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Actualizado:"¡Que se mueran!" Fue un tuit dirigido a los periodistas del semanario Charlie Hebdo que se había publicado solo un mes antes de los terribles atentados que acabaron con la vida de doce personas. Lo escribió Marcelin Deschamps, seudónimo que empleaba en Twitter Mehdi Meklat, un columnista de France Inter y del Blog Bondy, alojado por el periódico Liberation, al que adoraban los intelectuales de izquierdas. En 2017, el descubrimiento de que ambos eran la misma persona provocó un shock en la sociedad francesa.
"Traigan a Hitler para matar a todos los judío", había gritado Deschamps en su perfil de Twitter, donde entre 2011 y 2015 abundaron los mensajes antisemitas, misóginos y homófobos. Notas de 140 caracteres que, según declaró Meklat más tarde, solo pretendían "probar el límite, probar el momento en que me detendrían, en que me dirían que no se puede decir esas cosas, que es grave y reprobable. Estaba esperando que juzgaran a Marcelin Deschamps". El cineasta Laurent Cantet fue uno de los intelectuales que vivió el desconcierto de aquel descubrimiento, "sentí mareo ante esos tuit que habían salido de una cabeza pertinente e inteligente".
La irresponsabilidad de los tuits de Meklat ante una sociedad infantil que se deja arrastrar por el odio; la necesidad, al mismo tiempo, de una cultura y un pensamiento que no sean complacientes; la hipocresía del mundo intelectual, la insatisfacción de los jóvenes franceses de origen árabe que viven en el extrarradio… todo estaba detrás de aquel escándalo que animó a Cantet a preguntarse desde el cine hacia dónde va esta sociedad de la rapidez y la violencia de la redes sociales. Arthur Rambo, inspirada en aquella historia real, reflexiona con abrumador desasosiego y enorme lucidez sobre ello.
Narrada a lo largo de 48 horas, la película muestra la caída de Karim, un joven escritor de origen magrebí que París entero idolatra y del que, en el momento de su máximo éxito, desentierran los mensajes de odio publicados por su alter ego digital, Arthur Rambo. El cineasta Laurent Cantet habló con Público de este trabajo y de la realidad que disecciona en la película en el Festival de San Sebastián.
¿El seudónimo que inventaron para el personaje refleja la contradicción que vive el personaje y la sociedad?
Sí, el seudónimo de Rambo es la imagen de la esquizofrenia, que expresa ira, cólera, violencia. Y Arthur representa esas ganas que tiene todo el mundo de ser parte de la cultura. Una mezcla entre Arthur Rimbaud y Rambo. Es el contraste entre dos sistemas de referencia muy generacionales: la poesía de Rimbaud, que nos lleva a una idea de la cultura clásica, y la brutalidad de Rambo, el héroe popular por antonomasia. En realidad, Rambo está dentro de este hombre, Karim tiene ambición literaria, pero también siente mucha rabia.
¿El debate hoy ya no está en la libertad de expresión, sino en quién y dónde se dicen las cosas?
Exactamente. Las redes sociales dan la posibilidad a todos de expresarse rompiendo el orden establecido, en el que para hablar tenías que estar legitimado. Ahora todos estamos en el mismo nivel, al parecer todos tenemos idéntica legitimidad, todos tenemos derecho a hablar. Y aquí entra además la idea de la popularidad, que creo que es muy importante hoy en día. El discurso es muy pobre. En los años del punk, incluso de los hippies, todo era más revolucionario, el discurso tenía mucho más calado que hoy en las redes sociales.
¿Dónde nace la mayor perversión de las redes sociales?
En la tentación que sienten los jóvenes, sobre todo de que les quieran, les amen. No es casualidad lo del término like. La búsqueda de popularidad, de tener más seguidores, es uno de los principales peligros de las redes sociales. Se autoalimentan.
Hay en la historia de Arthur Rambo una reflexión acerca de la imposibilidad de eliminar lo que se ha dicho…
…Porque es más fácil romper una estatua que eliminar un tuit. La memoria de Internet es infalible y la gente parece que no se da cuenta de ello. Por supuesto, eso tiene que ver con la rapidez, que es la forma de funcionar en las redes sociales. Es la fórmula de choque, el primero en reaccionar es el que llega a más gente. Hoy no se piensa en el futuro. Estamos todavía al principio de este mundo y los usuarios no han crecido todavía, no han madurado, no son adultos. Hay que ver lo que hacemos para hacerlo correctamente.
¿Usted cree que las reacciones son iguales ante los tuits de todo el mundo o depende de quién los escriba?
En Francia la mayoría de los escándalos nacen en las redes sociales, pero, sí, depende de quién hable, las reacciones son diferentes. El juicio sobre los mensajes que se lanzan depende mucho de si el que habla es de derechas o de izquierdas. El caso de Mehdi Meklat no tiene nada que ver con el de un hombre en la extrema derecha, habitual en la televisión francesa, que pretendía presentarse a las elecciones presidenciales, y sigue hablando en cadenas oficiales, refiriéndose al odio y comparando a los jóvenes inmigrantes con asesinos. Ante eso no pasa nada, ¡todos piensan que está en su derecho! Es abono para la mayoría son jóvenes de la inmigración que están dolidos.
Aquí entra en juego también la cultura de la cancelación, ¿no limita ésta muchísimo el debate y la reflexión profundos?
Extremadamente. Yo quiero oír hoy a alguien que tenga posiciones radicales, porque quiero contestar y dar cuenta del estado de pensamiento. Es algo muy peligroso. Hay que oír todas esas palabras para poder luchar contra ellas. Si alguien defiende la esclavitud de los siglos XVII y XVIII, y existe ese alguien en Francia, ya no está en nuestro contexto, el pensamiento ha evolucionado, ¿o ahora vamos a olvidar que la gente defendió a muerte la esclavitud? Pero hay que escuchar eso de nuevo para luchar contra ello.
La película enfrenta una cultura provocadora con otra complaciente. ¿Desde cuándo debe ser complaciente la cultura?
A mí lo que me gusta es que cada uno piense moralmente. Se puede ser provocador, por supuesto, pero no inmoral. Arthur Rambo es inaceptable. El trabajo de la película es describir el proceso y que él entiende lo que ha hecho, y entenderse a sí mismo le hace mejor. Aún no somos adultos frente al uso de las redes sociales. Subjetivamente, puedes reconocer la legitimidad de tal o cual provocación, esa complejidad es la que intento mostrar yo en la película. Aquí viene muy bien la frase de Renoir: "Cada uno tiene sus razones". Más que condenar hay que dar razones, porque desde la moral o la política puede merecer la pena estudiarlas y luego dejar que cada uno decida por sí mismo. Así es como yo pienso mis películas.
¿Pero todo el problema son las redes sociales?
No, también hay un problema generacional, pero debemos desconfiar muchísimo de la simplificación que imponen las redes sociales. Ese es su mayor peligro.
Lo mismo que con la provocación, ¿el humor debe tener límites en las redes sociales?
Uno puede reírse de todo, pero no con todo el mundo. Y en las redes sociales te diriges a todo el mundo, es importante ser consciente de eso. Karim lo dice en la película, para él, al principio, era como estar en el patio del colegio y en las redes sociales gastaba bromas como hacía con los colegas. No todo el mundo entiende dónde está el grado de ironía y humor, a veces es complicado pillar ese matiz. Creo que hay bromas que yo no haría ni con mis amigos y que las reglas del juego de las redes sociales sí las permiten. En las redes hay que ser gracioso, ir al grano y se permiten mucho más los excesos.
El actor protagonista Rabah Naït Oufella ya trabajó con usted en 'La clase', ¿desde entonces le tenía en mente para otra película?
Al escribir pensé en Rabah porque cuando estábamos rodando La clase sentía mucha ternura por él. Luego en otras películas he visto que se sentía cómodo consigo mismo y a la vez parecía que estaba aún por pulir. Eso me interesaba para el punto en que el personaje se ve integrándose en el mundo de la cultura, es como si para él fuera un trabajo. Al principio me asusté un poco porque yo no quería que fuera un héroe ni un monstruo, pretendía que el personaje pasara de la empatía al rechazo. Si hubiera sido un cabrón, no le hubiera interesado a nadie, él es un hombre con el que puedo plantear la convivencia. Había que oscilar entre el rechazo y la empatía. Un cabrón que escribe cabronadas no me habría interesado.
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