madrid
Actualizado:Un lobo con piel de etarra. El apodo se lo puso un superior: si la operación sale bien, le advirtió, te pasarás el resto de tus días huyendo, escondido, sintiendo el escalofrío del plomo en la nuca.
Tendrás que vivir como un lobo.
Reclutado por la inteligencia española en los setenta, Mikel Lejarza Eguía (Villaro, Bizcaia, 1951) escaló en ETA político-militar hasta convertirse en su jefe de infraestructura.
Gracias a sus informaciones, en 1975 las fuerzas de seguridad desarticularon a la cúpula de la banda terrorista y detuvieron a decenas de militantes. Desde entonces, Mikel no existe.
Hoy ha dado la cara: "Ojalá hubiera recibido una bala en mi cabeza si hubiera evitado lo que ocurrió después de la operación Lobo". Porque ETA, tras la muerte de Franco, siguió matando. Los muertos se cuentan por centenares.
Con peluca, barba postiza y gafas de sol, Mikel Lejarza ha presentado entre fuertes medidas de seguridad el libro Secretos de confesión. 50 años de la operación Lobo (Roca Editorial). Tras contar su vida en Yo confieso, también coescrito junto al periodista Fernando Rueda, ahora hablan sus hermanas y sus compañeros en los servicios secretos.
Al Lobo le cuesta echar la vista atrás y recordar. Prefiere mirar hacia delante, aunque tenga que girar la cabeza para cerciorarse de que no lo persigue una sombra. Cada etarra, cuenta la leyenda, llevaba consigo una bala reservada para él.
ETA ha desaparecido, pero no olvida a Denis Donaldson, un infiltrado en el IRA al que mataron con una escopeta de caza en 2006, cuando el Ejército Republicano Irlandés había cesado su actividad armada. Tampoco a Salman Rushdie, acuchillado el pasado agosto, más de treinta años después de la fetua del ayatolá Jomeiní.
Su sentencia de muerte, asegura, no ha caducado: sigue siendo el objetivo número uno de la banda terrorista. Si todavía hay una bala reservada para el Lobo, Mikel lleva el cargador completo. "Lo que yo quería no lo pude hacer: terminar con ETA".
Él había propuesto simular un intento de arresto, un tiro en el brazo, una huida desesperada. "Me escapo a Francia y allí termino siendo el jefe. ETA habría acabado", pensó. Sin embargo, detuvieron a todos sus compañeros, excepto a él. Su cabeza, en una diana.
Tras la captura de la cúpula de la banda terrorista, un cartel estampa las calles de Euskadi.
SE BUSCA
Miguel Legarza Egia "Gorka" - "El Lobo"
Nacido en 1951. Altura 1,73 aprox. Peso 45 kg. Pelo castaño. Lunar en la mejilla. Complexión física: normal
EL PUEBLO VASCO NUNCA PERDONARÁ
Fue lo primero que vieron sus hermanas cuando salieron de casa. No sabían que Miguel era un infiltrado. El novio de una de ellas, temeroso, la dejó.
"El día después es todavía peor. Ya no eres nadie. Lo has perdido todo: tu familia, tus amigos, tu identidad".
El Lobo, en la lobera. Nadie conoce su paradero, se somete a una operación de cirugía estética, deja una madriguera por otra, sigue trabajando en la lucha contra ETA.
"Mi mujer y mis hijos han tenido una vida de silencio, una vida de esconderse, una vida de cambiar continuamente de domicilio. Como los caracoles, con la casa a cuestas".
En un vídeo promocional emitido este jueves durante la presentación del libro, en un céntrico hotel de Madrid, reconoce que cuando estaba infiltrado debía olvidarse de su familia: "Si llego a pensar en ello, no habría vivido".
Era un agente negro: "El que busca información para los servicios secretos, hace los trabajos difíciles y, si tiene un problema, se lo comen. Realmente, el verdadero espía".
Consciente del peligro, un jefe del servicio de inteligencia le había dejado claro: "Te hemos puesto el nombre de El Lobo porque, si sale todo bien, tendrás que vivir como los lobos, siempre escondido, en las sombras. Si sale mal…". Mikel no quiere imaginarse qué hubiesen hecho con él.
Los militantes de ETA se tragaron que "el vasco de los cien apellidos vascos", como lo define Fernando Rueda, era uno de los suyos. Lo descubrieron porque las fuerzas de seguridad decidieron que no continuase haciéndose pasar por uno de ellos, pero durante tres años logró mimetizarse en la banda terrorista: "Todos los ángeles de la guarda de Kennedy los he tenido yo".
Hasta la guardia civil y la policía —española y francesa— desconocían su existencia. Podría haber caído por el fuego amigo o por una bala enemiga.
"Cuando los descerebrados de ETA militar se hacen con el poder, liquidan a los que querían reinsertarse", recuerda el Lobo, quien tiene palabras no solo para las víctimas del terrorismo, sino también para los "daños colaterales" que no entran en la estadística: los "pobres jóvenes" agentes destinados a Euskadi "que se suicidaban por la presión".
Fue el primer mensaje que lanzó Mikel Lejarza en cuanto apareció, rodeado de unos voluminosos guardaespaldas, en un salón abarrotado por el que se deambulaba un perro policía: "Vosotros habéis derrotado a ETA". Palabras de agradecimiento a las fuerzas de seguridad del Estado, a quienes atribuye el fin de la banda armada gracias a su "sacrificio y abnegación". Una misión que terminó con "familias destrozadas".
Ahora, tiempo después, el Lobo establece una comparación: "Los etarras pueden viajar por España tranquilamente, visitar a sus familias, ir a las bodas de sus hermanos y a los entierros de sus padres… Ellos pueden estar incluso en el poder, pero yo no puedo ir al País Vasco ni pasearme por allí, ni tampoco la policía con uniforme. Entonces no se ha terminado ETA", concluye Lejarza, convencido de que tras el alto el fuego "ahí queda la simiente, y será muy difícil que desaparezca".
El Lobo quiso dejar huella, aunque pudo morir como un etarra cualquiera, como sugirió un general. Habrían matado al mito en el que luego se convirtió. Sin embargo, durante la operación Lobo, fue consciente de que corría peligro, una amenaza que acechaba por ambos lados. "Tras un éxito inesperado, te conviertes en un agente molesto y no saben dónde colocarte".
Una moneda al aire. Cara. La cruz, como la que él lleva siempre consigo, era la muerte. "Echamos a suertes quitarte de en medio", le confesó tiempo después un superior.
"Nunca pensé que iba a llegar a esta edad. Aunque me veáis con estas pintas, porque no me queda otra, pendiente de si se me cae la barba o la peluca", ironiza el Lobo, el hombre que tuvo que dormir con la luz encendida para espantar las pesadillas, el hombre perseguido por las sombras del pasado: "Siempre me siento vigilado, pero no puedes vivir con miedo". También el hombre al que el exdirector del CESID Javier Calderón tildó de juguete roto", pese a que gracias a él "tenía la pechera llena de medallas".
Fernando Rueda mete la mano en el bolsillo: "Esta bala lleva esperando cincuenta años".
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