MADRID
El cineasta argentino Gastón Duprat, arropado por su compañero de fatigas Mariano Cohn —esta vez desde la producción—, insiste en machacar la arrogancia de artistas e intelectuales y la desvergüenza de agentes culturales y mercaderes del arte. Martillo de falsificadores y farsantes, esta vez ha apuntado contra el mundo de las artes plásticas en Mi obra maestra, una comedia oscura y ácida protagonizada por Luis Brandoni y Guillermo Francella que, como casi siempre, están espléndidos.
En este mundo en el que la obra de un artista muerto vale mucho más que cuando estaba vivo —aunque hayan pasado solo unos pocos minutos de su fallecimiento—, es decir, en el paraíso de la especulación artística, viven los dos personajes de esta sátira. Uno es Renzo, un pintor que ha perdido la gloria que alcanzó en los ochenta y hoy está al borde de la ruina. El otro es su gran amigo Arturo, un tipo encantador, galerista muy al día, es decir, sin escrúpulos que valgan.
Un hábito insufrible
El tono sarcástico que ha mimado hasta ahora la pareja Gastón Duprat – Mariano Cohn se suaviza en esta película, primera en solitario del director y en la que éste ha apostado por descansar un poco de la divertida y maliciosa tendencia de descubrir los más deplorables vicios del ser humano para sustituirla por otra un poco más positiva que, finalmente, concluye en un canto feliz al enorme valor de la amistad.
De lo que no ha podido desprenderse Duprat es de su recelo a ciertos intelectuales, artistas y estrellas de la cultura revestidos de un aura de superioridad moral. Un hábito insufrible que él, sobre el guion escrito por su hermano Andrés Duprat, se empeña en triturar hasta dejarlo convertido en el polvo de una promesa. Y para ello tiene a Renzo y la complicad del actor Luis Brandoni.
Disfrazado de artista que solo atiende a las plegarias del arte puro, se niega a entrar en el circuito de los encargos. Lo último que haría sería pintar un cuadro para el vestíbulo de una multinacional. ¡Faltaría más! Él es un artista. Así que está en la ruina y vive, fundamentalmente, de su propio ego, de su perseverante inclinación por la vida bohemia pasadísima de moda y por la esperanza de conseguir buenos ratos con su novia, una de sus jovencísimas alumnas.
Arrogancia e hipocresía
La otra cara de la moneda es el mundo que se refleja a partir del personaje de Arturo. Este se mueve como pez en el agua en el caprichoso mercado del arte, universo de la especulación de la cultura, de la mercantilización y de la estafa. Guillermo Francella concede todo su encanto y también su facilidad para transmitir dobleces a este galerista, un tipo que se ha hecho rico porque entendió muy pronto que hoy el arte vale más por cualquier cosa —sobre todo como moneda de cambio en mercados negros o como mercancía muy apropiada a movimientos especulativos— que por su belleza.
Y en el fondo de esta historia, Gastón Duprat en realidad de lo que se preocupa es de mantener a flote la vieja amistad y de denunciar, una vez más, esa extendida manía del ser humano de pensar una cosa, pero decir y hacer luego otra muy diferente. Así, la arrogancia, la hipocresía y los malditos intereses económicos se convierten en los enemigos de los dos protagonistas.
Arquitectura, literatura y arte
Coproducción entre Argentina y España (Mediapro), Mi obra maestra es la tercera entrega de una nada complaciente ‘por ahora’ trilogía que comenzó con El hombre de al lado, desternillante comedia negra construida sobre una ventana, el único edificio diseñado por Le Corbusier en Iberoamérica, la Casa Curutchet. Aquella les valió dos premios en Sundance.
Con la siguiente, El ciudadano ilustre, el protagonista Óscar Martínez se alzó con la Copa Volpi en Venecia y la película ganó premios en la Seminci, el Goya a la Mejor Película Hispanoamericana y el Premio Platino. Un Premio Nobel volvía a su pueblo, allí la soberbia moral del creador que tanto desprecia Duprat chocaba violentamente con la ignorancia y la falta de sensibilidad cultural de sus paisanos.
De la arquitectura a la literatura y de ésta a la pintura, Gastón Duprat sigue zarandeando a intelectuales y artistas. Personajes que en Mi obra maestra —Premio del Público en Seminci— tienen fijada una fecha de caducidad mucho más temprana que la de su propia obra.
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