicar. La obra que hacemos muestra las cosas que a mí me influyen. Y después hago un tratamiento poético de eso, porque no voy a hacer una tontería biográfica.
¿Su teatro tiene la intención de advertir sobre el ser humano como ser violento? ¿No es usted en el fondo un moralista?
Uno intenta que no, aunque luego caemos muchas veces en eso. Yo me esfuerzo por ser contradictorio en el mismo lenguaje, en la misma obra expresar una cosa y diez minutos más tarde, su contrario. Como una turbulencia en un avión.
¿Y qué pretende que se lleve el espectador a casa?
Se lo pregunto porque viendo sus obras se puede pasar mal. Para esta ya hay un cartel que advierte que puede herir sensibilidades.
Pues me jode muchísimo. Me preocupa que se pase mal. La idea mía no es que se pase mal, porque si lo pasas mal no es un buen estado de recepción y es importante que exista un diálogo. Si se pasa mal será por la educación de cada cual, la moral de cada cual, y lo que cada uno trae al teatro de su casa, sus prejuicios. Pero dime, ¿en qué se pasa mal?
Hay una escena en Versus' en la que una actriz que está embarazada es obligada a beber agua sin parar. Esa escena provoca bastante violencia.
Claro, pero hay que dividir dónde está la ficción y dónde no. Esa actriz se llama Amelia y es batería de un grupo punk y estaba encantada con hacer esa escena. El único problema, y yo insistía bastante en él, es que no se resbalara. Pero, es verdad, tengo la archicapacidad de generar una tensión, pero con cosas muy, muy naíf, ingenuas, donde la violencia no está en ninguna parte. Eso es parte de mi trabajo.
Ahora hay mucha confusión entre la realidad y la ficción. Umberto Eco recibió críticas de los judíos y los cristianos por el contenido de su última novela, El cementerio de Praga'.
Porque la sociedad cada vez está menos preparada para la poesía. Estamos perdiendo la capacidad poética, así que ya es fácil confundir cualquier cosa. El problema son las opiniones explosionadas por los medios de comunicación. Porque desgracia, violencia, eso ha existido siempre. Me parece absolutamente pornográfico que en un telediario salgan problemas personales de fulanito mató a tal. ¡Pero si eso se ha hecho toda la vida! Lo que pasa es que en el siglo XIV no había telediario.
¿No cree en la idea de progreso?
Si me dice que la ciencia médica ha progresado, es cierto. Pero la ciencia médica ahora está curando enfermedades nuevas que son culpa del progreso también. Yo creo que vivimos fatal, horriblemente en las ciudades. Tan despegados de la naturaleza y de la realidad... Vivimos en un mundo artificial en el que nos asusta todo.
Por cierto, ¿en qué cambia esta obra con respecto al resto de su producción? Ahí está de nuevo la violencia, la performance'.
Los artistas siempre pensamos que estamos en transformación. Y si ya has conseguido un lenguaje particular, lo único que te queda ya es depurar la caligrafía. Si alguien tiene un lenguaje tendrá simplemente que ahondar todo lo posible hasta que veaque no puede más y entonces se tiene que retirar. En mi caso, la retirada no está muy lejos. Este será uno de mis últimos pasos.
¿Y qué va a hacer después?
[Larga pausa]. Leer.
Esta es la primera vez que estrena en el Centro Dramático Nacional (CDN). ¿Qué supone para usted?
Me siento normal porque desde hace ocho años mis productores son teatros nacionales de otros países. Como cosa simbólica no me interesa absolutamente nada. Lo único que me importa es que tenga una estructura teatral parecida a la que tienen en los otros centros. Aunque es una suerte y estoy encantado.
Pero el hecho de que le programen, ¿lo ve como un signo de cambio en el teatro público en España?
Absolutamente, no. Ese cambio tenía que haber existido ya y le correspondía a nuestra generación, y nosotros hemos fracasado. Ninguno de mi generación, artistas comprometidos con un nuevo lenguaje teatral, con un lenguaje renovador, ninguno llegamos a tener puestos de gestión, y si nadie llega a eso, que es lo normal en Francia o Alemania, es horrible.
El tapón de la generación de la Transición.
Sí, pero lo que yo creo es que hay un gran descuido político. Un gran descuido de los gestores, no de los artistas. Siempre ha faltado una conciencia de política cultural con el teatro. Han pasado gestores del Partido Popular, del PSOE, y no se nota absolutamente nada. Las estructuras son las mismas y es muy triste. A mí me da igual porque yo ya lo hice todo. Pero la gente que ahora mismo tiene 22-23 años está en las mismas que cuando yo tenía 22 años, y yo tengo ahora 46. Es decir, han pasado 23 años de inmovilismo total.
Además, ahora estamos en época de recortes. ¿Usted los está notando?
No, pero yo he trabajado toda la vida sin dinero. Ahora claro, no está bien. Pero si no hay dinero que no haya para nadie. Que no tenga ni la Compañía Nacional de Teatro Clásico ni el Ballet Nacional. Lo que no puede ser es un reparto del dinero tan triste que siempre se le den las migajas a los artistas contemporáneos, que son los que están hablando de los problemas de hoy y son los necesarios socialmente. ¿Por qué no se les da dinero? Porque los gestores culturales no entienden que el teatro es un servicio público, nadie entiende que es un servicio social.
¿Tiene miedo a que le crucifiquen con esta obra?
No. Es simplemente una obra de teatro. Es inofensiva.
‘Todos vosotros la vais a palmar' (1998)
La idea de la muerte como único futuro cierto ya está presente en esta obra. El texto es de los alumnos del taller de dramaturgia de García en Chile.
‘Conocer gente, comer mierda' (1999)
Producido por su compañía La Carnicería Teatro, el texto incide en la vanidad del ser humano y en que las cosas no van todo lo bien que deberían.
‘La historia de Ronald, el payaso de McDonalds' (2002)
A través de un análisis de McDonalds, García muestra la podredumbre de la sociedad actual.
‘Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba' (2002)
Un vertedero y un hombre desnudo que se afeita para mostrar la abominación del Estado.
‘Cruda, vuelta y vuelta, al punto, chamuscada' (2007)
Los recuerdos de infancia de García a través de una revisión de las murgas carnavalescas.
‘Versus' (2008)
La miseria contra la opulencia o el teatro como una guerrilla están detrás de esta obra.
‘Muerte y reencarnación en un cowboy' (2009)
Una mirada triste y abatida hacia la realidad social.
El contenido
'Los hombres no nos amamos los unos a los otros. Somos depredadores. Y la muerte es el único futuro cierto'. Un puñetazo para el espectador.
El texto
Hay algunas referencias bíblicas. A García le gustan el Eclesiastés y el Libro de Ezequiel por la muestra de las contradicciones del ser humano y su violencia.
La música
Marino Formenti interpreta al piano y al final de la obra ‘Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz', de Haydn. 'Es música espiritual, no religiosa'.
La puesta en escena
Hasta 12.000 panes de hamburguesa cubren el escenario. 'Una representación de la sociedad de mierda', dice García.
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