Baricco se queda absorto ante el paisaje industrial de las afueras de Gijón. 'En mi cabeza siempre estoy trabajando', había dicho el día anterior el escritor italiano, instantes antes de salir al escenario del Teatro de la Laboral de Gijón junto a Marlango. Y en la furgoneta, camino del aeropuerto, mira el humo de las fábricas como un niño mira a un mimo. Se va de Gijón, deja atrás una fenomenal intervención en el festival Palabra y Música, pero Alessandro Baricco sigue trabajando.
¿Cómo han ido las actuaciones con Marlango?
Genial, una gran experiencia. El público ha sido muy respetuoso y con el grupo he conectado sin problemas.
No era su primera aventura musico-literaria...
No, llevo diez años haciendo este tipo de espectáculos en Italia. Para mí es algo bastante natural. Obviamente, en España teníamos la barrera del lenguaje, pero creo que hemos conseguido comunicarnos bien con la audiencia.
Literatura, cine, música... ¿Por qué tanta actividad?
Mi trabajo es escribir libros, pero me es imposible estar escribiendo todo el tiempo. Es un trabajo duro, muy solitario. Necesito hacer otras cosas que me lleven a la superficie y trabajar con otros artistas. También me motiva conocer al público. Cuando escribes libros el contacto con el público es sólo teórico. A veces es bueno estar delante de la gente.
¿Qué le aportan el cine y la música?
Una especie de felicidad, la emoción de las actuaciones en vivo, la relación con otros talentos, aprender otras habilidades, ver cómo trabajan otros artistas... Y el placer de trabajar con otro lenguaje. Es un reto y me ayuda a estar vivo.
¿Cómo se siente sobre un escenario?
Si puedo hacer lo que yo quiera, algo que me haga estar cómodo, es un placer. Me resulta más fácil estar en el escenario que en la vida. Soy capaz de decir cosas que nunca diría en mi vida diaria. Y también, no lo voy a negar, me estresa.
¿Se pone nervioso?
Sí, pero no es por el público, sino por la necesidad de conseguir concentración.
¿Cómo surgió lo de Marlango?
Elegí a Leonor Watling como actriz para la película que he dirigido y nos entendimos muy bien. Es una mujer inteligente, muy lista y agradable. En el rodaje descubrí que tenía una banda de música. Cuando el festival Palabra y Música me llamó, pensé que sería perfecto que la música la pusiera Marlango.
¿Cómo lo han preparado?
No hemos tenido mucho tiempo. Un encuentro en Madrid para elegir los textos y otro en Sevilla, antes del festival. Con los músicos, un día es suficiente para saber si funciona o no. Si no funciona en un día, no funcionará nunca.
Sorprende que no haya elegido ningún texto propio.
No me gusta, lo siento como una repetición. Además, tenía muchas ganas de leer algo de Beppe Fenoglio, un escritor de mi ciudad, Turín, que es un autor fundamental en Italia, pero poco conocido en el extranjero.
Dígame algo que haya aprendido en este trabajo con Marlango.
He comprobado una vez más que existe un lenguaje común entre músicos y escritores, que se entienden con mucha facilidad.
¿Y qué música escucha?
Durante muchos años ópera y música clásica. Ahora escucho casi de todo, depende de lo que esté escribiendo.
¿Escucha música mientras escribe?
Sí. Y de todo. Lo mismo puede ser Bruce Springsteen que Nina Simone o una ópera.
Usted tiene una escuela de escritura. ¿Se puede aprender a escribir?
Se puede aprender a escribir mejor. Intento que los estudiantes mejoren su escritura sin que pierdan su voz única, irrepetible y original. Los maestros tienen que enseñar a los jóvenes, pero con cierta distancia, sin aproximarse demasiado.
Alessandro Baricco y Marlango cerraron el domingo en el Teatro de la Laboral de Gijón la cuarta edición del Festival Palabra y Música. La idea básicamente era la siguiente: Baricco recitaba y Marlango le acompañaba con música de fondo. El escritor, centro y fundamento del espectáculo, eligió textos de Hubert Selby Jr., Osvaldo Soriano o William Saroyan; pero destacó especialmente uno de Beppe Fenoglio, un autor de su ciudad, Turín, que le permitió introducir al público en la atmósfera de su tierra.
Parecía que Baricco había nacido sobre un escenario... Y que Marlango se subían a él por primera vez. La Watling se encogió al lado del italiano. Más que recitar, interpretó los textos (de forma bastante impostada). El control de su cuerpo y del movimiento sigue siendo una asignatura pendiente. Sus compañeros de aventura, Alejandro Pelayo, Oscar Ybarra y Vincent Huma, pecaron de clásicos y obvios.
En las alturas, Baricco hacía vibrar. Suelto como un jilguero en libertad, derrochó emoción con limpieza y elegancia. Las señoras mayores que minutos antes habían abucheado la sucia crudeza del poeta punk John Cooper Clarke –un notable para él también–, fueron transportadas por la voz de Baricco a ensoñadores parajes de mares, ballenas, frentes de guerra y ciudades lluviosas.
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