MADRID
Actualizado:“Hay en Florence Green algo con lo que me identifico, algo de quien no mide las consecuencias”, confiesa Isabel Coixet, que se reconoce en muchas cosas de su nuevo personaje protagonista, una mujer tranquila que decide “hacer lo que quiere hacer”, en este caso abrir una librería.
Adaptación al cine de la novela de Penelope Fitzgerald, La librería, ganadora en la Feria del Libro de Fráncfort del Premio a la Mejor Filmación Literaria Internacional, es la historia de una mujer que sin darse cuenta provoca, con su idealismo, la irritación de la poderosa élite social.
Título que inauguró la reciente edición de la Seminci, la película está ambientada en 1959 en un pueblo de la costa británica. Allí abre su librería Florence Green dejando en evidencia la desidia de Violet Gamart, representante de los poderes sociales del pueblo, que lleva años hablando de abrir en ese mismo edificio un centro cultural.
La joven Florence recibe el apoyo del señor Brundish, la ‘vieja guardia’, pero tal vez no es suficiente. Emily Mortimer, Patricia Clarkson y Bill Nighy son los protagonistas -exquisitos- de esta historia.
Ha dicho que con el personaje de Florence Green se siente especialmente identificada, ¿por qué?
No me identifico nunca de una manera especial con mis personajes, pero con Florence, sí. Si me pilla ese momento en Inglaterra, en sus circunstancias, me hubiera pasado lo mismo. Hay algo en ella de desarmante, del que no mide las consecuencias, del que no sabe que está metiendo el caballo de Troya.
¿Le pasa como a ella que cree que todos tienen el mismo entusiasmo en sus proyectos que usted?
No, me parece normal que no te acompañen en ese entusiasmo. Lo que no entiendo es la hostilidad, la inquina, la ruindad, en las que nunca pienso y luego siempre aparecen, siempre tienen un papel.
¿Dónde nacen esos sentimientos miserables?
Creo que es lo que todos conocemos como la banalidad del mal, ¿qué daño hace poner una librería? No hay razones para la maldad, para joderle la vida al prójimo. Pero ya lo hacen algunos niños en el colegio con los compañeros que llevan gafas o con los gordos o con los que no les caen bien. No sé, pero es una cosa que me espanta.
En el caso de su película, la librería de Florence pone en evidencia la desidia de los líderes sociales.
Sí, pero es que el centro cultural que quiere abrir el personaje de Violet Gamart es una excusa, en realidad a ella el arte, los conciertos de verano, las charlas de invierno… le traen al pairo. En realidad lo único que quiere es que la otra no haga lo que está haciendo. Un centro de arte así es solo un elemento más, una faceta más de su vanidad. Florence, sin embargo, tiene un sueño, ella está convencida de que los libros alimentan la vida y el espíritu, es feliz con ellos.
Esa inacción de los líderes de una sociedad ¿no es un poco el retrato de mucho de lo que sucede hoy?
Estoy harta de ver cómo los conflictos se reducen a exterminadores y exterminados. Penelope Fitzgerald, una autora capital que escribe de un modo muy poco sentimental, es mucho más dura en su novela que yo en la película. En el libro, machacan el sueño de Florence y este no deja ninguna semilla. Yo creo que hay que seguir y hacer lo que una quiere hacer, a pesar que a veces tienes que luchar contra obstáculos que ni te habías imaginado.
El autor que Florence le descubre al señor Brundish es Ray Bradbury, que no aparecen en la novela original, ¿es uno de sus referentes?
Es verdad, en la novela no se habla de estos libros, se habla de otros que se publicaron en ese momento, pero a mí me interesaban otros también de ese momento pero que me parecen definitivos, fundamentales. Ursula K. Le Guin, Asimov, Bradbury… Quería ponerlos en valor. Las referencias a Fahrenheit 451 son constantes en la película. Aquel libro a mí me dejó noqueada y pensé ¿qué libro de repente puede dar tanta sed de leer otras cosas?
“La ignorancia es fatal”, escribió Bradbury en Crónicas marcianas, ¿también hay mucho de eso en su película?
¡He pensado tanto en eso! Me llevé al rodaje ese libro y otros de él y los volví a leer. Aunque es un autor menospreciado, en él hay valores que son muy importantes para mí, aunque cada vez lo son menos para más gente. Pero una tiene que seguir.
¿Cree que también son menos los enamorados de la cultura?
Creo que está pasando algo que se puede comparar con la alimentación. Me alucina el fenómeno del ‘atracón de ver algo de tirón’. Una temporada de una serie, por ejemplo, que no paras hasta verla, cuando verla de una sentada no llena, es como un bufé libre. Eso no es comer, es engullir. Hoy lo que prima es engullir, no disfrutar de las cosas.
Es fácil identificarse con Florence y con su sueño de abrir una librería…
Claro, ¿quién no lo ha pensado? Yo estuve a punto de hacerme con un local que estaba abierto desde 1934, pero me di cuenta de que no me iban a salir los números, iba a tener que trabajar para mantener la librería.
Es una mujer persiguiendo su sueño, sin personajes masculinos que tiren de ella, ¿en eso sí hay mucho de usted?
Es que le pasan cosas que nos pasan constantemente. Siempre tiene alguien que le lee la cartilla, que le dice cómo debe hacer las cosas. Y tú solo piensas: ¿No os podéis callar la boca? ¡Son actitudes tan incorporadas en la vida! El otro día aparco el coche en un parking vacío y piso un milímetro la raya de separación con la plaza de al lado, pues ya salió el encargado a decirme que lo dejara mejor. En esos momentos es cuando nace la bestia dentro de ti, porque sabes que si hubiera sido un hombre no hubiera salido a decirle nada. Son las pequeñas mierdas de la vida cotidiana que te van minando como mujer y que son dolorosas. Menos mal que las mujeres tenemos un callo grande con eso.
Pero a la mujer que no lo tiene aún desarrollado la hacen dudar ¿no?
Claro. Todo el entorno de Florence le dice todo el rato que no venda Lolita, de Nabokov, y por mucho coraje que tenga, llega un momento en que no sabe si es tan buena idea o no. Es un personaje que está muy solo, hasta la niña que trabaja en su librería le pregunta si no tiene hijos y le dice eso de que las mujeres sin hijos han perdido su vida. Eso es una cosa que yo he oído antes muchas veces.
Los últimos meses a usted la han acosado con el conflicto del independentismo catalán, ¿se siente sola como Florence Green?
Hoy publica Almudena Grandes una columna (En contra) que ha hecho que se me cayeran las lágrimas al leerla. Me siento exactamente así. Es muy importante leer. Esa columna me ha hecho pensar que no estoy tan loca ni tan sola. Tengo la sensación de que todo lo que puede hacerse mal, se hace.
Hay muchas personas muy cansadas de este asunto…
A mí me agota la vampirización del tema incluso en la prensa internacional, con todo lo que pasa en el mundo ¿es que The Guardian no tiene otra cosa de qué hablar? Como han dicho en Twitter, ha sido desenterrar a Dalí y todo se ha vuelto surrealista. Es surrealista vivir en un lugar donde las manifestaciones y las huelgas se proponen desde el gobierno ¿de qué va eso? Es la ausencia del pragmatismo más total, el pragmatismo supeditado a las emociones es muy peligroso. En nombre de las emociones se puede matar.
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