madrid
Actualizado:Juanma Bajo Ulloa recibió hondonadas de hostias cuando estrenó Airbag en 1997. Si lo hiciese hoy, en el supuesto caso de que hubiese logrado sacar adelante el proyecto, no solo sería vapuleado por la crítica, sino que le caerían por todos lados, incluidos los vertederos sociales, espacios de reciclaje e incineración, eso a lo que ahora llaman revisionismo y cancelación.
La película apuntaba a todas las direcciones, por lo que las balas certeras o perdidas habrían motivado en estos dos miles veintes denuncias hasta de la Asociación de Jubilados y Pensionistas Río Carrión, pasando por todo estamento, colectivo, minoría o lobo solitario que se precie. Para muestra, el botón blanco del esmoquin del lehendakari negro.
La premisa de esta road movie farlopera no era muy políticamente correcta: un pijo que se licencia en Derecho a los treinta años pierde en su despedida de soltero su anillo de compromiso en el cuerpo de una prostituta, justo donde la espalda pierde su honesto nombre. Un embarazoso extravío que lo lleva a recorrer junto a dos amigos la ruta de los lupanares en busca de la maculada joya.
Hace veinticinco años, la película, todo hay que decirlo, fue un taquillazo, y quizás el cliente casi siempre tenga la razón. Además del prometido (Karra Elejalde) y sus colegas (Fernando Guillén Cuervo y Alberto San Juan), otros personajes como Pazos (Manuel Manquiña) o Fátima do Espírito Santo (Maria de Medeiros, quien rodaría tres años después su ópera prima, Capitanes de Abril) quedaron fijados en la retina de los espectadores.
Un elenco de campanillas en el que figuraban Paco Rabal, Rosa María Sardà, Luis Cuenca, Pilar Bardem, Nathalie Seseña, Juanjo Puigcorbé o Javier Bardem. No llegó a enrolarse Claudia Schiffer para encarnar a Araceli, la novia del protagonista, porque el personaje fue cobrando peso en la reescritura del guion y la alemana no se manejaba bien en español, por lo que fue sustituida por Raquel Meroño.
Por supuesto, también estaba Santiago Segura, con quien se pueden establecer dos paralelismos cinematográficos. Por una parte, Airbag allanó a Torrente el camino de la comedia irreverente. Por otra, Juanma Bajo Ulloa recurrió al cameo de todo pelaje (Karlos Arguiñano, Albert Pla, Javier Cansado o Alaska), que luego explotaría Segura en su saga torrentiana, aunque su lista es inabarcable (Poli Díaz, Pepe Navarro, Cañita Brava, Wyoming, Barragán, Ana Obregón, Pablo Motos, Josep Pedrerol, Falete, Chiquito…).
Sin embargo, lo que para Santiago Segura fue un filón, para Bajo Ulloa supuso casi su entierro. Si había tenido que hipotecar por primera vez su casa para rodar Alas de Mariposa, que le valió a los 24 años la Concha de Oro, el éxito de Airbag paradójicamente lo sumió en un letargo de siete años.
Pudo despertarse con Capitán Trueno, presupuestada en seis millones de euros —¡mil millones de pesetas de la época!— y cuyo guion ya había escrito, aunque se desentendió de la dirección en 2001 cuando vio que la producción de Filmax había encallado en un impasse desesperante. Capitán Trueno y el Santo Grial, protagonizada por Sergio Peris-Mencheta y dirigida por Antonio Hernández, terminaría estrenándose en 2011, pero fue un fiasco.
En su día, sorprendió que el director de Airbag fuese el autor de obras de culto intimistas, siniestras, claustrofóbicas, originales y personalísimas como el corto El reino de Víctor o los largometrajes Alas de mariposa y La madre muerta, que se ganaron el favor de la crítica y cosecharon premios en los Goya y en San Sebastián. Solo le faltaba el público masivo, que atrajo con su blockbuster, la película española más taquillera hasta que fue superada por Torrente.
Su estreno tuvo lugar en las cárceles de Carabanchel, que cerraría un año después, y en la de Alcalá 2. Un escenario que ya había elegido años atrás, cuando presentó La madre muerta en el penal de Nanclares de Oca. Las reclusas se mostraron fascinadas con el cura Albert Pla y festejaron el atropello de un guardia civil, luego las risas se contagiaron por las salas de toda España y, tras el alborozo inicial, el teléfono del director dejó de sonar.
Preso de la trampa del éxito, nadie lo volvió a llamar y él entendió que estaba pagando su independencia mainstream. Había tenido la osadía de rodar una película sin el bastón de la industria, porque para sacar adelante aquel despropósito no podía contar con una productora convencional y recurrió a la bilbaína Asegarce Zinema, con el propio Karlos Arguiñano entre sus accionistas. Así obtuvo el salvoconducto de la libertad creativa, aunque su billetera no pesaría lo suficiente.
Si la película había sido vista por más de dos millones de espectadores y costado, según la empresa demandada, cuatro millones de euros y recaudado seis en taquilla —o tres y más de siete, respectivamente, según otras fuentes—, ¿cómo era posible que la productora solo reconociese un beneficio neto de 120.000 euros? Bajo Ulloa demandó a Asegarce por impago, pues apenas cobró el 10% de esa cifra, a la que habría que añadir otros 24.000 euros en porcentajes y por su trabajo como guionista.
La gente, ajena a estas cuestiones económicas, había hecho suyas las frases lapidarias de Pazos-Manquiña, tal vez el mayor hallazgo del filme. Algunas, muy Mariano Rajoy: "El concepto es el concepto", "a los hechos me repito" o "lo mismo que le digo una cosa le digo la otra". Otras no son reproducibles aquí, por la misma razón que hoy no sería rodada o proyectada Airbag, una película "profesional, muy profesional" del género gamberro.
En la cinta hay apuntes psicoactivos —¡lo que debieron de gastar en fariña!—, machistas, pedófilos y racistas, aunque habría que conservarlos en sal gorda y contextualizarlos: era una comedia absurda, surrealista, iconoclasta y descacharrante. Una película, huelga decirlo, de ficción. Y en la que algunos fotogramas fueron fruto de la casualidad: el lehendakari, por ejemplo, iba a ser gitano e interpretado por Kiko Veneno, pero no llegó a tiempo al rodaje.
Entonces, Bajo Ulloa se sacó de la manga al lehendakari negro, que voluntariamente o no era un kill your idols a Sabino Arana o a Xabier Arzalluz —suya es la frase "Yo prefiero a un negro, negro que hable euskara que a un blanco que lo ignore"— y un corte de mangas al RH negativo y a todas esas mandangas identitarias. No debería ser necesario explicar que el director le da la vuelta a la tortilla —rusa, por cierto— cuando Paco Rabal dice aquello de "putos vascos": Bajo Ulloa es de Vitoria.
El Gobierno Vasco, por cierto, no colaboró en la financiación de la película, como tampoco lo habría hecho el gallego. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el pedófilo Paíño, encarnado por Santiago Segura, es un expresidente de la Xunta que se presenta a las elecciones generales. Afortunadamente, entonces aún no procedían las advertencias accesorias del tipo "los sucesos y personajes retratados en esta película son completamente ficticios" o "cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia".
Lo único cierto es que el director Segura empezó a nadar en la ambulancia, mientras el cine de Bajo Ulloa, tras circular por la carretera de circuncisión del cine español e incorporarse a la general en Airbag, seguía en cuidados intensivos. Lo dicho: ni la industria ni los medios apoyaron la película, mientras que la hemeroteca nos recuerda los pullazos de los críticos Fernández Santos, quien la definió como "un rosario de chistes de sacristía", y Carlos Boyero, quien fue más allá al calificarla como una "obra maestra de la imbecilidad".
Años después, Bajo Ulloa volvería a hipotecar su vivienda por tercera vez para rodar Frágil, donde retomó su cine lírico, sórdido, bello y macabro, siguiendo la misma estela en Baby, una película en la que prescindió de los diálogos. Entre medias, se permitiría otra incursión en la comedia esperpéntica con Rey Gitano, donde volvió a contar con Manuel Manquiña y Karra Elejalde, quien este viernes ha estado presente junto al director en una proyección de Airbag en Vitoria.
Los mismos gags que encumbraron la cinta y defenestraron al cineasta, más ocho minutos adicionales de metraje, para celebrar el 25º aniversario del filme. Por cierto, los números de Frágil —estrenada en 2004, siete años de travesía en el desierto tras el taquillazo de Airbag— no cuadraron y Bajo Ulloa terminó perdiendo su casa. Sus incondicionales esperan que, pese al desdén de la industria y sus adláteres, no pierda sus ganas de hacer cine.
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