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La serie sobre los policías especializados en terrorismo yihadista vuelve este jueves a las pantallas, pero cambia de escenario. La Unidad Kabul, una ficción de Movistar Plus+ producida por Buendía Estudios, refleja la evacuación de los civiles españoles y los colaboradores locales cuando los talibanes toman la capital de Afganistán en 2021. Su director, Dani de la Torre, cree que esta tercera temporada ayudará a visibilizar un "problema" olvidado por Occidente y que afecta, sobre todo, a las mujeres.
En esta temporada va al "origen del terror" y deja solos a los policías españoles en Afganistán, a merced de los muyahidines y los talibanes.
La serie iba a terminar con la segunda temporada, pero el cierre de las embajadas en Kabul [tras la toma de la capital de Afganistán por parte de los talibanes] y la colaboración de la Policía y del Ejército españoles para sacar a miles de refugiados y colaboradores afganos para que no los matarán nos abrió la luz. Por dos razones: ir al origen del problema, que no había sido tratado in situ, y contar el conflicto humanitario.
En el que las mujeres, una vez más, vuelven a llevarse la peor parte.
Con la llegada de los talibanes se produjo la pérdida de derechos de los niños y, especialmente, de las mujeres: las anulan de nuevo y pasan a ser invisibles. Para ellas fue un choque que los americanos, después de veinte años allí, dejasen el país abandonado por completo a merced de los talibanes. Las mujeres que trabajaban e iban a la universidad han visto otra vez cómo, después de tanto tiempo, han vuelto hacia atrás, porque ni pueden salir a la calle sin el burka. Es terrible lo que ha pasado en Afganistán en pleno siglo XXI y que los países no se movilicen para luchar contra la tiranía de los talibanes.
Usted sintió la necesidad de proyectar el foco sobre su situación.
Las ficciones cada vez son más ombliguistas y hablan solo de nuestros problemas. Estamos olvidándonos de la esencia de todo, centrándonos en nosotros mismos, sin mirar a nuestro alrededor, porque hay países donde no se respetan los derechos básicos. Me sorprende
que no le importe a nadie y que cinematografías tan potentes como la americana no hayan puesto el foco en Afganistán, cuando hace años sí rodaban ficciones humanitarias, caso de Kathryn Bigelow o Ridley Scott.
Hace falta un espíritu crítico que ahora mismo no existe. Han estado veinte años allí y no han contado nada. Me sorprende esa pasividad y esa falta de empatía con un lugar donde han estado tanto tiempo y que ha quedado a merced de fanáticos y terroristas. Nosotros queríamos que no se olvidase este problema. Ojalá que La Unidad Kabul ayude a visibilizarlo y a sensibilizar a los Gobiernos de Occidente para que ayuden a la gente.
¿Temió que, al cambiar de escenario, se resintiese la verosimilitud?
No. Ese era el reto: conseguir que todo fuese real. O sea, crear Kabul entre Madrid, Almería y Pakistán. Nos hemos documentado muchísimo, desde el vestuario a los decorados. La recreación es fiel al 100%. De hecho, los afganos que participan en la serie nos confirmaron que todo era tal y como lo hemos filmado, hasta el punto de que se emocionaron durante el rodaje.
Shabnam Rahimi, quien encarna a una doctora casada con un policía afgano que colabora con España, lo sufrió en carne propia. Ella y su hermana eran boxeadoras y, además de amenazarlas, las intentaron rociar con ácido.
Intentaron representar a Afganistán en los Juegos Olímpicos y no se lo permitieron. Ella se tuvo que ir antes de la llegada de los talibanes. Y, como activista por los derechos de las mujeres, consideraba que era muy importante contar esta historia. En La Unidad Kabul, además de hacer un ejercicio actoral impresionante, refleja a la perfección el enfrentamiento con los talibanes y la pérdida de derechos. Su hija [en la ficción] nació bajo el protectorado americano, por lo que queríamos contar qué suponía para las mujeres volver a la Edad Media y luchar por sobrevivir cuando lo pierden todo.
Es interesante la perspectiva de la hija, que se queja continuamente, mientras que la madre, con más experiencia, le echa en cara que solo le preocupe no poder jugar al baloncesto en medio de una situación caótica.
La madre ve venir el problema y la hija todavía pelea por sus derechos y por no acobardarse. Sin embargo, su madre sabe que eso no sirve de nada, porque todo está perdido y hay que salir de allí cuanto antes. Una situación dramática que parte de testimonios reales.
No obstante, la madre sale cada día a trabajar al hospital, aunque sea ninguneada por los talibanes.
Porque ella, como médica, tiene la vocación de ayudar siempre. Incluso les reconstruye el himen a algunas jóvenes para que sus futuros maridos no las lapiden o las maten. Cuando ve que ni eso puede hacer, siente que debe luchar por su familia. Eso es el Afganistán de hoy, una lucha por sobrevivir y por intentar defender los pocos derechos que les quedan.
Las imágenes de la valla del aeropuerto fueron dramáticas: "Solo pueden pasar quienes están en la lista". Y las familias afganas, rotas.
Eso fue real. Además, muchas personas se colaban y las devolvían en caliente. Para los militares era terrible tener que decirles que no, al igual que para las familias despedirse de los suyos.
Occidente ocupa Afganistán para salvaguardar sus intereses, pero luego abandona a la población a su suerte, consciente de lo que se le viene encima.
Hubo un engaño total. Los americanos firman primero un acuerdo de colaboración con el Gobierno y luego un pacto con los talibanes para que respeten al presidente y al Ejército afgano. Sin embargo, cuando se van, lo primero que hace el presidente es escapar del país y, a continuación, los soldados abandonan sus puestos. Con lo cual, la llegada de los talibanes a Kabul fue muy rápida y prácticamente no tuvo oposición, por lo que impusieron su ley y comenzaron las venganzas diarias, sobre todo contra la minoría chií, a la que masacraron. Imagínate la desesperación de la gente.
Situaciones como esta provocan éxodos, que a su vez alimentan los discursos del odio de la extrema derecha.
Por supuesto. Por eso queremos contar esta historia, para que se sepa el origen del problema y para que no los utilicen políticamente como arma arrojadiza. Ellos no llegan aquí para quitarnos el trabajo, como nos venden los ultras, sino porque no tienen nada que comer, ni donde guarecerse. En definitiva, porque están en peligro de muerte por ser contestatarios o por pertenecer a una minoría.
Durante mucho tiempo, Afganistán interesaba por el opio, por los minerales o por el control geoestratégico. Y, de repente, ya no interesa absolutamente a nadie. Entonces regresan los talibanes y la gente tiene que escapar, porque sabe que va a morir. Simplemente, está desesperada y busca un lugar donde vivir en paz.
El otro día, Shabnam Rahimi comentaba que lo que más le había impresionado de Madrid era que podía salir sola a la calle y volver a casa de noche, algo que no había hecho en su vida. Aunque luego, una vez aquí, sufren el racismo y la xenofobia. Deberíamos ponernos en su pellejo.
¿Cómo cree que tendría que haber actuado Occidente?
No dejándolos solos a los pies de los talibanes, a los que habría que exterminar. Si durante veinte años se ha intentado construir una democracia, tendrían que haber seguido luchando para mantener los derechos fundamentales. Las mujeres, insisto, tienen prohibido estudiar o trabajar. Aquí nos rasgamos las vestiduras por chorradas, mientras que nos olvidamos de países donde una niña nace culpable por ser mujer. Y eso Occidente no lo puede permitir.
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