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MADRID.- La España de Mariano Rajoy, la de la represión y la Ley Mordaza, con la detención y encarcelamiento de los titiriteros Alfonso Lázaro y Raúl García, se ha retratado. En nuestro país hoy la cultura y el arte son sospechosos, y los veteranísimos personajes de don Cristóbal y los títeres de cachiporra son cómplices de algún supuesto delito. Tal desmán es comparable a otras graves atrocidades cometidas a lo largo de la historia y que, tristemente, siguen vigentes en muchos rincones del mundo. El director indio Chaitanya Tamhane hace su propia denuncia de esta criminalización de la ficción y la creación en su premiadísima ópera prima, Tribunal.
Mejor Película de la Sección Orizzontti y Mejor Ópera Prima en el Festival de Venecia, esta producción ha ganado decenas de premios. Son distinciones que reconocen no solo el valor artístico de la obra, sino también su interés social, político y cultural. Vira Sathidae, un activista de derechos democráticos que debuta en el cine como actor es el protagonista. Interpreta a Narayan Kamble, un cantante popular, ‘el poeta del pueblo’, al que detienen y acusan de haber inducido al suicidio con la letra de una de sus canciones a un obrero de las alcantarillas de Bombay.
A partir de ahí, desde tan surrealista acusación, la película va completando el retrato de un sistema judicial injusto, que deja ver la corrupción política, los prejuicios de clase, la intolerancia ideológica… Es un panorama de la burocracia que recuerda inmediatamente a Kafka y que ayuda a rematar el dibujo del gobierno represor de India.
Chaitanya Tamhane, que ha rodado en marathi, guyaratí, inglés e hindi, y ha probado así la riqueza cultural de Bombay, se puso en contacto e investigó muchos juicios a activistas culturales de todo el país “que fueron perseguidos por sus ideologías y no por sus acciones”. Son casos que remiten ahora al de los titiriteros españoles encarcelados cinco días y cinco noches o al del artista chino Ai Weiwei, perseguido desde hace años por el gobierno de su país. O a los de decenas de cineastas y músicos que son detenidos, torturados y encarcelados en Irán… O a Bansky, ‘buscado’ en Europa y EE.UU., donde al mismo tiempo intentan sacar tajada de su arte callejero.
Y antes, Joseph MacCarthy, que arruinó la vida de decenas de creadores. Puso en sus listas negras a algunos de los más grandes, Orson Welles, Bertolt Brecht, Allan Ginsberg, Charles Chaplin… Y Franco, Hitler, Stallin, Mussolini, Pinochet… Todos, absolutamente todos los dictadores de la Historia han perseguido a las mujeres y los hombres de la cultura y el arte.
Perseguidos en la Cuba de Castro
El pintor y cineasta neoyorquino Julian Schnabel contó en Antes que anochezca (2000) la persecución que sufrió el escritor Reinaldo Arenas en la Cuba castrista. Javier Bardem, en uno de sus mejores trabajos, estuvo nominado al Oscar y al Globo de Oro por esta interpretación, la de un rebelde, dispuesto a perseguir la libertad artística, política, sexual… a pesar de censuras y persecuciones.
La Cuba de Castro era también el escenario de Fresa y chocolate (1994), la película más celebrada de Tomás Gutiérrez Alea, descubrimiento en España de Jorge Perugorría y Vladimir Cruz, en la que se contaba la historia de amistad de un estudiante del partido y un artista homosexual acosado por la homofobia salvaje del gobierno.
De Zola a Allen Ginsberg
El cine se ha ocupado también de narrar el acorralamiento al que sometieron a uno de los suyos, Pier Paolo Pasolini, un intelectual imprescindible que representa a la perfección al artista revolucionario enfrentado al poder. Hace muy poco, Abel Ferrara volvió sobre esta historia con Pasolini, una película protagonizada por Willem Dafoe y estrenada en Venecia.
En La vida de los otros, soberbia ópera prima de Florian Henckel-Donnersmarck, se mostraba cómo el servicio de inteligencia de la Stasi, en la desaparecida República Democrática Alemana, espiaba a una pareja de artistas, un escritor y una actriz. El filme estaba protagonizado por Ulrich Mühe, que había sufrido en su propia vida la experiencia del escritor de esta historia.
El británico Stephen Fry no se ha desprendido nunca del personaje de Oscar Wilde, otro intelectual incómodo para el poder, desde que le dio vida en la gran pantalla en la película Wilde (1997), de Brian Gilbert. El filme recorría la vida del irlandés hasta la cárcel (acusado de ‘indecencia grave’) y su muerte en París.
Emile Zola, en el clásico de William Dieterle, de 1937 con Paul Muni en el papel principal; el dramaturgo Joe Orton, en la magnífica Ábrete de orejas (1987), de Stephen Frears; Allen Ginsberg, interpretado por James Franco en Howl (2010)… Son historias de esos geniales artistas perseguidos por la intolerancia que el cine ha recuperado.
En el cine español
En España, Carlos Saura, con la complicidad de un inmenso Juan Diego, relató en La noche oscura (1989) el encarcelamiento que sufrió San Juan de la Cruz por sus ideas para reformar la Iglesia católica. Un año después, el cineasta firmó la inolvidable ¡Ay, Carmela!, ganadora de trece premios Goya y en la que mostraba las penurias de una compañía de cómicos republicanos que por equivocación van a parar a la zona nacional, donde les hacen prisioneros. Por culpa de la censura franquista los artistas de una compañía de zarzuela eran también detenidos en La corte del faraón (1985), de José Luis García Sánchez. Y Jaime Chávarri llevaba al cine la persecución y obligado exilio del cantante Miguel de Molina en el franquismo en Las cosas del querer (1989).
Hoy, muchos años después de aquellas historias, cuando creíamos habernos librado de la despreciable censura, resulta que unos comediantes y sus títeres de cachiporra han terminado entre rejas. Indecencia, incitación al suicidio o enaltecimiento del terrorismo, cualquiera de ellas sigue siendo muy mala excusa para atacar la libertad de expresión.
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