La aparición de Libertad, en 2010, desató un torneo de elogios. Mantenía su ambiciosa apuesta por el realismo naturalista, que inició con Las correcciones, al construir dos novelas corales donde una familia fallida sostiene el gran edificio. A partir de los arquetipos de un barrio de Saint Paul, cerca de Minneapolis, levanta una mordaz crítica contra los reflejos más perversos de su país envuelto en el nuevo paradigma tras los atentados del 11-S. En su apartamento en el Upper East Side, en lo mejor de Nueva York, habla sobre el gran lanzamiento en España, con la editorial Salamandra, el próximo 6 de octubre.
Libertad' despliega algunas nociones clave de la esencia estadounidense, como la competencia y la libertad, que resultan incompatibles con la familia. ¿Cree que a sus personajes les cuesta sacrificarse?
Hay una dimensión muy cruda de la libertad en el sistema de consumo expuesto salvajemente en mi país. Se dice que la única libertad a la que nadie puede renunciar es la de elegir entre todas las variantes de un mismo producto. Deploro la idea superficial de libertad para vendernos cosas o para publicitar una mala política exterior. El epítome de esa libertad es el automóvil, centro de la cultura estadounidense que nos esclaviza y símbolo supremo de las elecciones. La tecnología digital puede ser su prolongación. Pero si uno mira la vida real de las personas, la ve oprimida y atrapada por esas decisiones y esos bienes supuestamente liberadores. Cuando uno analiza esa forma espuria de la libertad, ve que el primerísimo factor que la obstaculiza es la familia. Estamos esposados a una familia, es lo único que no elegimos. Eso duele porque hoy todos tenemos el impulso adolescente de ser libres, de reinventarnos, y la familia nos plantea un obstáculo y una frustración.
En este libro aborda la actualidad y dibuja los avisos de la crisis financiera. Ha tratado la imposibilidad de la transmisión de valores, la derrota del esfuerzo individual, la corrección política como autoconsuelo... ¿Es la novela el género que mejor contiene una época?
No creo que sea el único, pero sí que sus desventajas son sólo aparentes. En principio la desventaja aparente de la novela para contener la época es que lleva un largo proceso escribirla. Y el autor vive preocupado, porque el tiempo corre mientras él sigue estancado en resolver tal o cual detalle nimio. ¡Llegará tarde con su obra! Paradójicamente, es su ventaja rotunda. En el aislamiento de la escritura, al dejar que sólo un rayo mínimo de actualidad entre en el encierro, se percibe mucho más que cuando uno anda por ahí afuera escribiendo blogs, tuiteando y mirando televisión todo el día. Aquellos que viven volcados en el presente tienen mucha mayor dificultad para atender a lo que de verdad está pasando. La novela no sólo es escritura lenta, también exige gran cantidad de tiempo del lector, eso da la oportunidad de tomar distancia de nuestra acosadora cultura del presente.
'El escritor hoy está obligado a crear historias que atrapen'
Le llevó casi siete años concluir esta, no hay presente que dure tanto.
Así es. ¡Cada novela me lleva un promedio de dos administraciones!
Pero la tendencia es otra, con una ráfaga de novelas breves, a razón de una por año, a fin de estar siempre entre las novedades.
'Intento dar respuestas a través del estudio de mis personajes'
La novela larga tiene mucho que ver con mis preferencias de lector. Cuando me gusta un libro y lo paso genial, no quiero que acabe.
De ahí su gusto por la novela clásica rusa. En Libertad' hay referencias directas a Guerra y paz'.
Siempre voy a las grandes novelas del siglo XIX como uno de los modelos más aptos. Me encanta sumergirme y volver a las páginas, empezando con Dostoievsky y siguiendo con Proust, Thomas Hardy y Faulkner. Algunas novelas de Bellow lo logran también. Soy un fanático de William Faulkner, el tipo que estuvo en el momento justo y en el sitio indicado para crear esos libros increíbles. Aunque estén enclavados en el pasado, en los personajes de Faulkner siempre aparecen las ansiedades contemporáneas sobre la clase social, la cuestión racial y la sexualidad, con una modernidad impresionante. En los alemanes modernos, todas las cuestiones psicológicas, esa materia profunda, sale a la superficie. Me interesan esos modelos para describir el paisaje social. Y lo hago porque puedo y me divierte mucho, no porque me proponga ser espejo de la realidad. D. H. Lawrence, por ejemplo, no está entre mis favoritos: él se acercaba a esa materia innombrable, tanteaba el camino, pero no lo hacía con humor. Quizá era demasiado sincero, ¿no? La ficción se volvió profunda con ellos.
Parece que le ha sido inevitable analizar el 'lado oscuro' de la política exterior de EEUU.
Bueno, es que en los últimos años hemos sido grotescos, ¿no? Durante la Administración de G. W. Bush, la política exterior y la nacional eran dos caras de la misma moneda. El corolario final en esos años era que ya no necesitábamos gobiernos: sólo necesitábamos corporaciones sólidas para asegurar intereses comerciales en el extranjero. Una de las cosas más llamativas del capítulo Irak es que reveló el grado al que se privatizó la guerra. Se combatió por razones puramente comerciales. Esa fue una actitud muy distinta de la habitual. Sí, creo que ese es nuestro 'lado oscuro', y que Barack Obama marcó un gran cambio en esa materia. Nuestro propósito no debe ser quitar otros países a empujones. Para aquellos que creen que el mundo se reduce a una gran corporación, Obama es un obstáculo.
¿Cuáles son los ingredientes del hombre que más le intrigan?
¡Uy! ¡Son tantos! Pero seguro que no son los hallazgos que The New York Times pone en su portada. Que la infancia se haya abreviado tanto me intriga, por ejemplo. Hoy la adolescencia comienza a los 10 años y se prolonga casi hasta los 70. Yo seguiré vistiéndome con ropa de adolescente durante muchos años. La reinvención de la enfermedad me sorprende, la decisión de dejar que nos interpreten como enfermos. ¿Qué significa tener 50 años y vivir inmerso en una cultura fabricada para consumidores de 19 años? Esas son preguntas que me apasionan, son las que se hacen los escritores y seguirán siendo noticia en el futuro. Intento dar respuestas a estas cuestiones a través del estudio de mis personajes. Es muy difícil y lleva tiempo crear personajes complejos que, al mismo tiempo, sean creíbles. Esto siempre supone confrontar la vida fragmentada y hueca de nuestra cultura electrónica con un entretenimiento que les recuerde a los lectores la verdadera complejidad, la plenitud y las contradicciones de sus vidas.
'Entendemos la familia como un obstáculo para ser libres'
En ese sentido, internet no ayuda demasiado...
Internet opera tan al minuto que no da tiempo a pensar. Es otra distracción, un mecanismo que fragmenta la vida de la gente y le impide concentrarse por sobreestimulación. Es como la Coca-Cola: un hábito que engorda, te pudre los dientes y ni siquiera alimenta. A mí me preocupa cómo construir un libro que la derrote. Estamos obligados a crear historias que atrapen. La adhesión del lector ya no es automática, debemos encontrar procedimientos para recrear nuestro oficio obsoleto.
¿Diría que su apego y maestría en el realismo es el motivo de la adhesión de esos lectores impacientes?
Si me demoro tanto en la escritura es porque procuro servir a varios amos... Soy un lector que disfruta mucho de la novela modernista, pero también de esa historia que te atrapa y devoras. Estoy convencido de que hay muchos lectores como yo: quieren algo formalmente desafiante pero, al mismo tiempo, divertido. Supongo que hay una negociación para satisfacer a los dos tipos de lectores.
¿Cómo lograr esas ficciones que atrapen?
Es una época en que los novelistas ya no podemos dar al lector por sentado. Podemos asumir dos posiciones: desestimar al lector, pensar 'Soy un artista y estoy cada vez más comprometido con mi arte'. O bien agudizar la imaginación para involucrarlo en nuestras historias. Sin duda, la gran ventaja de EEUU es la dimensión del mercado y su capacidad económica. Quiero decir, esto nos permite a los escritores pergeñar libros innovadores y aún conseguir una masa respetable de lectores, que además pueden pagar lo que cuesta el libro. Si el 10 % de la población en edad de leer compra tu libro, está más o menos resuelto. Cuando voy a Europa de promoción y menciono esto, me siento un escritor vendido, un tipo al que le interesa más el dinero que la literatura, cuando no es así Al mismo tiempo, soy consciente, al examinar la historia de la lectura, de que esta es una distinción muy nueva. Hace cien años no existía la figura del escritor vendido. No existía para Charles Dickens ni para Dostoievski. Sólo existían los escritores. La vanguardia fue y es formidable, pero estoy convencido de que hoy no alcanza para que el proyecto de la novela siga vivo y potente, sino para que se convierta en una forma artística muerta.
Son conocidas sus peleas con la generación que lo precede. Recuerdo su furia cuando Ian McEwan dijo que en EEUU ya no quedaban autores 'serios', salvo Philip Roth.
No soporto la pretendida honradez moral de los autores llamados 'serios'. Hay literatura popular extraordinaria y literatura seria muy pesada. Ian McEwan puede ser considerado un autor serio o Coetzee... Updike nunca me gustó. La moral es algo tan importante que uno no debería ponerse serio en ese asunto. Ante la moral, es mejor asumir un espíritu juguetón. Pensemos en Alice Munro, mi escritora viva favorita: sus personajes no se conducen con corrección y ella no los juzga. Y cuando me gusta un escritor, me gusta todo lo que escribe. Hace poco releí El teatro de Sabath, de Roth, me gustó a pesar de que me salté unas 40 páginas... Los libros suyos que más me gustaron fueron Goodbye, Columbus o El lamento de Portnoy. Es decir, los primeros. Roth es un escritor bastante malo que, no obstante, consigue ser una figura heroica. Me irritaría que le dieran el Nobel por su escaso valor artesanal, pero de algún modo se lo merece. Falla en los principales méritos del novelista: no sabe crear personajes salvo a él mismo y es un dialoguista penoso. Pero una vez que se pone en marcha llega a lugares insospechados. Siempre mantiene el humor, y eso está bien. ¡Que le den el Nobel, después de todo!
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