MADRID
“Cuando escoges ser libre, lo pagas caro. Yo he tenido que pagar por ser una mujer libre y no ha sido nada fácil”. Es la confesión de Fanny Ardant, un mito —uno genuino— del cine y el teatro francés, que sigue, a punto de cumplir setenta años, ¡tan políticamente incorrecta! enamorada de los provocadores, empeñada en su defensa del pueblo gitano, completamente cautivada por cualquier manifestación del arte y convencida de su poder eterno, y arriesgando en cada proyecto, con cada personaje.
Los más recientes, la adaptación al teatro de Hiroshima, mon amour, de Marguerite Duras, —“ella ya escribió que esto volvería a empezar”— y protagonista de Lola Pater, donde interpreta a una mujer transexual que se reencuentra con su hijo, que nunca la conoció como mujer. La película, del director Nadir Moknèche, es además una denuncia de la obsesión por la identidad y una reivindicación de la mujer libre.
¿Fue de alguna manera importante para usted que el personaje fuera el de una transexual?
Nunca he visto el oficio de actriz como una tribuna política. Creo más en la fuerza de los libros, de las pinturas, de las películas, de la música que en el discurso político. Cuando me propusieron este papel, no lo acepté porque fuera el de una transexual, sino porque era un personaje con una vida personal llena de contradicciones, muy rico y con una magnífica trayectoria. Finalmente, la fuerza del objetivo político le corresponde al director. Yo lo interpreto, pero me adhiero al propósito.
Por lo que dice de la fuerza del arte, supongo que sí cree en que películas como ésta ayuden a crear sociedades más tolerantes, ¿no?
Hace mucho tiempo vi una película de Andrei Tarkovski del periodo soviético en la que te animaba a no perder nunca la esperanza. Nunca he visto una película tan subversiva. Lo mismo puedo decir de algunos libros que han cambiado mi visión del mundo y siempre he creído que era algo más moral que político. Es mucho más valioso un libro que el discurso de un cura en una iglesia. Y en cuanto a esta película, sí creo que ella y en que puede cambiar cosas, porque como todas las películas es emocional. Un western con una escena de carga fuerte nos remueve mucho más que cualquier político diciendo que eso no está bien. Cuando era pequeña pensaba que Cervantes era francés eso es porque las grandes obras se han hecho para que crezcamos todos en todo el mundo.
¿‘Lola Pater’ denuncia esa obsesión que crece cada vez más en el mundo por la identidad?
Sí, lo de la identidad es una estupidez. Cuando era joven, me decían que ser actriz me podía hacer perder mi personalidad. Y yo pensaba que quería perderla, que quería ser libre. Ahora tiene mucho poder la religión y antes fueron las clases sociales. Siempre hay algo para definir identidades. Ahora te dicen que si eres católico, no puedes entender a un musulmán. Pero ¡que la vida no es como un partido de fútbol con un equipo a cada lado y uno que va a ganar!
Pero ahora, más allá de la religión, hay etiquetas para todo y para todos…
Vivimos en una época materialista, de consumo, donde necesitamos poder catalogar los productos. Y muy pronto trataremos a los seres humanos como productos explotables. Tú eres periodista, española, morena… colócate ahí. Tú eres… Por eso me han gustado siempre los provocadores y su función de hacer estallar todo cuando los demás son tan correctos.
¿Es muy peligroso este mundo de lo políticamente correcto?
Sí, vemos como paso a paso va llegando de EE.UU. En vez de educar seres humanos, empezamos a educar ciudadanos y cómo serán estos buenos para esta sociedad. Los juicios siempre vienen de la sociedad. La libertad es la de alguien que no piense como tú, pero en esta sociedad, si no piensas como los demás, eres un elemento peligroso. ¡Y todo empezó con el cigarrillo!
Hablando de libertad, ¿esta película reivindica la libertad de la mujer?
Claro, siempre que se mire bien la película. Pero debo decir que cada uno tenemos derecho a elegir la vía que emprendamos, pero debemos estar dispuestos a pagar el precio que eso supone. En la vida todo se paga. Hay que saber elegir, libertad o seguridad, no se pueden tener las dos cosas. Ambición o amor. Siempre intentamos conciliar las cosas, así que no deberíamos quejarnos de nuestras decisiones.
¿Usted ha tenido mucho que pagar por ser una mujer libre?
Sí, he tenido que pagar por ser una mujer libre. Y no ha sido nada fácil. Existe cierta tendencia a buscar víctimas y culpables, pero la vida es mucho más compleja que eso. Vamos a negarnos a ser víctimas, vamos a negarnos las mujeres libres a serlo. Cada uno es víctima y es culpable. Gestionar ese estado de víctima solo pertenece a uno mismo. Y no lo van a solucionar las leyes. Cuantas más leyes, menos libertad.
¿Para nosotras es el tiempo de la rebeldía, de la desobediencia?
Los grandes cambios de la sociedad francesa se los debemos a nuestros abuelos, vivimos sobre todo lo que ellos consiguieron. Ellos no pidieron permiso para salir a la calle. Y ahora llega la política y estamos muertos de miedo y nadie sale ya a la calle.
Bueno, en España, sí. Las mujeres protagonizamos la mayor manifestación de este país el pasado 8 de marzo.
Y los pensionistas. Pero España y Francia son países violentos. En Portugal hacen las revoluciones con claveles. Veo ahora cierta desidia de los jóvenes y pienso en nuestros abuelos y en que ellos solo pensaban en cómo había que mejorar la vida.
Usted ha trabajado con muchos grandes, Truffaut, claro, Costa Gavras, Ettore Scola, Resnais, Schlöndorff… ¿Es eso lo esencial en los proyectos que acepta?
No. Es algo muy misterioso, necesito amar el papel. No creo que sea capaz de interpretar un personaje que no me guste ni siquiera con un director al que admire. He tenido la suerte del teatro, donde iba cuando no tenía papel en el cine. Y ahí he tenido la posibilidad de interpretar grandes personajes. Y no necesito que sean protagonistas, para mí no es una cuestión de dinero, yo sigo como en el patio del colegio: tú eres el ladrón y yo, el policía. Siempre he guardado ese concepto de juego. Y no tengo miedo de correr riesgos, esto no es Hiroshima, no es nada grave. He hecho películas malas, pero yo estaba contenta.
Hablando de Hiroshima, ahora lleva al teatro ‘Hiroshima, mon amour’, de Marguerite Duras ¿verdad?
Sí. Ella escribió esta historia a los cinco años de que lanzaran la bomba y ya decía: “Esto volverá a empezar”. No nos acordamos del dolor como del amor, incluso el dolor lo olvidamos. Es una de las grandes escritoras del siglo XX y todavía resuena.
¿Para usted ahora es una época más de teatro que de cine?
El cine sigue moviéndose ante la ambigüedad del arte y la industria. Ahora que todo se comercializa, la parte de industria está ganando poder. Antes los productores, que no estaban encadenados a las televisiones, eran aventureros, eran libres. Si ahora volviesen Resnais, Pasolini… no estoy nada segura de que volviesen a producir sus películas. Y la verdad siempre surge del arte que va más allá de las finanzas y de la industria. Pero creo que las estupideces que produce EE.UU. pasarán, como los McDonald. También debo decir que nosotros, los artistas, tenemos el deber de buscar, no esperar siempre a que nos den. Siempre hay un libro, una música, una película, aunque sea pequeña, por eso si alguien dice que ahora no hay nada, es que no han buscado.
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