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MADRID.- Los andaluces son unos vagos que se ponen la bandera de España en cualquier parte y hacen combinaciones de colores imposibles. Los vascos son los más antiespañoles, no se llevan bien con el sexo y levantan piedras todo el rato todos los días. Los catalanes son agarradísimos, no tienen sentido del humor y viven por y para el disseny. De todos se pueden hacer chistes —“España es un país de chistes”— más o menos blancos. El equipo de Ocho apellidos catalanes ha elegido los primeros y se ha lanzado por el camino del humor blando, sin asperezas, sin ironía, muy poco fino.
Así, la tan esperada comedia corrosiva y mordaz sobre el proceso independentista catalán se ha quedado en una película de chistes, donde los catalanes están dominados por la tribu urbana de los hipsters. De hecho, los guionistas se ceban más con estos que con todos los demás. El Koldo de Karra Elejalde y el Rafa de Dani Rovira son lo mejor de una película, que se ha hecho con el mismo equipo que la anterior y con la incorporación de Berto Romero, Rosa María Sardá y Belén Cuesta.
La película ha huido deliberadamente de la polémica del independentismo
Un apunte sobre la corrupción española —aquí cualquiera se vende por un buen jamón— y otro sobre lo supuestamente ‘bestias’ que son los Mossos d’Esquadra, son los mayores riesgos de una película que ha huido deliberadamente de la polémica del independentismo. “No hemos pretendido ofrecer una visión o una reflexión en torno a un tema tan delicado”, dice Diego San José, uno de los guionistas, mientras el director, Emilio Martinez-Lázaro, reconoce: “Cuando me preguntan cuál es el secreto de la película solo se me ocurre decir que trasmite buen rollo. Intenta transmitir algo que nos falta un poco a todos, optimismo”.
Tras los 9,5 millones de espectadores y los 56,2 millones de euros recaudados —el mayor éxito del cine español de todos los tiempos— de Ocho apellidos vascos, la productora cruza los dedos y espera que lo que Dani Rovira llama “gusa buena” —“todo el mundo quiere que hagamos una película sobre ellos”— se mantenga.
Parece que todo el mundo está preocupado por la reacción que van a tener los catalanes, ¿no cree que será igual que la de vascos y andaluces?
Sí, a mí no me van a sorprender. El sentido del humor va de la mano de cierta inteligencia y al pueblo catalán, inteligencia le sobra. Lo que pasa es que ellos ahora están presionados, casi obligados a que les siente bien la película. Pero, ya se sabe, no se ofende si no hay intención de ofender.
¿A usted le ofende algo de lo andaluz?
A propósito… con la primera película todo el mundo estaba preocupado por los vascos, ahora todos están preocupados por los catalanes, pero nadie pregunta si va a molestar en Andalucía. Todos presuponen que nadie se va a ofender, lo que dice mucho bueno de nosotros, por cierto. Pero en esta película ¡se cae una virgen en un paso de Semana Santa! Eso a lo mejor es lo más doloroso de todo. Parece que en España solo se pueden ofender vascos y catalanes.
El humor tiene, como todo, diferentes calidades, dicen que es mejor cuanto más arriesga… La sensación es que no se la han jugado mucho…
Berto Romero desde la primera lectura de guion nos decía que nos habíamos quedado cortos con el mundo catalán. Pero yo creo que no ha habido preferencias. La discriminación positiva en el humor no aporta nada.
A pesar del éxito, usted sigue teniendo más recorrido como cómico que como actor de cine. ¿Ha aprovechado el trabajo al lado de un profesional como Karra Elejalde?
Es una de las cosas que me hace sentir más afortunado. Karra es el mejor actor que hay en España, tiene la capacidad de hacer reír y al mismo tiempo de hacer drama. No me imagino a Luis Tosar o a Carmelo Gómez en los dos registros, y ¡son dos incunables! Yo he hecho de sparring con Karra, le sigo, creo que ha encontrado con quien jugar. Vamos a hacer juntos otra película, Cien metros, de Marcel Barrena.
¿Cuál cree que es la importancia real de la comedia en España hoy?
España se caracteriza por su humor, el humor es el tesoro último que no debería arrebatarnos nadie. Al músico le pueden quitar la flauta, pero no, su música. A nosotros nos pueden robar el dinero, pero no el humor. Es el mejor medicamento.
En España no quedaban actores que metieran a la gente en el cine, con la excepción de Ricardo Darín, y llegó usted, ¿demasiada responsabilidad?
Es más un halago. Llevo solo un año y medio en esto y soy consciente de que si dejo de cumplir con todo lo que me han otorgado, se va todo al traste. Yo solo quiero seguir haciendo bien mi trabajo.
La película se ríe de la falta de sentido del humor de los catalanes. Usted ha hecho monólogos para el público catalán muchas veces, en su opinión, ¿tienen o no tienen sentido del humor?
Los catalanes tienen muy buen sentido del humor. Profesionalmente, además, admiro a muchos que hacen un humor muy fino, con ironía, pequeños matices, es humor de brocha fina. Y ahí está Eugenio y su humor surrealista o Pepe Rubianes, ese gallego-catalán. Soy muy admirador de todo lo catalán. He hechos muchos monólogos allí, creo que fuera de Andalucía es el sitio donde más he trabajado. En Barcelona, una media de doce a catorce veces al año. Siempre he sentido que era bien recibido.
Ocho apellidos vascos ha sido un fenómeno único en el cine español…
Ha venido en un momento de crisis, cuando la gente estaba agobiada económica y psicológicamente y comprar una entrada de cine por hora y media de felicidad era un buen negocio. La película hace bromas con los tópicos españoles, sí, pero lo que yo pienso es que si España es un país de tópicos, eso quiere decir que es un país muy rico. España es un país de chistes. La primera película abrió el apetito, provocó una gusa sana, ahora todo el mundo quiere que hagamos una película de su comunidad, incluso de su pueblo. Pulsamos una tecla importante.
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