madrid
EEUU, años setenta. John Wayne Gacy, conocido como el payaso asesino, acabó con la vida de al menos 33 jóvenes entre 1972 y 1978. Los llevaba a su casa, donde los torturaba, violaba y finalmente los asesinaba. El personaje fue ejecutado por inyección letal en 1994. Había sido condenado a varias cadenas perpetuas y varias penas de muerte. "Matarme no hará regresar a ninguna de las víctimas", fueron sus últimas palabras. Su recuerdo y también el de sus víctimas se agita ahora violentamente en la nueva película de Scott Derrickson, Black Phone, cine de terror con el sello de la productora Blumhouse y con el actor Ethan Hawke en un papel escalofriante.
Adaptación de un relato de Joe Hill, hijo de Stephen King y heredero de algunas de las grandes virtudes del escritor, la película es una denuncia de toda la maldad, violencia y crueldad que este mundo ejerce sobre los niños. Cada siete minutos, en algún lugar del mundo un adolescente es asesinado, según Unicef. Black Phone es también una reflexión sobre el dolor físico y emocional que se sufre en la infancia y, por último, una declaración de la fuerza de los niños, de su capacidad de resistencia y de lucha y del poder del cariño y la amistad.
Sin justicia
Norte de Denver, 1978. Un tipo secuestra a Finney, un adolescente de trece años, y le encierra en un sótano. Antes han desparecido unos cuantos chicos del barrio, los mismos que ahora se comunican con él a través de un teléfono roto, sin conexión, que suena en su encierro. Los muertos están decididos a ayudarle. El hombre, inspirado en la figura de aquel payaso asesino, encarna toda la brutalidad que se ejerce aún hoy sobre la infancia.
"Cuando pensaba en un depredador de este tipo, siempre imaginaba a alguien como Gacy. También hubo un asesino de niños a finales de los noventa en los alrededores de Boston. Leí unas cuantas noticias sobre él y me persigue desde entonces. No sé por qué me impactó tanto. A veces nos inclinamos por la ficción porque la vida real no siempre ofrece justicia. En la vida real ocurren cosas horribles y no hay forma de arreglarlas; intentamos hacerlo a nuestro modo, con historias", ha escrito el autor del relato en el que se inspira la película.
Fantasmas: el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado... es el nombre el libro que contenía esta historia y un título que ahora sirve perfectamente a las intenciones de los creadores de la película, que, aunque ambientada en 1978, retrata esa realidad de "cosas horribles" que sigue atentado letalmente contra la infancia.
Miedo en la infancia
Los chicos en su radiante mundo infantil, jugando al béisbol y lanzándose miradas de amor adolescente, crean la atmósfera con la que arranca la película que, repentinamente, se oscurece tenebrosamente para dar paso a unos créditos iniciales sobre imágenes que simulan ser de archivo y que marcan un contraste radical con la inocencia. Un padre amenazante, una pelea brutal entre dos chavales y el primer secuestro de 'El Captor' en la ficción dibujan el panorama general: el acoso y violencia en la escuela, en la familia y en la sociedad. Es un mundo, este mundo, donde mandan la fuerza bruta y el mal.
"Aquí se trataba de escribir una película del paso de la niñez a la adolescencia interrumpida por una historia de terror", ha escrito Scott Derrickson, director y coguionista con C. Robert Cagill, en las notas de producción del filme, donde confiesa lo vívida que es aun en él la sensación de miedo que tuvo en la infancia. "Cuando todavía estaba en primaria, al menos en la zona norte de Denver, los asesinos en serie eran noticia. A mediados de los setenta, todo el mundo contaba leyendas urbanas con los peores asesinos en serie. Y esos horrores se convirtieron en reales en la mente de la gente".
"Teníamos pesadillas"
"Todos teníamos miedo", añade el actor Ethan Hawke, que recuerda aquella época como un tiempo marcado por el miedo en EEUU a una serie de asesinos en serie y secuestradores de niños. "Nos perseguía la idea de que un loco sin moral estaba por ahí cerca". "Teníamos pesadillas", concluye el guionista C. Robert Cagill, aludiendo también a su infancia.
Pesadillas que tal vez ahora no tengan tanto que ver con asesinos en serie que raptan a niños para torturarlos y matarlos, como con la estremecedora realidad que les rodea hoy. Violencia familiar, abusos sexuales, acoso y castigos físicos en las escuelas, tiroteos y ataques armados sobre todo en EEUU, niños usados como combatiente en los conflictos bélicos, mutilaciones... La lista es pavorosa y extensísima. El miedo y el dolor de los niños en los años setenta y principios de los ochenta permanecen. Desgraciadamente, "el pasado no está muerto".
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