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MADRID.- Joaquín Oristrell vuelve a ponerse a la cabeza de una película de guerrilla, cine combativo con el que hacer frente a estos tiempos y con el que denunciar sus abusos. Con Hablar, un experimento que nació de un taller teatral en la Sala Mirador, ha dibujado “el retrato del estupor” de la España de la crisis. Un único plano secuencia, un conjunto de intérpretes muy conocidos y el barrio de Lavapiés singularizan este proyecto.
Cada actriz y cada actor, con dos o tres excepciones, ha construido a su personaje atendiendo a una sola premisa, que representara algo de la situación de la España de hoy. La cámara sigue sus peripecias una noche de verano en el barrio madrileño. El resultado es un reflejo de la crisis económica y de la laboral, pero también de la psicológica, de la emocional, de la crisis ética y de la política… Y de la del cine. Esta película, que no ha contado con una producción convencional, sirve de espejo a la situación del cine hoy. “El cine ha reproducido lo que pasa en la sociedad, la diferencia entre las películas ricas y las películas pobres cada vez es más abismal y esa es una de las cosas que más me indigna, que cuanta más gente lo pasa mal, más gente lo pasa mejor”.
Raúl Arévalo, Marta Etura, Juan Diego Botto, María Botto, Nur Levi, Antonio de la Torre, Secun de la Rosa… son solo algunos de los intérpretes de este experimento, a medio camino entre el teatro y el cine, y en el que todos han trabajado “para dar voz a los ciudadanos”.
¿Todo este experimento nació con la intención de hacer un retrato de la España de hoy?
Sí. Yo lo llamo el retrato del estupor, de la perplejidad. Todos hemos sido y somos muy conscientes de la crisis, pero no tanto de los robos sistemáticos y de los sustos con que nos íbamos a desayunar cada día cuando abriéramos el periódico. Y esa perplejidad nos ha dejado en un estado de orfandad. ¡Si es que todo eso lo han hecho las personas que nos tienen que cuidar, que se tienen que ocupar de nuestra Sanidad y de la Educación…! Ante esa perplejidad la gente habla. Y el ciudadano está tomando la palabra. De hecho en estas elecciones así ha ocurrido y se han llevado algunos sustos.
Hablar es cine combativo, una cosa que ya ha hecho usted antes (Sin vergüenza, Los abajo firmantes…). ¿Lo siente como un deber?
Bueno, es que nosotros, aunque tenemos muchas dudas, hacemos las cosas porque creemos que son útiles. Luego las recibirán 3 o 3.000 personas, pero nuestro trabajo, el de todos, el de los periodistas también, es el de ser testigos de nuestro tiempo. Tenemos que hacer ese trabajo y hacerlo de la manera más honesta y menos manipuladora posible.
Ha habido en los últimos años muchos que han criticado ‘a los del cine’ precisamente por eso.
Sí, han criticado a los del cine y a los del teatro por meterse en cuestiones políticas, pero es que no se dan cuenta de que ese es nuestro trabajo. Nosotros trabajamos con la palabra y de las palabras salen muchas cosas. No podemos ser ajenos a nuestro tiempo, además, nosotros debemos ser responsables de lo que le damos a la gente. En otros momentos se ha dicho mucho eso de que hay que dar a la gente lo que quiere, pero yo no estoy para nada de acuerdo con eso. Hubo una época en que la gente quería ejecuciones públicas y eso no significaba que hubiera que dárselas.
Hablar no es una película convencional en el sistema de producción y de financiación, es cine de guerrilla. Supongo que no es esa la forma en la que usted quiere hacer películas, ¿tiene esperanza en el futuro del cine español?
Lo que pasa con el cine español es lo mismo que pasa con el país, la diferencia entre las películas ricas y las películas pobres cada vez es más abismal. Unas películas juegan en la liga del Barça y del Real Madrid, que son las que producen Tele 5 y Antena 3, y luego está el resto que vive en condiciones muy precarias. Son los dos polos. El cine ha reproducido lo que pasa en la sociedad, y esa es una de las cosas que más me indigna de toda esta situación, que cuanta más gente lo pasa mal, más gente lo pasa mejor. ¡Es de un egoísmo…!
Volviendo a la idea de retrato de la crisis, la película muestra diferentes tipos de crisis, la económica, la laboral, pero también la emocional… ¿cómo se ha equilibrado eso?
Algunas historias de la película se resuelven, pero la mayoría son más impresiones. Hay historias minimalistas, como la de esa mujer borracha que se encuentra con un alumno y de la que no se explica nada. Detrás de esa mujer podría haber una película, ¿la han despedido? ¿no cree ya en lo que hace? Tenemos mucha gente como ella, desesperados, por la calle… O como el personaje de Secun de la Rosa, un tío que se pone a hablar de los viajes que va a hacer… la mezquindad de ese personaje, un directorcillo de un hotelillo… es un tipo de personaje que también tenía que estar ahí. No todos tenían que ser personajes combativos.
Hay algunos muy claros, como el de Marta Etura, una mujer que no encuentra trabajo a la altura de su preparación…
Sí, la crisis económica y la laboral, pero también es interesante porque es una persona que habla y no escucha, y ese es uno de los problemas que tenemos en España. Aquí largamos como periquitos, pero no escuchamos nada, de ahí que eso de llegar a pactos esté siendo tan difícil.
¿El conjunto final no trasmite demasiada amargura?
Puede ser, aunque en el Festival de Málaga la gente se reía a carcajadas. Es verdad que la película tiene amargura, pero también tiene momentos que se permite el humor. Y yo quería un final esperanzador, que la palabra finalmente brillara.
¿Hay algún personaje con el sienta mayor empatía, cierta identificación?
Me identifico con todos, hasta con la señora corrupta, porque me identifico con los actores. Pero, probablemente, me sienta más cerca del personaje de Nur Levi, porque habla de la perversión del lenguaje y yo me pregunto mucho por la honestidad de lo que cuento, por las dosis de narcisismo, por la compasión… Me pregunto mucho por lo que hago, le doy muchas vueltas al molino.
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