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Los Toreros Muertos vs. Un Pingüino en mi Ascensor Un combate musical por humor al arte

Entrevista a Los Toreros Muertos y Un Pingüino en mi Ascensor, cuyo pop cachondo comparte cartel este viernes en Madrid

Cartel del concierto de Los Toreros muertos y Un Pingüino en mi Ascensor.


Dos accidentes de la música española se cruzan este viernes en Madrid y amenazan siniestro total. Quizás ninguno salga indemne del choque en la sala Mon Live, un concierto que se presupone a dos velocidades: el pop electrónico y nasal de Un Pingüino en mi Ascensor precederá al pop delirante de Los Toreros Muertos en una escalada de humor surrealista. “No creo que nuestro buque se vea afectado en su flotabilidad. A lo mejor nos hacen algún rasguño, pero poca cosa”, bromea Pablo Carbonell, quien deja las cosas claras de antemano: “Me gustaría que nos telonease un grupo de versiones de Frank Zappa, aunque los pingüinos son bien recibidos”.


La banda de Carbonell siempre ha sido una rara avis en los carteles de conciertos y festivales, si bien en esta ocasión la escolta un grupo que marida bien con su concepción cachonda de la música. O, quizás, cabría decir del mundo: el gaditano nacionalizado madrileño fue pareja del humorista Pedro Reyes, látigo de Esperanza Aguirre como correoso reportero de Caiga Quien Caiga, fundador de la discográfica 18 Chulos, notario de su realidad en el libro de memorias El mundo de la tarántula (Blackie Books), actor cómico y hasta director de una película, Atún y chocolate, ambientada en Barbate y con un guiño a Javier Krahe, quien en la ficción da nombre a un colegio público de la localidad gaditana.


“Cuando empezamos en 1986, los dos primeros discos fueron totalmente improvisados. De hecho, están llenos de la-la y de li-li, o sea, de estribillos. Ahora, en cambio, influido por la métrica y rima consonante de Krahe, afino más las letras y trato de sacarle partido al diccionario”, explica Carbonell, quien conserva en salmuera un álbum de homenaje al difunto cantautor barbado. Ya ha grabado once canciones con Los Toreros Muertos y otras cuatro acompañado sólo por la guitarra, pero el cuerpo le pide más temas en solitario. “Quiero recoger todos los perfiles del personaje, por lo que un disco se quedaba corto: será doble y lo llevaré al directo sin banda”.


José Luis Moro también reivindica su figura. El cantante de Un Pingüino en mi Ascensor apela a sus textos y a los de Vainica Doble, deudor de la rima en consonante, producto quizás de las lecturas infantiles de Rubén Darío, Bécquer y Espronceda. “Me siento muy esclavo de la rima. No sé trabajar las letras de otra manera”, confiesa el compositor madrileño, tres años más joven que Carbonell y, al igual que él, al frente de una banda guadianera. Algunas de sus canciones forman parte de la BSO de los ochenta. Sus grupos tuvieron picos de éxito y luego llegaron a desaparecer del mapa. Sus miembros se han dedicado a otros menesteres, aunque nunca se quitaron del todo. Se diferencian, entre otras cosas, por la frecuencia con la que han visitado el estudio de grabación: Un Pingüino en mi Ascensor han sido, sin duda, más prolíficos.

Los Toreros muertos.

Los Toreros muertos.

“Nosotros también somos más naif”, tercia Moro. “Ellos son más explícitos, rompedores e irreverentes. Es cierto que decimos muchas burradas, pero se notan menos [risas]. En cambio, Los Toreros son muy bestias desde el primer segundo”, explica el compositor del dúo, siempre flanqueado por el teclista y programador Mario Gil, quien en su día formó parte de Paraíso y La Mode. “En realidad, estamos semirretirados desde el 91”, añade Moro, no se sabe si medio en broma o completamente en serio. Fue al comienzo de aquella década, tras facturar cuatro discos con DRO, cuando comenzó su travesía en el desierto. “Con el advenimiento del indie, pasamos a ser lo peor que había en la tierra”.


Entonces, decidieron aparcar sus temas cachondos, tirar de grandes éxitos internacionales y tunearlos con letras descacharrantes: ¿qué podía salir mal, si buena parte del público no entendían las originales en inglés? “En los noventa, no venían a vernos ni la familia ni los amigos, una cosa terrible, lo que nos llevó a hacer versiones de hits ochenteros. Un ejercicio divertido, con el que me había iniciado en la música, que no sirvió de nada”, reconoce Moro, quien parecía haber encontrado la fórmula para salir del ostracismo. “Sin embargo, en 2001 nuestro público regresó inexplicablemente a los conciertos y entonces decidimos recuperarlas para el repertorio”. El año pasado las grabaron en Espantapalomas, “aprovechando que no somos famosos ni tenemos repercusión alguna”.


Alguna de ellas se escuchará este viernes, aunque sus títulos —Foie gras, foie gras, Otro brick de Don Simón, Un disco del Fary— no den ninguna pista sobre las canciones que se esconden detrás de ellos. Más reconocibles serán sus éxitos Atrapados en el ascensor, El balneario, Perestroika o Espiando a mi vecina, que desgranarán junto a cortes de su último álbum de temas propios, Sex & Drugs & Nasal Pop, en el que reinciden en su humor ganso y no dejan perroflauta sin cabeza. “Nos dedicamos a la música porque nos divierte mucho, lo que nos da mucha libertad para seguir haciendo lo que nos da la gana. Arriesgamos porque no nos jugamos nada en nuestra carrera profesional”, afirma Moro, embarcado desde hace años en el mundo de la publicidad.

Un Pingüino en mi Ascensor. / SOFÍA MORO

Mario Gil y José Luis Moro son Un Pingüino en mi Ascensor. / SOFÍA MORO

El cantante de Un Pingüino en mi Ascensor reniega de la trascendencia, aunque entiende que el camino hacia —o contra— ella es la irrelevancia. En ese tránsito, aprovecha para poner patas arriba la cultura pop reciente, hurgando en la cotidianidad sin preocuparse por los guijarros de la corrección política que jalonan la ruta. “En el cuarto álbum, La sangre y la televisión (1990), me dio un ramalazo serio y resultó francamente aburrido. Además de ser nuestro peor disco con diferencia, fue un fracaso comercial. Lo único que sé hacer es humor, por lo que al final la cabra siempre tira al monte”.


Moro, sin embargo, es consciente del menosprecio que puede acarrear la conjunción de acordes y risas. “Si te planteas la música como un medio de vida, dedicarte al humor es un tremendo error estratégico, porque nadie ha tenido un gran éxito en ese campo. Somos el género chico del pop con minúsculas”, concluye el músico madrileño, secundado por Pablo Carbonell. “El star system sigue dándose mucha importancia a sí mismo, por lo que Los Toreros Muertos tenemos vigencia para rato”, asegura amenazante. “Nuestro misil pretende hundir la pomposidad del mundo pop, aunque no sé por qué nos hemos asignado esta tarea”.


Cabezas nucleares como Mi agüita amarilla, Manolito o Yo no me llamo Javier alternarán en el escenario con un puñado de nuevas composiciones, entre ellas una dedicada a Serrat. “Es el cantautor de mi infancia y de mi vida”, desembucha Carbonell. “Quiero a Sabina y a Krahe, con el que me unía una gran amistad, pero a él lo adoro. No obstante, no es un homenaje a Serrat, sino que me he inspirado en él para buscar ese estilo yermo del hombre que trabaja una tierra árida. O sea, es una canción manchega en la que se me escapa el cariño que le tengo”. Desde los primeros clásicos hasta los últimos hallazgos han pasado más de treinta años: “Aunque el repertorio será más corto que el habitual, no nos resignamos y tocaremos también las antiguas: vamos camino del brucespringsteenismo”.


Pop demente, lisérgico, ganso, surrealista, guasón o como quiera llamársele envuelto en diversos palos. En realidad, excipientes musicales, porque lo que importa son las letras y la actitud de una banda incombustible en la que resisten el showman Carbonell y el bajista Many Moure, pero que perdió recientemente a uno de sus fundadores, el teclista Guillermo Piccolini, quien ha decidido no moverse de Buenos Aires aunque le pongan delante de su casa un jet privado. “El estilo de Los Toreros Muertos es nuestro afán de burlarnos de los estilos”, sentencia su cantante. “Tenemos una personalidad muy ecléctica y no pertenecemos a ninguna tribuna urbana. Somos unos payasos que nos reímos de nuestra propia sombra”.


Los Toreros muertos vs. Un Pingüino en mi Ascensor.
Viernes 11 de mayo, a las 20.30 horas. Sala Mon Live (Madrid).

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