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Actualizado:Thatcher 1 - Chusma 0
Easy rider, Saturday night fever, Quadrophenia… El binomio droga-cultura juvenil ha salpimentado la historia del cine con algunas joyas y otras que mejor olvidar. La idea de pertenencia sobrevuela aquí y lo hace no sin cierta épica. Ante el sálvese quién pueda thatcheriano y el vapuleo mediático a ese “detritus de la revolución industrial”, como los definieron en su día algunos tribunos conservadores, Trainspotting evidencia que algo huele a podrido en el sistema, pero también funciona a modo de quejido involuntario, un pataleo narcótico y torpe frente a unas políticas que atacaban la línea de flotación de una cultura de clase en principio de descomposición.
Ni 'chic', ni desdentado
Si el hiperrealismo de Pulp Fiction –por citar otra peli-icono de la época– mostraba el consumo e incluso la sobredosis con una pátina distinguida a base de bailecitos axonométricos, Trainspotting se sumerge de lleno en la sordidez de la droga. Ni rastro del heroin chic que arrasó en las pasarelas con cuerpos macilentos, portes desgarbados y ojeras. Aquí el tema es serio aunque sin llegar a la imagen del yonqui desdentado rebelde y víctima de la sociedad. “Nos habríamos inyectado vitamina C si hubiera sido ilegal”, confiesa el protagonista.
Cancionero ilustre
Desde los primeros compases de tambor a cargo de Hunt Sales en el Lust for life de Iggy Pop y David Bowie, hasta la hipnótica Born slippy de Underworld, la playlist de Trainspotting es de esas que marcan época. Un cancionero pensado para amenizar las maratonianas sesiones opiáceas y amortiguar la consiguiente bajona del personal. Participan en ella miembros insignes del incipiente brit pop como Elastica, Blur, Damon Albarn, Pulp, Primal Scream… y otros ilustres como Brian Eno, Lou Reed o New Order.
Bloques de hormigón para siempre
¿Desarrollo urbanístico o inducción al suicidio? Trainspotting está impregnada por esa estética del hormigonazo que tanto daño hizo durante la postguerra. Bajo lemas como “la belleza es inútil” o “sólo la técnica nos salvará del naufragio”, una generación de arquitectos con Le Corbusier en la retina tuvo a bien engendrar el brutalismo, ¿o debería llamarse mamotretismo? No hay film que aborde el proletariado británico del último cuarto de siglo que no cuente con una secuencia en una de estas moles. Lo que en su día se llamó “honestidad constructiva” se traduce hoy día en fábricas de desasosiego. La modernidad al servicio de Satán. Poca broma.
Estética mugrienta
Pitillos, sudaderas raídas, camisetas descoloridas… El atavío del personal podría ser el fondo de armario de Kurt Cobain. El pre-grunge noventero se pasea por Trainspotting y presagia una década en la que el look toxicómano parecía engullirlo todo. Calvin Klein le acicaló un poco la roña y subió el invento a la pasarela. Kate Moss le puso cara. El capital no hace distingos y la mugre resultó ser un filón. Pecunia non olet.
Amor de compra y venta
“Coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca”. Romanticismo en estado puro. El enunciado corre a cargo de Renton durante los preparativos de lo que se prevé un provechoso pico. El adicto en busca de placer descarta el amor por practicidad. Los sinsabores de la cuestión amorosa no sirven cuando se ha emprendido una vertiginosa carrera cuyo único objetivo es satisfacer el deseo inmediato. Lo romántico es en Trainspotting un desvío innecesario.
El legado
Trainspotting puso de nuevo en el mapa al cine británico. Su atrevimiento, temática y ritmo vertiginoso sirvió de avanzadilla a obras como Snatch: cerdos y diamantes, Requiem por un sueño o El club de la lucha. Lo hilarante da paso al infortunio en apenas unas secuencias, legado que quedó patente en comedias sociales como por ejemplo la exitosa Full Monty.
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