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Paula Bonet (Vila-real, 1980) es pintora, pero ha venido a hablar de su libro. Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión (Literatura Random House) es la historia de dos abortos espontáneos, plasmados en un animalario ilustrado en acordeón y en un breve diario que se lee como quien sigue una flauta de cautivadora música. Ese sonido hipnotizador, el de la palabra justa y despojada, conduce al vacío, que en femenino es ausencia.
El título inicial alude a él y a ella, al ratón y a la ratona. El que sigue, a la madriguera, a quien pudo ser la autora si esos animalillos llegasen a recibir un nombre. Duele sin ser duro. Es duro porque duele. La artista no pretende ser escritora, sino acompañarse de letras para nominar lo innombrable. Romper el tabú no sólo del aborto, sino de tantas otras censuras que encierran el embarazo, la maternidad y el propio cuerpo. Y, de paso, situar a la mujer en el centro del relato.
“Pero al ratón se le paró el corazón y se quedó allí dentro, quieto, mudo. Como si no quisiera molestar. Estoy segura de que aquel ratón era una ratona”. Lo íntimo femenino, aquí, es duelo, la demostración de un sentimiento que, según la autora, está vetado en la esfera pública. O sea, se puede llorar hacia adentro, pero no cabe verter el dolor sobre los otros. Paula Bonet, pese a quien pese, ha quebrado el silencio.
Venimos a hablar sobre algo de lo que no le apetece hablar.
Sí, pero es imprescindible hacerlo. Hace años me di cuenta de que mi formación emocional e intelectual partía de la experiencia masculina. En los libros del colegio y del instituto, por ejemplo, la mayoría de autores eran hombres. Con el tiempo, pasé a defender la obra de las mujeres, gracias quienes pude entender que el esfuerzo por encajar en aquel contexto era inútil, pues está hecho a medida del hombre, que es el sujeto.
“Nos han educado en el silencio, para soportar que nos violen... Nuestras relaciones sexuales se basan en el deseo de los hombres”
Leyéndolas, me he entendido mejor a mí misma y he sabido qué lugar ocupo tanto yo como mi obra. Ellas hicieron universal la experiencia femenina, poniéndola al mismo nivel que la masculina. Entonces me di cuenta de que, si no nombraba lo que me había sucedido, estaba participando de ese silencio y siendo muy incoherente con mi discurso.
Fue muy importante haber leído a Anne Sexton, porque en sus poemas hablaba de parir y rechazar a un hijo. Si en algún momento de la vida soy madre y me sucede algo similar, pensaba, me sentiré menos monstruo. Porque esto sucede, pero es un tabú más alrededor del cuerpo de la mujer. Cuando nos viene la menstruación, tenemos que ocultarla. Eres una adolescente y lo pasas fatal en el instituto, escondiendo la compresa en la mochila para ponértela luego en el lavabo.
Me duele la tripa. O los riñones. O estoy mala. Todo sea por evitar esa palabra proscrita: la regla.
Claro, hay infinidad de tabúes en torno a la mujer, y ése es uno.
¿Cree que ya se puede aludir a la regla en una junta de accionistas o en un claustro de profesores o todavía no ha llegado ese periodo?
Creo que todavía no: a muchas mujeres les sigue doliendo la cabeza... La menopausia, por ejemplo, es otro tabú, además de la gran desconocida: gracias, Marta Sanz, por haber publicado Clavícula. También nos venden un embarazo edulcorado, pese al dolor físico y emocional que conlleva. Yo he querido poner sobre la mesa el tema de los abortos espontáneos. Los he sufrido dos veces y el primero forma parte de ese silencio colectivo. No se te permite vivir el duelo, sientes vergüenza, piensas que tienes una tara... O sea, que no has hecho lo que tenías que hacer como mujer.
"Si los hombres parieran, sabríamos los detalles de la paternidad, pero las mujeres somos las grandes desconocidas”
El cúmulo de responsabilidad y de culpa que recae sobre la mujer es muy difícil de gestionar. Primero: como a tu edad no puedes mantenerte ni a ti misma, ¿cómo vas a ser madre? Segundo: cuando ya puedes mantenerte a ti misma, ya no puedes ser madre por culpa de tu avanzada edad.
Estado de malestar, más que de bienestar. Si las administraciones proveyeran...
Por supuesto. Incluso cuando hablamos de crianza y de cuidados, dos actividades que recaen mayoritariamente sobre la mujer, no se consideran trabajos ni son remunerados.
¿Profesión? Ama de casa. O sus labores.
Las mujeres hemos accedido al mundo laboral, pero los hombres no han accedido del mismo modo al mundo privado, del que nos seguimos encargando nosotras. Y nos resulta muy complicado, incluso a veces imposible, gestionar ambas esferas.
"Oye, que te he ayudado con la plancha". O con la limpieza, o con los niños. Ayudar...
Por supuesto. Muchas mujeres y muchos hombres todavía continuamos diciendo que un hombre es feminista porque "ayuda en la casa". Y, en ese sentido, hasta el lenguaje le pone nombre a ese tipo de situaciones con toda su crudeza.
Usted se proclama “huérfana de hija”. Las palabras menguan a la hora de explicar qué se siente al perder un hijo, del mismo modo que resulta indescriptible el padre o la madre que lo pierden. ¿Podríamos denominarlo deshijado? ¿Quizás huérfilo?
La Real Academia Española se tiene que poner manos a la obra con urgencia, porque uno de los grandes problemas de que lo femenino continúe estando en el otro lugar —o sea, que siga sin considerarse universal— es que nosotras no tenemos las palabras para nombrarlos. Muchas de esas palabras no existen, porque todo lo que afecta a nuestro género se ha puesto siempre en un nivel mucho más abstracto, empezando por la gestación.
“He sufrido dos abortos espontáneos y el primero forma parte de ese silencio colectivo. No se te permite vivir el duelo, sientes vergüenza, piensas que tienes una tara…”
Por un lado, las maternidades se han reducido a "la maternidad". Y, por otro, se nos ha puesto en este lugar de conexión con la naturaleza, que es muy importante para la raza humana, pero no tenemos las palabras para lograrla. Cuando publiqué el libro, tenía mucho miedo de enfrentarme a su promoción, porque no puedo jugar ni protegerme con el trabajo biográfico que suele haber detrás de otras obras, ni citar a los autores que trataron el tema con anterioridad.
En este caso, el tema abordado no tiene tradición literaria, por lo que resulta absolutamente difícil hablar de él. No me faltan las palabras necesarias sólo a mí, sino también al diccionario. ¿Por qué no podemos usar el plural en femenino? ¿Por qué la RAE no nos permite usar ciertas palabras en femenino, algunas de las cuales ya existen? No es nada complejo, sin embargo está resultando complicado.
Cuando no hay palabras, ¿debemos inventarlas? ¿O, si lo prefiere, incluso burlar las reglas?
Hay que decir Consejo de Ministras.
Ahí no estamos inventando nada ni quebrantando la norma, caso de "miembras".
¡También hay que decir miembras! ¿ Por qué no podemos nombrar el mundo en femenino? El lenguaje está vivo y, por sí mismo, burla las reglas.
Si le llamamos a las cosas por su nombre, ¿hay que luchar contra los eufemismos? O sea, contra la ausencia de palabras, pero también contra el circunloquio.
En este libro he intentado hacer precisamente eso: llamar a las cosas por su nombre. El primero que publiqué, Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END (Lunwerg), no se entendió en absoluto. Contenía mucho dolor, abusos de poder, relaciones a tres bandas, agresiones físicas y violencia de género, pero estaba disfrazado de tanta metáfora que el contenido pasó desapercibido.
Un camuflaje que podría achacarse también al trazo del dibujo.
Fue un error mío, porque la forma se había cargado el contenido. Ese libro, además de un altavoz, supuso un bofetón imprescindible que hoy agradezco muchísimo. En ese momento, no dejaba de formarme y me encomendé a la lectura, a los viajes, a la pintura y al grabado. Sin embargo, durante dos o tres años repetí aquellos dibujos amables, formando parte involuntariamente de lo que el contexto quería que fuera una mujer. Sí, que haga cosas, pero que sea complaciente, que sonría, que no levante la voz o, casi mejor, que esté calladita.
¿El público capta cada vez menos la ironía y los matices, sobre todo en las redes sociales?
Yo asumo el error, porque en mis trabajos posteriores la gente sí que ha entendido el mensaje.
No me diga que el cliente siempre tiene la razón.
No, para nada. Sin embargo, yo me cegué por la inmediatez del contexto. Pese a haber sido siempre tan crítica y feminista, caí en la trampa. Fue interesante que sucediera, porque me ha permitido volver a los lugares que necesito. Espacios que, precisamente, huyen de esa inmediatez que nos exigen las redes sociales. De ese consumo inmediato de imágenes y de esa saturación icónica a la que estamos sometidos.
“Nos venden un embarazo edulcorado, pese al dolor físico y emocional que conlleva”
Quería volver a los lugares lentos. Necesitaba concentrarme en una pintura al óleo, que necesita un tiempo de gestación bestial. O en un grabado, que no te permite anticipar lo que va a suceder, porque el resultado depende en parte del azar, lo que resulta muy interesante.
El grabado como trasunto del embarazo.
Sí, porque el vínculo con la obra que acabará estampada en el papel empieza en el momento de elegir la plancha de cobre. Es un proceso muy complejo, porque hasta la mordida del ácido sobre el metal depende de las condiciones atmosféricas. Sin embargo, después de mucho tiempo, a la hora de entintar y estampar, a lo mejor no tienes nada. No obstante, yo quería eso: dedicarle a la imagen el tiempo que exige para su creación y, en paralelo, que el público también le dedique un poco más de su tiempo.
Más allá de la pintura, ¿influye el estado de ánimo en el grabado?
Sí, afecta a cualquier arte. Durante el segundo embarazo, pinté el acordeón de Roedores como si fuera un libro infantil, pero en perspectiva ahora veo que la paleta es dura, apagada y dolorosa. Las figuras no son nada amables, reflejo de mi miedo a volver a sufrir otro aborto. En realidad, no era un libro para mi hija, sino una obra en la que estaba volcando toda mi angustia, pese a que mi intención como autora era crear un álbum infantil ilustrado.
Y sumarlo a la biblioteca que ha ido alimentando, durante los últimos tres lustros, para su futura hija. ¿Ya deseaba ser madre entonces, con poco más de veinte años, o era una librería de futuro?
Siempre he sentido amor por los libros y crear un vínculo con un hijo a través de la literatura me parecía un gesto precioso. La relación que yo tenía con la maternidad era esa biblioteca. No era del todo consciente, si bien el caso ilustra perfectamente cómo se nos trata a las mujeres. A los dos años, te regalan un bebé de plástico y ya empiezas a hacer de madre.
“Cuando empiezas a hablar, te preguntan cuántos hijos quieres tener, aunque la pregunta debería ser: ¿quieres ser madre?”
Luego, cuando empiezas a hablar, te preguntan cuántos hijos quieres tener, aunque la pregunta debería ser: ¿quieres ser madre? Entonces, yo partía de la premisa de que iba a serlo, y la manera de relacionarme con esa futura idea fue ir almacenando libros infantiles para contárselos a mi hijo.
Con Roedores quiere romper el tabú del aborto espontáneo, al tiempo que denuncia la falta de información para poder afrontarlo. Insiste, además, en que no hay literatura al respecto: ¿tampoco una transmisión oral de abuelas a madres, de madres a hijas, entre amigas...? ¿O impera el silencio?
¡Un silencio absoluto!. No se habla de esas cosas...
¿Vivían nuestras tatarabuelas, bisabuelas o abuelas esa pérdida —y la muerte en general— de una manera más natural, aunque no por ello menos triste?
Sí, antes era más sano. En este libro era muy importante no caer en el melodrama, ni reflejar mi intimidad de una manera demasiado pornográfica. Simplemente, pretendía explicar de manera objetiva que esto existe y poner el tabú sobre la mesa para, a partir de ahí, llegar a otros lugares. Ya no sólo al aborto espontáneo, sino al deseo de abortar o a las maternidades, frente a esa idea única de "la maternidad".
¿Cuenta más el vacío —o sea, el blanco de la página— que la letra impresa?
Sí, es lo que pretendía que sucediera. De hecho, el lenguaje es crudo, directo y todo lo conciso que puede ser.
¿Choca ese léxico crudo, esa necesidad suya de llamar a las cosas por su nombre, con la ola de lo políticamente correcto, rayana en ocasiones con un neopuritanismo?
Yo nunca he hablado tan abiertamente de algo tan íntimo.
Me refiero a que siempre hay alguien que puede sentirse ofendido, incluso desde el humor.
Es un tema que está en un momento de debate interesante, aunque no sé si alguien llegará a una conclusión al respecto. Lo que yo puedo aportar es la necesidad de llamar a las cosas por su nombre, pese a que exista el riesgo de ofender a ciertos sectores de la población.
La incorporación de la mujer al mundo laboral, así como la necesidad de hacerse valer en un entorno masculino, ha ido postergando el parto. Conclusión: los hijos se tienen tarde. Sin embargo, si el Estado proveyese, quizás podría compatibilizarse el estudio o el trabajo con la maternidad. Antes le planteaba esa España que deriva hacia el estado de malestar, más que de bienestar. ¿Cree que, si los hombres parieran, la situación sería distinta?
Absolutamente diferente, por supuesto.
¿Todo lo que gira alrededor de la maternidad sería más visible?
Conoceríamos todos los detalles escabrosos de cada momento del proceso y, médicamente, sería todo mucho más fácil. Las mujeres somos las grandes desconocidas.
¿Tienen las mujeres, por cuestiones históricas, mayor capacidad o tolerancia al sufrimiento? Quiero decir, ¿se quejan menos que los hombres?
Nos hemos educado para que no nos quejemos. Acabo de leer Del color de la leche, de Nell Leyshon, que me dejó flipada. Ambientado en 1830, la autora se vale de una granjera para hablar de todas las mujeres que han sufrido abusos y han sido silenciadas, personas con cierta sensibilidad que podrían haber aportado tantísimo a su contexto.
“Mucha gente ha entendido que el feminismo no es la antítesis del machismo, que significa igualdad de género y que no se trata de una guerra de mujeres contra hombres, sino de mujeres y hombres contra el sistema"
Nos han educado en el silencio, para soportar que nos violen, porque tiene que ser así... Nuestras relaciones sexuales se basan en vuestro deseo: todo lo que sucede antes de la penetración se llama “preliminares”, como si el acto sexual en sí sólo fuera la penetración. Eso responde a una mirada absolutamente masculina.
Por eso necesitamos más historias como ésta, brutal y narrada en femenino, que justamente habla de cómo las mujeres asumimos ese dolor porque se da por supuesto que tenemos que sufrirlo, pero no evidenciarlo.
Esa represión de los sentimientos, para no pasar por cursi o blandengue, no es exclusiva a las mujeres: “Los hombres no lloran”.
Claro, porque el patriarcado no sólo es negativo para nosotras. Ahora bien, de partida, todo lo positivo e importante se asocia con los hombres, desde la fuerza hasta la dureza. Mientras, los adjetivos con connotaciones negativas se asocian con lo femenino. O, si lo prefieres, con las emociones: lo frágil, lo débil, lo cursi… Hay muchos hombres muy frágiles y débiles, de la misma manera que hay muchas mujeres muy fuertes y autoritarias. El problema, de nuevo, reside en una división de géneros inventada.
Lo cual no quiere decir que una relación entre dos mujeres o entre dos hombres sea siempre simétrica.
No, pero parten de la igualdad, mientras que las relaciones entre hombres y mujeres parten de un patrón social desigual, es decir, vienen con una carga muy bestia.
No cabe duda. Simplemente me refería, sin ánimo de frivolizar, a que en una relación entre dos mujeres o entre dos hombres también puede haber una personalidad más dominante o autoritaria, del mismo modo que puede haber otra más sumisa o subalterna. O no.
Claro. Hablamos de lo mismo. De hecho, estamos ilustrando un sistema injusto con las mujeres y con los hombres, aunque lógicamente os resulta más ventajoso, pues está hecho a vuestra medida. Lo interesante es que estamos en un momento en el que, por fin, muchos de vosotros nos estáis escuchando y no hablando por nosotras, así como renunciando a algunos beneficios que os vienen ya de fábrica.
“¡Claro que hay que decir miembras! ¿ Por qué no nombrar el mundo en femenino?"
Mucha gente ha entendido que el feminismo no es la antítesis del machismo, que significa igualdad de género y que no se trata de una guerra de mujeres contra hombres, sino de mujeres y hombres contra el sistema.
Tras ese agravio histórico, ha llegado el momento en que la mujer ocupe el centro del relato. ¿En qué lugar exacto se sitúa usted?
Soy muy consciente de que, culturalmente, nombrar lo íntimo se penaliza. Sobre todo, nombrar lo íntimo femenino. Pero también soy muy consciente de que si lo íntimo femenino no se nombra, no estará en el espacio público y, por tanto, no formará parte del debate. Además, me molesta muchísimo que las mujeres estemos en lo público únicamente mientras somos jóvenes y atractivas: ahí nos tienes bien grandes en unas vallas publicitarias enormes; eso sí, hipersexualizadas y reducidas a objeto de contemplación.
A partir de una experiencia personal, estoy intentando introducir en la esfera pública la historia de una mujer que se enfrenta al contexto y que quiere nombrar algo que ese propio contexto no le permite hacer, de modo que la invisibiliza. En Cuerpo de embarazada sin embrión hay textos con los que no estoy nada satisfecha a nivel literario, como una carta que le escribo a mi ginecóloga, pues creo que es el peor que he redactado en mi vida. Ese correo electrónico está ahí porque el libro intenta mostrar a una mujer que piensa que tiene una tara y que es víctima del contexto.
“Por fin, muchos hombres nos estáis escuchando y no hablando por nosotras, así como renunciando a algunos beneficios que os vienen ya de fábrica”
En definitiva, una mujer que se siente una zumbada y una histérica porque está corriendo contra el tiempo, pues el sistema le dice que si no es madre, no es una mujer completa. Un sistema que entiende la feminidad y la maternidad como un todo, cuando no tienen por qué ir de la mano. Un sistema capitalista que, por otra parte, no te permite ser madre hasta que tienes cierta estabilidad económica. Pero, claro, físicamente estás muy lejos de poder serlo.
¿Puede haber pérdida sin culpa?
Es muy difícil.
¿Y aborto sin dolor?
Yo puedo hablar por mí. Las mujeres somos infinitas y cada una se relaciona de manera distinta con la pérdida, con el contexto y con su propio cuerpo. Yo me crie en un pueblo de Castellón y me resulta muy curioso que mis amigas de Barcelona y de Madrid estén mucho más despojadas del peso judeocristiano. Sin embargo, comparto emociones y sentimientos con las que tienen cincuenta años, cuando yo tengo treinta y siete. Seguramente que para mí es más doloroso que para mi amiga Noemí Elías, fotógrafa barcelonesa.
Una identificación que responde más a la educación que a la generación.
Claro, por eso podemos sentir la pérdida de manera diferente. En todo caso, yo he intentado ser muy crítica con lo que me ha sucedido.
Muchas de sus autoras predilectas practicaron la poesía confesional, como Sylvia Plath o Anne Sexton, quien escribía sin tapujos del aborto, del rechazo al hijo o de la depresión posparto. Usted misma denunció a través de las redes sociales haber sufrido una violación. ¿Está atravesando un momento similar, plasmado en la expresión de los detalles más íntimos de su vida?
Todo el mundo parte de ahí.
¿Y seguirá explorando en esa dirección?
Claro que voy a seguir buscando por ahí, porque me está llevando a lugares muy interesantes. El contexto en el que se crea una obra es importante para entenderla. La madre de Mary Shelley murió de una infección tras dar a luz, mientras que ella perdió a varios hijos. Frankenstein habla de esto: de la ausencia de su madre y de la creación de vida.
Del hijo vivo.
Claro. Frankenstein habla de la vida, de la muerte, de la creación y del abandono. Sin embargo, nadie me había hablado del libro desde esa perspectiva, aunque sea lo que late todo el tiempo en la obra. ¿Por qué conocemos detalles de la vida de Cervantes, pero no los de Shelley? Es injusto que nos vendan como otra cosa incluso las obras que aluden a estos temas.
En el libro cita a Anne Sexton, quien tuvo dos depresiones posparto tras parir a sendas hijas. ¿Envidia, pese al sufrimiento que supone, ese bajón? ¿O le queda muy lejos?
Una vez sufridos los abortos, no. Pero reconozco que mientras estaba gestando, sí. De hecho, aparece recogido en el libro, cuando esperaba por la ecografía en la sala.
“Veía a todas esas mujeres con sus tripas hinchadas y tan tranquilas, y deseaba ser como ellas”.
Y pensaba: "¡Pero si esto es El cuento de la criada!" [risas].
¿Ha llegado a sentir aversión por las embarazadas?
Por las embarazadas que estaban tranquilas, sí.
¿Y por los niños?
No. De hecho, y esto es muy personal, mi hermana también estaba embarazada y salíamos de cuentas el mismo día. Cuando nació mi sobrina, yo tendría que haber estado pariendo a mi hijo. Sin embargo, fue precioso. No sentí ningún tipo de rechazo, ni una pena extrema, ni... Rotundamente, no.
En un año tuvo dos abortos, pero si ampliamos seis meses el arco temporal, se le murieron dos abuelos al tiempo que veía nacer a sus dos sobrinos.
Frankenstein: la vida y la muerte, pegaditas.
En cambio, aunque la muerte se haya ido deshumanizando con el paso del tiempo, ese otro duelo encaja mejor en la sociedad. Al menos antes se veía como algo natural y, durante los velatorios en las casas, se celebraban banquetes y se bebía con denuedo. Mientras los adultos jugaban a las cartas, los jóvenes participaban en juegos de prendas que, en el fondo, eran una suerte de ritos sexuales iniciáticos. Por no hablar de las charlas que se avivaban no muy lejos del difunto, trufadas de chistes y risas, algo que todavía hoy puede escucharse en ciertos tanatorios. En fin, que nos hemos vuelto más fríos ante la muerte, mientras que la sociedad ensalza la eterna juventud, de los cosméticos a la criogenización.
Eso se refleja en el cine, donde las actrices jóvenes encarnan a personajes secundarios al servicio del principal, que es un hombre que necesita enamorarse, follar o que lo amamanten. La mujer en el cine, durante su juventud, siempre es un accesorio. Después desaparece y, cuando es vieja, a veces regresa para desempeñar determinados papeles que le ofrecen.
¿Se le ha pasado por la cabeza la adopción?
Ser padre no es un derecho, sino un deseo. Hay muchas maneras de ser padre y de ser madre.
¿También mediante un vientre de alquiler?
El vientre de alquiler es una atrocidad contra la raza humana y, sobre todo, contra la mujer, porque la convierte en un objeto de consumo. La gestación subrogada es producto de una sociedad machista y capitalista.
“Las mujeres estamos en lo público mientras somos jóvenes. Eso sí, hipersexualizadas y reducidas a objeto de contemplación”
No concibo que alguien pueda pensar que, de manera altruista, una mujer pueda gestar a un ser para otra persona. Mi experiencia como embarazada me dice que es muy doloroso, emocional y físicamente. Y eso que sólo he estado embarazada tres meses, no he vivido el parto, el posparto o el rechazo al hijo.
Por no hablar de la subrogación tradicional o parcial, donde la madre gestante aporta sus propios óvulos. O sea, parirá a un hijo suyo que entregará a otros.
Sin embargo, nos intentan vender que la madre gestante no tiene por qué establecer vínculos emocionales con el hijo. Vamos...
¿De una pérdida se gana algo?
Sí, claro. Ser consciente de la pérdida y querer vivirla. Suena muy tópico, pero es la realidad: vivimos de espaldas al dolor. En esta sociedad se nos bombardea todo el tiempo con mensajes optimistas, gran parte de los cuales están vacíos de significado. El dolor es imprescindible para entenderse, para formarse y para construir el yo. También es necesario para ser personas emocionalmente más sanas e intelectualmente mejores.
Una vida idílica proyectada a través de las redes sociales, que usamos para construir nuevas identidades digitales.
Esas actitudes me enferman... Yo sólo uso las redes sociales como un escaparate de mi trabajo, pero no permito que se filtre mi intimidad. Por un lado, en las redes percibo una invasión de marcas absolutamente banal y gratuita, que llega al insulto. Por otro, respecto a esa necesidad de mostrar una felicidad que no es tal, creo que refleja que vivimos de espaldas a algo tan importante como puede ser la muerte.
“El dolor es imprescindible para entenderse, para formarse y para construir el yo, así como para ser personas emocionalmente más sanas e intelectualmente mejores”
Viví muy mal mi primera pérdida porque no tenía experiencia, ni estaba preparada. Aunque también, sobre todo, porque el contexto tampoco la tenía y no podía interactuar conmigo ni aliviarme. Mi círculo más cercano intentaba consolarme, mas no conseguía hacerlo. Si estuviese en su lugar, yo también lo habría hecho mal. En cambio, la segunda vez que tuve una pérdida vi que ya lo estaba gestionando mejor, por lo que me atreví a publicar un post hablando de ello y a traspasar la línea roja de mi intimidad. Antes tenía un filtro artístico, pero en ese momento pensé que era importante contarlo.
Al igual que la violación que sufrió, cuando surgió el #MeToo.
Sí, aunque yo ya había hablado de violaciones y de agresiones físicas en THE END, pero nadie lo ha visto.
Hablamos de 2014, cuando el libro fue publicado.
Lo escribí entre uno y dos años antes, cuando estaba absolutamente raptada por ese contexto.
Y, con esa confesión, se adelanta a lo que vendría después.
Sí, pero me adelanto disfrazándolo de metáfora. No me lo voy a recriminar ahora, porque ya pasó, mas era imprescindible contarlo. Yo preferiría estar pintando cuadros abstractos, de los que no tuviera que hacerme cargo verbalmente, y montar una exposición con piezas de dos por tres metros. Eso sería lo más fácil para mí. Lo complicado es llevarlo a este lugar doloroso y darle forma para que la gente lo entienda y quiera hablar sobre ello. No pensaba que era tan necesario hacerlo, hasta que percibí la necesidad que tenían las mujeres de expresarse. Si sucede con tanta frecuencia, ¿por qué no lo nombramos?
Ahora está ilustrando El año del pensamiento mágico, donde Joan Didion también escribe sobre la pérdida, en este caso la de su marido.
Ella también habla sobre el duelo. Ese libro lo leí poco antes de la primera pérdida.
Una autora que leyó al mismo tiempo que Anne Sexton. Como usted misma escribe, después de lo que pasó, quizás "no debería haber elegido a la Sexton".
Es la vida. Sin embargo, pese a su dureza, claro que decidí elegirlas.
Por cierto, ¿desde hace tiempo sólo lee a mujeres?
Sí, estoy leyendo a mujeres.
¿Y no se pierde nada?
He leído a tantos hombres que... A ver, no me he planteado: "Ahora sólo voy a leer a mujeres". También leo a hombres, aunque considero que hay muchas lecturas que deberían formar parte de mi cultura y de mi formación. De hecho, ahora tengo una acumulación de libros de mujeres mayor que la de hombres.
Escribe: “No puedo dejar de pensar en cómo habría cambiado mi perspectiva del mundo, en qué cosas habrían escalado en la lista de aquello que es realmente importante y qué otras habría olvidado por completo”. ¿Qué valora hoy? ¿Qué es lo primordial?
Haberme hecho la pregunta correcta: ¿quieres ser madre?
Le iba a preguntar si se sentía antes mujer, feminista o artista. En este caso, no sé si debería incluir madre.
Yo no puedo poner esas palabras en orden, porque están juntas. Soy incapaz de ordenar esa lista.
¿Observa algún daño colateral en la lucha feminista contemporánea? Quiero decir: es necesaria, pero ¿cree que cabe alguna crítica?
¡Claro! Creo que hay confusión y que es necesario el debate. Resulta muy peligroso que las feministas nos dejemos llevar por la inercia. Abogo siempre por la crítica y por el diálogo. Nos podemos equivocar y, de hecho, nos equivocaremos en algunos puntos, pero hay que conocer todas las opiniones para saber cuál es la correcta.
Aunque haya caídos o caídas en la batalla, todo sea por una causa justa.
Siempre hay caídos o caídas, sea la causa justa o injusta. Para mí sería mucho más fácil pintar sobre otros temas y estar más serena. No obstante, soy consciente de que tengo que hacer esto.
“Muestro a una mujer que se siente una histérica porque corre contra el tiempo, pues el sistema le dice que si no es madre, no es una mujer completa”
Y no sé si a la larga me va a perjudicar en mi carrera artística, pero no es lo que me preocupa ahora mismo. Quiero ser coherente con lo que pienso y con lo que siento. Y sé que los y las feministas tenemos la razón de nuestro lado, y que tenemos que hablar, y que tenemos que arriesgarnos a equivocarnos para saber que estábamos equivocados.
Y también que tiene que escribir, porque se le ve con ánimo de asir la pluma junto al pincel.
Sí, pero yo no soy escritora y lo hago con mucha prudencia. Lo que voy a seguir haciendo siempre es pintar.
¿Algún cómic o novela gráfica a la vista?
No lo sé, porque es otra manera de narrar. No soy ilustradora, sino pintora. Mi manera de concebir las imágenes es muy concreta y mi manera de narrar no se parece en nada a la de Paco Roca, por ejemplo. Para mí es muy difícil hacerlo como él, y no sé si algún día seré capaz de abordar ese formato. Si me interesa, seguro que me acercaré a él, pero ahora mismo sólo me interesa como consumidora, no como autora.
Paula Bonet presenta Roedores a las 19.30 horas en Tipos Infames (Madrid).
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