Unos chicos de Centroamérica se juegan la vida en un viaje en La bestia, el tren en el que cada año suben miles de inmigrantes para llegar a EEUU. Presas fáciles de las crueles mafias fronterizas, esta vez los jóvenes son de los barrios bajos de Guatemala. Antes han sido mexicanos, hondureños, de El Salvador... La penosa aventura de estos chavales, que ahora muestra Diego Quemada-Díez en La jaula de oro, se ha contado ya varias veces, aunque seguramente nunca había alcanzado la profundidad poética que consigue ahora. Belleza para la denuncia.
Premio al Mejor Reparto en Cannes (sección Una Cierta Mirada) y Mejor Película en Zurich, Numbai y Morelia, entre otros festivales, La jaula de oro es la ópera prima de Diego Quemada-Díez, un burgalés que un día se quedó a vivir en México. Después de años de trabajos como asistente y ayudante en películas de Ken Loach, Spike Lee, Oliver Stone, Iñárritu, Coixet, Fernando Meirelles... y de absorber algunas enseñanzas de ellos ('Ken Loach me enseñó que el arte debe tener una función'), rodó este largometraje, obra de denuncia que nació de su propia indignación y del testimonio de cientos de personas que han vivido en primera persona esta aventura.
Su película tiene un alto contenido poético, pero está al servicio de la realidad. Es como si tuviera un enorme respeto por ésta...
Sí, respeto la realidad. El cine es el arte más manipulativo que existe. Y, claro, el cine es una ventana de la realidad, pero solo es justificable si existe un gran motivo poético. La intención es unir ambas, más que separar. Me encanta esa idea.
La historia de La jaula de oro la han contado otros antes, ¿por qué ha querido contarla usted también?
Seguramente tiene que ver con la indignación que siento al ver cómo los gobiernos enfocan la represión y cómo avanzan en la militarización de las fronteras. Hay que cuestionar ese modelo. Hay que poner fin a la militarización de las fronteras. EEUU encarcela gente por cruzar una frontera que se creó de forma arbitraria. También hay, supongo, un motivo poético y un motivo político, además de una esperanza, la del impacto positivo a través del cine.
Político, como dice Costa Gavras, es todo el cine, ¿no?
Exacto. Y el de EEUU glorifica la violencia, la militarización... es una dinámica de manipulación brutal. En ese cine el acto de matar a alguien es trivial.
En su película ocurre exactamente lo contrario.
Quería dramatizar ese momento para crear empatía, para que el espectador sienta el verdadero drama de la muerte de un ser humano. Creo más en eso desde el cine que en la justificación del miedo. No quisiera contribuir a crear más paranoias, miedos, desconfianzas.
Para rodar esta película ha viajado con el equipo por donde viajan los personajes, ¿han corrido mucho peligro en el rodaje?
Un poco. Hace solo un mes descarriló uno de estos trenes, murió mucha gente. Eso nos podía haber pasado a nosotros. También nos podían haber pegado un tiro los de las bandas que se dedican a practicar con los inmigrantes. Negociamos siempre que pudimos con los líderes de la zona y conseguimos también cierto apoyo de las autoridades. El cine social implica a veces ciertos riesgos. Es más cómodo rodar desde una silla en Hollywood.
¿Es la emigración el gran tema del siglo XXI?
Sí. Hace años yo también me fui de la Península Ibérica y aunque mi proceso fue diferente, me identifico con otros emigrantes. Ante los que hacen el viaje que hacen mis personajes siento una enorme admiración, se juegan la vida por alcanzar un sueño. En este caso, fueron los propios emigrantes que yo veía en el tren desde México los que me decían que por favor contara su historia. Traté de honrar ese compromiso, que su voz fuera escuchada, que otros conozcan la historia y que la suya sirva para algo.
El tren, La bestia, es un personaje más de su historia.
Es la metáfora de que EEUU les dice que les lleva la civilización. La lucha por el territorio está detrás del fenómeno migratorio. Detrás de mi historia hay una de vaqueros e indios... Además, uno de los graves problemas de la humanidad es que ponemos más enfoque en el progreso material que en el humano. Hay más metáforas en la película, el viaje es una metáfora de la vida, y hay cosas en el viaje que nos quedamos porque son maravillosas y hay muerte y pérdida, que vienen sin aviso y no hay vuelta atrás, pero la vida sigue.
Aunque hay cosas terribles, La jaula de oro no se regodea en ellas, ¿ha evitado las peores situaciones?
Sí, me pregunté si quería hacer una película de terror o una que se pudiera ver. Podía haber hecho la primera con los testimonios reales que recogí, pero preferí hacer ésta y buscar la conexión emocional con los personajes.
De todos los directores con los que ha trabajado, ¿qué es lo más importante que ha aprendido?
Seguramente de Ken Loach. Él me ha enseñado que hay que tratar de hacer algo con el arte para que tenga una función, no se trata solo de arte para decorar apartamentos, sino de crear un espejo de la realidad donde nos podamos mirar y que nos haga reflexionar. Apliqué parte del método de Loach en la película, por ejemplo, rodar en continuidad. Los chicos no conocían la historia y yo cada día les daba un poquito de lo que iba a pasar. Generas el contexto que provoca un comportamiento.
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