MADRID
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Fee Reega (Balingen, 1988) dejó atrás el pueblo con la intención de no volver a pisarlo, pero la estudiante de literatura rusa en Berlín tropezó durante un Erasmus con Madrid y terminó cayendo en una aldea asturiana. Ahora vive en Gijón, donde compuso Sonambulancia (Humo), un disco en el que sueña despierta. También allí concibió el poemario Purpurina y Percebes (Canalla Ediciones), un coche escoba que recoge los versos que no llegaron a ser canciones. Después de un puñado de discos y epés, la cantante alemana suena, sin eñe, menos agreste que siempre, igual de onírica que nunca.
Desde que llegó a España hace siete años, no ha dejado de inventar palabras. ¿Cuál es su preferida?
Ahora me viene a la cabeza arte contemporraro, que es el arte contemporáneo un poco raro. Me gusta crear nuevos términos para decir algo que quizás no haya sido expresado antes.
Sonambulancia es un disco trasnochador. ¿Usted es más de noche que de día?
Quería hacer un disco nocturno, pero no dedicado a la marcha. Me influye artísticamente la noche asociada al acto de dormir. Es algo que me inspira, como se refleja en este álbum.
¿Dormir lo cura todo?
Para mí, dormir no supone una desconexión, ni lo veo como otro mundo. De hecho, a menudo confundo la realidad con lo que he soñado, porque mis sueños son muy realistas.
¿Con qué sueña?
Con todo. Hay muchos paisajes inventados, pero también escenas y personas reales, aunque a veces cambien de aspecto. Suelo incluirlos en las canciones, de ahí que haya llamado a mi música folk freudiano.
¿Tiene pesadillas?
No, aunque cuando era pequeña soñaba todo el tiempo con asesinos, muerte y destrucción [risas]. Ahora, los malos sueños se presentan de una forma amable. Cuando me levanto, los apunto para recordar los detalles, lo que provoca que luego sueñe de otra manera.
Estudiaba Ciencia Cultural en la Universidad Viadrina, en Fráncfort del Óder, pero se vino a Madrid de Erasmus y se quedó...
Durante mi año en la Universidad Europea de Madrid, hice Bellas Artes. En Berlín me dieron libertad total y aparqué mi licenciatura, que hasta entonces había centrado en la literatura, sobre todo rusa.
“En Berlín nadie pillaba los textos irónicos, mientras que en Madrid el público se descojonaba… ¡Y eran las mismas canciones!”
Aquí, en cambio, sólo hice pintura, fotografía e instalación. Los profesores, especialmente el artista japonés Mitsuo Miura, me apoyaron muchísimo en todos los aspectos, incluido el musical. Pasado ese año, como había comenzado a dar conciertos a menudo y en España no existía una carrera similar, la dejé y no la he terminado.
Y se fue a Asturias por lo que se va todo el mundo, ¿no?
¡Por los hombres! [risas] En aquel momento estaba saliendo con Pablo Und Destruktion y nos fuimos a probar allí. Vivimos diez meses en Morvís, una aldea de la parroquia de Rozaes, en Villaviciosa. Luego estuve tres años en Oviedo y finalmente me fui a Gijón.
¿Pero de dónde ha salido Fee Reega? ¿Cómo fue su infancia? Usted nació en Balingen y…
A los dieciocho me fui a Berlín. Primero trabajé en una librería y luego empecé a estudiar. Allí organicé giras y conciertos, mientras escribía ideas en libretas, sin forma alguna. Entonces, comencé a tocar en bares, aunque en realidad no sabía hacerlo. Sin embargo, ver que aquellos textos cuajaban musicalmente fue un descubrimiento personal, pues nunca había pensado que pudieran funcionar.
¿Esa vena literaria, artística y musical le viene de familia?
Mi educación familiar fue más literaria, porque mi padre regentaba una librería en Balingen. Mi madre nos tuvo muy jóvenes y se dedicó a cuidarnos durante años: ¡éramos siete hermanos!
“Antes intentaba descifrar las sombras que no lograba entender. Luego, esa terapia fue perdiendo peso y cobró más importancia el arte”
Lo importante eran los libros, aunque también les interesaba la música. Cuando éramos pequeños, mi padre nos llevaba a conciertos de Frank Zappa, aunque ninguno de ellos tocaba instrumentos ni se adentraron en músicas menos conocidas; digamos que se quedaron en la superficie. Luego, se separaron y mi padrastro me introdujo en la psicología, porque era psiquiatra.
Le ayudaba con los informes y conocí un montón de historias de gente enferma. Era un mundo literario-psicológico, la vertiente musical corrió de mi cuenta.
Su música ahora es más luminosa, pero la bruma sigue presente.
Sí. Cuando cantaba en alemán, la percepción del público era muy oscura, porque allí ven la música de un modo más serio. En Berlín, tenía la sensación de que no me entendían, porque nadie pillaba los textos irónicos. La gente, en los conciertos, estaba como triste y deprimida. En cambio, cuando llegué a Madrid y traduje los textos, el público se descojonaba… ¡Y eran las mismas canciones! Quizás influía mi acento.
¿Lo forzaba?
No, es que hablaba fatal [risas].
¿Cree que el público alemán tiene menos sentido del humor?
Quizás tenga un sentido del humor diferente… Al principio, los conciertos eran muy íntimos y los alemanes son respetuosos hasta el extremo. Están callados y no se sueltan. Me daba la sensación de que no conseguía transmitirles mis canciones.
¿Las sombras que se proyectan en sus textos son un reflejo de una oscuridad interior?
Mi proceso de composición ha cambiado con los años, pero en él siempre ha estado presente la investigación. Al principio, intentaba descifrar las sombras que no lograba entender; en el fondo, se trataba de una exploración de mí misma. Luego, esa terapia fue perdiendo peso y cobró más importancia el arte. Procuro ser sincera y alejarme de lo artificial. Antepongo mi libertad artística a lo comercial, aunque sepa que otras propuestas podrían funcionar mejor.
¿Cree que sus primeras canciones, grabadas con pocos medios, son canciones quemadas? ¿O podría rescatarlas para insuflarles una segunda vida?
Sí. De hecho, hemos recuperado alguna. Con los años, he aprendido a hablar español y mi voz y mi acento han cambiado, lo que me permitiría exprimir su potencial y, tal vez en un futuro, volver a grabarlas.
Escribe sin pudor. ¿Es necesario distanciarse de la familia y del entorno social más próximo para sincerarse?
Me gustaría que no interfiriese tanto. Lo tengo muy presente, por lo que ese distanciamiento es un ejercicio constante. Aunque a veces acarree problemas, resulta necesario.
“Cuando compones, debes distanciarse de la familia y de los amigos, porque pueden limitarte. Ser demasiado sensible te corta la creatividad”
No quiero limitarme a la hora de componer por miedo a que alguien de mi entorno escuche esa canción. En ese sentido, soy una persona valiente, aunque hay cosas que nunca he plasmado para no hacerle daño a ciertas personas. Ahora bien, si eres un artista, debes educar a la gente que te rodea. No puedes ser demasiado sensible, porque te cortaría la creatividad.
¿Algunos de los poemas del libro Purpurina y Percebes son canciones nonatas?
Son textos que han sido descartados para ser musicados. Compongo de manera diferente una poesía y una canción. Por ejemplo, me resulta difícil contar en una canción una historia completa, con introducción, nudo y desenlance. En cambio, esa estructura tiene más posibilidades en un poema o en un relato. Desde hace un par de años, acumulo ideas que me gustaría plasmar en papel. Valoro la forma de comunicarme con alguien que está en su casa, solo, sin que pueda verte ni sepa quién eres. Siempre he querido ser escritora y nunca he podido serlo.
Le gusta escribir en bares.
Sí, es donde escribo normalmente.
¿El ruido es paz? ¿Le aísla y le ayuda a concentrarse?
Suelo ir al mismo restaurante a la hora de la siesta, cuando el bullicio ya ha pasado. Luego vuelve a llenarse, pero entonces el ruido ya no me desconcentra.
Más allá de la siesta, ¿qué costumbres españolas le han sorprendido?
En Alemania, la gente bebe para emborrarcharse, incluso en soledad. Me gusta más la cultura de bar española. Aquí, de día o de noche, personas de todas las edades y clases sociales se reúnen en un garito para beber.
“Cuando era niña y adolescente, vivía en la biblioteca. Quería marcharme de mi pueblo y, como no podía hacerlo, me escapaba a través de los libros”
Es más social y democrático, además de alegre y saludable. Vamos, que no pareces un alcohólico por tomarte una cerveza…
¿Y asturianas?
Me llamaron la atención las madreñas. Me gustaban tanto que las usé a diario no sólo en la aldea, sino también en Oviedo [risas].
Esas erres alemanas y el falsete en castellano hacen todavía más peculiar su música. ¿Se pierde esa rareza cuando canta en alemán?
Ahora, cuando toco en Alemania, me preguntan de qué país soy. Aquí hablo veinticuatro horas al día en español, por lo que mi nuevo acento les resulta exótico.
Al principio, sus carencias en castellano provocaban que fuese más directa en las letras. Conceptos complejos plasmados de forma sencilla.
Carecer de vocabulario también supone una liberación. En vez de sentirte limitado, te sientes libre. De hecho, la primera vez que canté aquí, en el bar Picnic de Madrid, percibí que estaba tendiendo un puente con el público. La gente era consciente de mi origen extranjero y valoraba mi intento de comunicarme.
Las verdades de un niño.
Sí, puede ser [risas]. Me fascina lo que a veces dicen los niños. Son cosas increíblemente poéticas, porque están descubriendo el lenguaje y no tienen filtros. Lo mismo sucede cuando aprendes un idioma: si no lo piensas demasiado, te salen cosas muy bonitas sin pretenderlo.
La ironía, además, es un contrapeso de la periferia humana y del lado oscuro del corazón. Digamos que suaviza lo turbio.
El equilibrio es importante. En lo oscuro hay que ver lo luminoso, y viceversa. Al principio no fue una decisión consciente, pero ahora es una estrategia compositiva que funciona: compensar una cosa con otra. Me gusta contar historias morbosas con un toque de humor, porque descoloca al público, aunque te aleja del mainstream.
¿De dónde viene esa atracción por los seres marginales?
Seguro que han influido mis lecturas, aunque siempre me ha interesado lo que se sale de lo normal. Crecí en un sitio con el que nunca me he identificado. Desde que tuve uso de razón, quise marcharme de mi pueblo. Aunque me crie en el seno de una buena familia, inquieta y, en cierto sentido, fuera de lo común, allí nunca fui feliz.
¿Berlín fue una liberación?
Sí, claro. En cuanto pude, me fui de mi pueblo y, desde entonces, mi vida ha ido a mejor. Pero, durante los primeros dieciocho años, pensaba que estaba en el sitio equivocado. Eso marca mucho.
¿Se sentía rara?
Sí. No tenía ningún referente y me sentía fuera de lugar. Siempre procuraba escaparme...
¿Por ser una niña lectora con mundo interior?
Sólo me identificaba con músicos y escritores. Yo quería llevar ese tipo de vida, pero como vivía en un sitio apartado, lo veía imposible.
Antes hablaba de escaparse: ¿a dónde?
Durante toda mi infancia y adolescencia, viví en la biblioteca. Me escapaba a través de los libros.
¿Qué autor español que le ha cautivado?
Apenas leo en español. Aunque llevo siete años aquí, me cuesta hacerlo. Para mí, leer siempre ha sido una evasión, por lo que disfruto más en alemán. De pequeña leía de todo; en la universidad, muchísima literatura rusa. Crimen y castigo, de Dostoievski, tal vez sea mi libro favorito.
Volviendo a los seres marginales, ¿le da miedo cruzar esa frontera? ¿Lo ha hecho alguna vez?
Lo hago constantemente [risas]. Aunque en mi adolescencia idealizaba lo oscuro y hasta lo veía romántico, hoy tengo una visión bastante realista. Siempre persigo esos encuentros. Prefiero un bar chungo a uno de modernos. Busco el contacto con gente mayor y algo loca. Tengo la capacidad de atraer a ese tipo de personajes y procuro ver de cerca ese mundo, aunque no significa que quiera pertenecer a él. En todo caso, soy consciente de que tampoco estoy en este mundo al cien por cien.
Ese desdoble también lo lleva a su forma de trabajar. ¿Captains, su banda paralela junto al productor David Baldo, es un reflejo de su bipolaridad?
Durante años busqué la manera de expresar mi vena más punki, pero no la encontraba. Entré en una escena muy tranqui, escorada hacia el folk y los cantautores, sin tener recursos musicales.
“Me gustaría escribir una novela y, desde luego, sacarme el carné de camionera. Quiero trabajar en la carretera al menos un par de años”
Eso provocó que el proceso hasta que montamos Captains fuese muy largo. Cuando conocí a David, surgió la oportunidad de acercarme a un estilo musical más potente. Nos pusimos a componer y sacamos todo lo que llevábamos dentro. Afortunadamente, ahora ya puedo gritar y desfasarme en el escenario.
¿Le daría rabia que tuviese más éxito que su proyecto personal?
Desde el principio, me di cuenta de que Captains, con su propuesta más bailable, tenía mayores posibilidades de llegar a un público amplio. Para mí ha supuesto una liberación, pues —una vez satisfecho el desmadre y el éxito en los festivales— me permite hacer cosas más raras como Fee Reega.
¿Cuál es el sentimiento con mayor fuerza y arrastre?
En mi caso, depende de la época. Cuando estamos sobre el escenario, proyectamos una energía alimentada por la rabia, las ganas de vivir y la rebeldía.
¿Qué se ve haciendo dentro de unos años?
Uhm… Como le digo a mis padres, quiero hacer música hasta que me muera. Algo imposible de prever: no sé si voy a tener hijos, si voy a enfermar... Pero creo que nunca dejaré de componer canciones, porque me hace muy feliz.
“Captains, mi proyecto paralelo, es más bailable y llega a un público amplio. Eso supuso una liberación, pues me permite hacer cosas más raras como Fee Reega”
Si algún día me canso de dar conciertos, me volcaré en la escritura. Ahora estoy escribiendo mucho más que antes. Me he puesto con un libro de relatos y, en un futuro, me veo abordando textos más largos. Me gustaría escribir una novela y, desde luego, sacarme el carné de camionera. Tengo muy claro que quiero trabajar en la carretera al menos un par de años [risas].
Por cierto, ¿qué pasó cuando el hombre que fuma heroína al fin la conoció?
Pues nada... [risas]. Esa canción nació de una frase que me dijo Pablo: “El hombre que fuma heroína te quiere conocer”. Yo entonces vivía en el pueblo y, durante la época en que trabé relación con esa persona, terminé conociendo a toda la gente de Asturias.
¿A todos los que fuman heroína?
No, no, no… Nadie fuma [risas]. El problema surgió cuando traduje la canción al alemán y la canté delante de toda mi familia. Después del concierto, tuvimos una conversación muy seria, porque pensaban que yo estaba fumando heroína. “¡Desde luego que no! Es sólo una frase que me dijeron, y me pareció muy bonita”, tuve que justificarme, pero el lío ya estaba armado…
* Fee Reega presenta Sonambulancia el 5 de noviembre en el Festival de Cine de Sevilla y el 1 de diciembre en el Café Berlín de Madrid.
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