Martilleaba el teclado con fruición. Como si en vez de un Mac -detestaba los PC- aún utilizara una máquina de escribir. Fumaba. De repente, cuando algo no le había salido bien, daba un puñetazo en la mesa. Enviaba correos electrónicos sin parar. A sus fuentes y a los detractores que le criticaban su denuncia de las políticas de extrema derecha en sus artículos. Nunca se arredraba, incluso aunque estuviera en medio de una manifestación de neofascistas.
Así era el Stieg Larsson (Suecia, 1954-2004) periodista, según contó ayer su compañero de redacción Daniel Poohl. Un hombre divertido y amigable, pero muy enérgico. Y así eran también sus crónicas: llenas de la misma potencia narrativa que imprimió a su trilogía Millennium y con una absoluta atención a la precisión en los datos.
Algunos de estos artículos y reportajes acaban de ser ahora publicados en castellano por la editorial Destino bajo el título La voz y la furia. Fueron publicados en Expo, la revista que el propio Larsson fundó en 1995. En ellos aborda los temas que después trasladó a sus novelas: el ascenso de las políticas de odio, la islamofobia, el racismo y el maltrato hacia las mujeres en Suecia, un país considerado paradigma del bienestar y la democracia.
'Stieg no estaba adherido a un partido ni se definía como feminista. Él era un demócrata con mayúsculas. Defendía la igualdad y cuando veía que los derechos humanos estaban amenazados reaccionaba', comentó ayer Poohl. Larsson nunca consideró que su país fuera inmune al fascismo. Partía de datos, como ese porcentaje del 5% al 10% de jóvenes suecos que dudaban de la existencia del Holocausto, según apareció publicado en Expo. 'Sabía que la intolerancia forma parte de la naturaleza humana, pero lo importante era hacerle frente', señaló Poohl, para quien, sin duda, el escritor sueco seguiría hoy batallando contra el ascenso de la extrema derecha.
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