Soma Morgenstern conoció a Joseph Roth (1894-1939) cuando tenían diecinueve y quince años respectivamente. Ambos habían nacido en Galitzia (actualmente Polonia), de familia judía y se dedicarían a lo largo de su vida al periodismo y la literatura. Huida y fin de Joseph
Roth (Pre-Textos), que acaba de reeditarse, es un extraordinario testimonio de la vida de Roth y su entorno, además de ser una perla narrativa.
En el libro, Soma Morgenstern retrata la amistad que los unió y el progresivo deterioro físico provocado por el alcoholismo que llevó a Roth a la tumba cuando tenía tan sólo 45 años. Un dato que sorprende, si uno lo ve en las fotografías. En ellas se aprecia la exacta descripción de su amigo: un enorme bigote, canoso, hinchado por el exceso de alcohol y la falta de comida.
La vida de ambos fue, en realidad, una continua huida. En las notas del libro –por cierto, la edición de Ingolf Schulte es excepcional– se incluye un curioso detalle. Tanto Roth como Morgenstern añadieron la palabra flucht (huida, fuga) en los títulos de varias obras. No es casual. Galitzia formó parte de más de cinco estados durante la vida de Roth, tenían varios pasaportes que usaban según sus necesidades, y se pasaron la vida huyendo. Morgenstern, que sobrevivió a la II Guerra Mundial, se exilió a Nueva York, donde murió desconocido por todos y con sus libros desaparecidos en las librerías alemanas. Roth murió antes de que los nazis invadiesen Polonia, por lo que se ahorró un episodio más de su personal fuga sin fin.
Roth en esencia
En la obra de Roth se percibe una nostalgia constante del ideal europeo que supuso el Imperio Austrohúngaro, la idea de una Mitteleuropa unida, en la que existía la libertad de circulación y donde nadie era perseguido por su religión –la presencia del judaísmo es constante en la obra de Roth– se hizo aún más idílica a medida que se alejaban de la caída de imperio. Leyendo la idea del mundo que tiene Roth se puede entender el ideal austrohúngaro como precursor de ese Mercado Común mutado en Estado con proyecto constitucional en el que vivimos.
En cualquier caso, lo más interesante de Huida y fin de Joseph Roth es que rescata los ideales fundamentales del escritor. Por un lado, la claridad. Curiosamente, dejó bien claro que prefería los periodistas a los escritores, se burlaba de los escritores para escritores, y siempre despreció a los que se dejaban llevar por la retórica o el hermetismo. De hecho, en un momento concreto en el libro se narra cómo el hijo adolescente de Morgenstern le dice a Roth que le gustan sus libros porque lo entiende todo.
Otro valor esencial de Roth como escritor es la nostalgia del ideal habsbúrgico que quizá ha provocado que, en el actual panorama de recuperación de autores de la primera mitad del siglo pasado, el lector pueda confundirse. Poco tiene que ver Roth con la facilidad superventas de Zweig –ojalá los autores de bestsellers supieran escribir hoy como lo hacía Zweig–, o con el delirio kistch de Marái –recuperado por su aroma a naftalina, como un sofá estampado de Cuéntame. Su obra ha sido siempre exaltada por los que buscan en un libro algo escaso: verdad.
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