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Actualizado:“No puedo decir que esté en contra de cualquier lucha armada, a veces es necesaria y útil”. Comunista e internacionalista, el cineasta Robert Guédiguian provoca con su nueva película, Una historia de locos, un serio debate acerca de la legitimidad de la lucha armada, se enfrenta al tema de la identidad -epicentro de los debates en Occidente desde los 90- y, de paso, se quita una espinita que lleva clavada desde hace decenios, la de ponerse “a disposición de todos los armenios del mundo”.
De padre armenio y madre alemana, este intelectual marsellés reconoce que con esta película “cumplo con mi responsabilidad. Me guste o no, soy el embajador de la causa armenia”. Hace diez años, con El viaje a Armenia, se aproximó levemente al genocidio, pero ahora lo hace con una gravedad y un compromiso político mayores. Una historia de locos se tejió gracias al encuentro del cineasta con el periodista español José Antonio Gurriarán y se levantó sobre la historia real de Soghomon Tehlirian.
El libro autobiográfico La bomba, de Gurriarán, fue el punto de partida de este proyecto. En 1980, una bomba colocada por el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia (ASALA) estalló en una cabina de teléfonos de Plaza de España bajo los pies del periodista dejándole gravemente herido. El reportero, que no sabía nada del tema armenio, intentó entenderlo y cuando decidió que la causa era justa, quiso conocer a los que habían hecho aquello. Hoy encabeza el movimiento para que España reconozca el genocidio armenio.
En cuanto a Soghomon Tehlirian, fue el hombre que acabó con la vida de Mehmet Talaat, el arquitecto del genocidio armenio. Detenido, fue jugado en Berlín, donde se le declaró ‘no culpable’. El abogado judío Rafael Lemkin siguió el juicio y posteriormente acuñó el término ‘genocidio’. “Creo que el jurado reconoció muy bien el genocidio al contestar negativamente a la siguiente pregunta del juez: ‘¿Es Soghomon Tehlirian culpable de asesinar a Talat Pashá?’”
Su película reaviva el debate sobre la lucha armada, pero ¿no verá cada país según sus experiencias una historia distinta?
El debate sobre la lucha armada siempre está latente y soy consciente de que no ocurre solo en un sitio. Eso pasa en España con ETA, en Italia con las Brigadas Rojas, en Alemania, en Irlanda con el IRA… Todo país que haya tenido su lucha armada llevará la película a su terreno, pero eso es algo que me gusta mucho porque todas las películas, desde algo concreto, tienen el poder de narrar una historia que afecta al mundo entero.
Aquí es, como usted dice, ETA…
Todavía tengo el recuerdo del atentado contra Carrero Blanco, el coche volando por encima de ese patio. Nos pareció un atentado justo. Entonces éramos jóvenes, pero estábamos muy politizados.
Pero ¿después, cuando muchas víctimas eran personas que ni siquiera tenían relación directa con el conflicto?
En los 60, 70 y 80 condené los atentados a ciegas, también los de ASALA, los del FLN en los cafés de Argelia… Pero no puedo decir que esté en contra de cualquier lucha armada, a veces es necesaria y útil. La lucha armada a veces tiene sentido.
Cuando hace falta, hace falta. Me interesa más la lucha armada porque plantea más cosas que la lucha democrática. En la primera entra de una forma más directa el debate sobre la ética, aunque ahora somos muy conscientes de que la ética también afecta a la lucha democrática, con los abusos de poder, la corrupción… Incluso en democracia, me interesa la cuestión de la ética, pero en la lucha armada va más allá porque estamos hablando de la vida y la muerte. ¿Cuál es el blanco y cómo se le alcanza sin que haya heridos inocentes?
¿Cuándo hace falta la lucha armada?
Cuando no queda otro remedio. Cuando no hay ningún otro medio. Solo cuando al final de la cuerda, la opresión es tal que no hay otra forma de expresarse.
Ha apostado por la historia de Soghomon Tehlirian, en lugar de incluir, por ejemplo, documentos reales sobre el genocidio armenio, ¿por qué?
Porque es imposible rodar un genocidio. No veo cómo rodar destripamientos, decapitaciones, gente quemada viva, sin que se convierta en un espectáculo. Además, me interesaba el personaje de Soghomon Tehlirian, el hombre que asesinó a Mehmet Talaat. Es un caso que se sigue estudiando en Derecho. El acusado se reconoce culpable, pero el jurado dice que no lo es y en el juicio, la defensa se dedicó a contar de la A a la Z el genocidio. El abogado Rafael Lemkin pudo, a raíz de aquella, preguntar ¿por qué la matanza de un millón de personas es un crimen menor que el asesinato de un solo individuo?
De cualquier modo, ¿violencia llama a violencia?
Sí, pero también se dice en la película: Sé quién es el culpable, es Turquía que no ha reconocido el genocidio, y también todos los fascistas y todos los negacionistas. Y creo que sí hay un remedio. Son los vencedores los que deben pedir perdón, reconocer lo que han hecho y ofrecer compensaciones. SI Turquía fuera un país democrático…
El genocidio armenio todavía se conoce muy poco, ¿cómo es posible?
Estos son combates históricos que tienen lugar hoy en realidad. Hoy se estudia menos Historia que antes, pero las películas, el cine, pueden ayudar en ese sentido. Una película puede despertar la curiosidad y las ganas de documentarse más sobre un tema. Quisiera que el espectador, al acabar la proyección de Una historia de locos, estuviera más emocionado y fuera más inteligente que al entrar en el cine.
La película también reflexiona acerca de la identidad, ¿la identidad mal entendida conduce a los fundamentalismos?
En primer lugar, cuánta más certeza tengas sobre tu identidad, más capaz eres de conocer las identidades de los otros. En segundo lugar, la identidad no solo está detrás de nosotros, también está delante, es algo que se construye. Y cuando hablo de identidad no hablo de nada que tenga que ver con la Geografía, las etnias o el idioma.
¿Qué es entonces para usted la identidad?
Para mí no es de donde uno viene, sino de donde forma parte. Por ejemplo, yo no soy solo de origen armenio, también soy cineastas y hombre casado, padre, marsellés, pero con 40 años pasados en París… es la amalgama de cosas la que construye tu identidad.
¿Entre esta amalgama de cosas es importante la identidad cultural?
Sí, y en Francia en ese sentido somos unos privilegiados, porque luchamos para conservar la identidad cultural y la cultura. Lo que ocurre hoy en el mundo occidental es que estamos perdiendo la humanidad. Nos centramos en cosas muy estrechas, se busca la especialización absoluta y siempre sacada de contexto… Vivimos en un universo numérico donde solo hay dos cifras, los debates son muy simples, es algo binario, incluso en Francia. Hoy, la gente dice de una película que es genial o que es nula, no se reflexiona sobre ella, no se habla.
"El odio revuelve el estómago"
Robert Guédiguian estuvo en la Seminci de Valladolid acompañado de su amigo José Antonio Gurriarán, el hombre que le ofreció “el resquicio por donde meterme para ver cien años de historia”. El periodista reconoció entonces que aquella trágica experiencia que vivió, finalmente le enriqueció. “Cuando la vida tiene suficiente drama, no hay por qué añadir más”, dijo y añadió: “Yo no tengo por qué perdonar nada, aquellos hombres que pusieron la bomba no eran culpables de nada”.
En su periplo en busca de esas personas, Gurriarán recaló en los campos de entrenamiento de Líbano, donde “estaban todos. Las personas de izquierda que empuñaban armas estaban en Beirut. Había vascos de ETA, italianos, alemanes, del Ejército Rojo japonés, irlandeses… Eran terroristas para unos y guerrilleros para otros. A mí me pareció buena gente”. Su recorrido hacia la comprensión, le llevó, según sus palabras, a una vida mejor. “En realidad no soy el único, hay mucha gente que no odia. El odio revuelve el estómago”.
José Antonio Gurriarán viajó a la Seminci apoyando a Guédiguian justo cuando que estaba a punto de terminar su libro Goya, pasión y muerte, una biografía que relata la persecución que el pintor sufrió por parte de la Inquisición y algunos otros episodios de su vida. “Es el personaje más importante de la Historia de España. No era partidario de Napoleón, que era un personaje siniestro, que mataba muy bien. Él apoyaba a José Bonaparte, que lo primero que hizo fue prohibir los tribunales de la Inquisición. Estos cabrones de curas españoles lo llamaban tribunales de la fe. Si Goya viviera hoy, entonces era un liberal, sería una persona de izquierdas, identificada por el pueblo y perseguida por las ‘inquisiciones’”.
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