Una pintada con el lema 'Por un jornal justo' y un crucifijo un poco siniestro son casi las primeras cosas que ven Pedro y Juan nada más llegar a las marismas del Guadalquivir. La pareja de detectives de homicidios ha sido enviada allí para investigar la desaparición de dos adolescentes. Es el inicio de la década de los ochenta, España vive una crisis, los índices de paro son alarmantes, el franquismo ha dejado muchas huellas... y todo ello se agudiza en el sofocante paisaje social y natural de las marismas. Son la atmósfera y la historia de La isla mínima, película con la que Alberto Rodríguez aspira a la Concha de Oro en San Sebastián y con la que apunta a temas muy actuales. Es la primera de las seis películas españolas que se presentan este año en Sección Oficial.
Las fotografías del sevillano Atin Aya sobre los habitantes de las marismas, las imágenes aéreas de Héctor Garrido y su teoría de lo fractal de este paisaje y un libro de Alfonso Grosso y Armando López Salinas que estuvo mucho tiempo prohibido han sido referencia e inspiración para esta película, que también bebe de clásicos del cine, como Conspiración de silencio, de John Sturges; y títulos más recientes como Memories of Murder, de Bong Joon-ho, o los trabajos de David Fincher... Cine negro para hablar de la crisis económica y el deterioro moral y de sus efectos en la sociedad.
Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo son los protagonistas de esta película, un filme que muestra un consistente trabajo de producción, con unas localizaciones espléndidas y unos actores secundarios a destacar.
Al parecer fueron unas fotografías de Atin Aya, de las marismas del Guadalquivir, las que provocaron el proyecto.
Sí. Las fotos de Atin Aya, son fotos de fin de un ciclo. Era la mecanización del campo, la gente se retiraba al pueblo, pero allí quedaban islas. Son unas fotos impresionantes que cuentan muchísimo. Nos pareció, a Rafael Cobos (coguionista) y a mí, el escenario de un western, aunque ahora la película también tiene algo de cine negro. Después de 7 vírgenes nos pusimos con ello, pero lo paramos porque no encontrábamos salida, no funcionaba. Luego vimos el doble documental de los hermanos Bartolomé, Después de... (No se os puede dejar solos y Atado y bien atado) donde aparecía un policía que había sido expedientado por defender la democracia. Fue otra inspiración.
¿Siguiendo esas pistas llegaron a los años ochenta en que ambienta la historia de la película?
Sí. Además, los ochenta, nos dimos cuenta, eran como este 2014, quitando a los militares, se parecía mucho. Había una crisis también, descontento social, se desconfiaba de las instituciones... Entonces e promulgó la ley del divorcio, el papel de la mujer estaba cambiando... Por eso nos pareció, por ejemplo, que era más interesante que fueran mujeres a punto de madurar las víctimas de la historia, porque entonces las mujeres estaban buscando un sitio en la sociedad, antes no podían ni abrir una cuenta bancaria sin permiso de un hombre. En lo de la mujer el punto de vista del país ha tardado mucho ¡y lo que le queda! En lo laboral los datos son mejores. Todavía hay mucho camino por andar y la película está al principio de ese camino.
Los protagonistas son dos policías, un demócrata y uno del franquismo...
Es así porque eso abría una pregunta, claro. La película pregunta, no responde. La elección de los personajes está hablando de las dos Españas y de dos formas de ver la cuestión.
Bueno en eso también se parecen los ochenta a este 2014, ¿no?
Dio la casualidad que cuando empezamos el rodaje saltó la noticia de que una jueza argentina había pedido la detención del ex policía franquista Antonio González Pacheco, ‘Billy el Niño'.
Muchas cosas que están en la película ponen de relieve similitudes. ¿Cómo hemos podido llegar al mismo sitio después de treinta años? La diferencia es que entonces hubo, muy poco después, un golpe de Estado y creo que eso no va a pasar ahora. En los ochenta se terminaron de definir muchas cosas.
¿Diría que la película es, metafóricamente, un retrato del fin de la Transición?
De forma metafórica se puede encontrar en la película un retrato de la Transición. Es evidente que las cosas se hicieron... No hubo un final del franquismo como tal, las cosas no se pusieron en orden. Es una visión de la Transición a pie de calle.
La película presenta una sociedad muy clasista, con gente casi en la miseria y gente muy rica...
La situación se ha democratizado un poco, pero volvemos a estar en unos niveles en que cada vez se separa más el de arriba del de abajo.
Con Grupo 7 se lanzó de lleno al género. Y de aquel policiaco ha pasado al negro. ¿Qué le aporta el género?
Soy muy buen lector y espectador de este tipo de libros y películas. Y Rafael Cobos tiene mucha facilidad para escribir estas historias. Con Grupo 7 esta película tiene en común que hay una historia en la superficie y debajo un mar subterráneo.
¿El ambiente de ese paisaje tan especial cómo ha ayudado a ello?
Ha ayudado mucho. El sitio en sí, cuanto más nos metíamos más interesante nos parecía. Allí, el arroz se recoge de verdad desde la Guerra Civil. Llegaron los fascistas y lo convirtieron en su almacén de arroz en la guerra. Hoy es la plantación de arroz más importante del Sur de Europa en extensión, más que Valencia. Al mismo tiempo, es una zona de refugio en la posguerra, donde no pedían papeles a los peones que iban a trabajar. Es un sitio con una fuerza extraña. Incluso hay un poblado que se llama Queipo de Llano. Isla Mayor, donde nosotros hemos rodado, se llamaba Villafranco del Guadalquivir. Nada de eso se cuenta en la película, pero está en el mar de fondo.
Y ¿ha sido duro rodar allí?
Es un sitio hostil completamente, un infierno, lleno de bichos, con una humedad asfixiante. El libro Por el río abajo, de Alfonso Grosso y Armando López Salinas, prohibido durante mucho tiempo y criticado porque decían que era solo la visión del PCE, nos ayudó mucho. Y nos inspiró también en el guion. La llegada al pueblo es como en ese libro, o lo del crucifijo...
Este año San Sebastián ha apostado evidentemente por el cine español...
El cine español está teniendo un año muy bueno por las cifras de Ocho apellidos vascos, pero tienen que funcionar otras películas también. La situación es catastrófica y no creo que nadie diga ya otra cosa. La gente del cine está trabajando por lo mínimo, es un reflejo de cómo está el país. Nos merecemos que las cosas vayan mejor. Estaría bien que la gente se diera cuenta de que nosotros no estamos aquí para ganar dinero, que eso es mentira, que ahora hay gente trabajando gratis. Pero esto es una profesión, no es un hobby.
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