Pere Portabella en todas partes. Desde Granada a Barcelona, de Bilbao a Gijón, pasando por Madrid. Hoy se puede trazar un mapa en el que este director, que ha querido liberar al cine de tiranías argumentales, es más visible. Si Jaime Rosales lo reivindicaba como uno de sus referentes cinematográficos al recibir el Goya por La soledad, y se quejaba de cuánto ha sido ignorado por la industria española, la vuelta al cine del director, productor (de Viridiana, por ejemplo) y político catalán, lo ha expuesto como nunca antes.
Él, satisfecho, se quita una espinita tras otra: “Hay un cambio de percepción por las prácticas transversales de los medios digitales, la gente que se comunica y edita en Internet acepta mejor las estructuras que no están cerradas, la complejidad de una película que no es cine masticado”. Cine papilla, lo llama. Y se ríe.
Una prueba: tras 17 años de alejamiento cinematográfico, su última película, El silencio antes de Bach, ha durado más de seis meses en salas, aunque sean sólo dos de Madrid y Barcelona. Además, se ha mostrado en el MOMA de Nueva York, ha sido premiada en el festival de Gijón... Ya no sólo lo quieren fuera.
Además, cumple con lo que se le atragantaba desde 1990, cuando convocó la rueda de prensa para presentar El puente de Varsovia, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y no acudió nadie. Este jueves se reestrenó la película –y en dos semanas lo hará Vampyr- Cuadecuc.
'Estoy pasando de la nada al todo”, dice. Portabella se está afirmando en las salas de cine, a las que “nunca quise renunciar por mucho que en los museos tuviera un espacio”. El asunto tiene mucho del activismo que lleva este hombre de 79 años en los huesos: “Para ser subversivo, tienes que colocarte en el escenario”, dice.
Empecemos por el final. Su última acción ha sido en Granada. Allí, ha desvalijado el mobiliario de la que fue la casa de Federico García Lorca para dejarla con todo el peso del vacío. Ha filmado el despojo y luego, el silencio. “Los lugares vacíos transmiten una mística antropológica”. Algo que Portabella ha explorado en tantos planos secuencia arquitectónicos –en El silencio antes de Bach o en El puente de Varsovia, por ejemplo.
El cortometraje de 20 minutos resultante de este experimento desacralizador –que forma parte del proyecto que ha comisariado Hans Ulrich Obrist en la casa de García Lorca– se estrenará en cines, previsiblemente, en septiembre. Un buen mes ése en el que el director será investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Antes, es decir ya, se pueden ver en el Museo Thyssen de Madrid los cortometrajes que Portabella hizo sobre Miró entre 1969 y 1974. En ellos está el germen de todo lo que es Portabella. Está su búsqueda de un cine que se entrega totalmente abierto al espectador. Está su voluntad de “opositor profesional”.
El hombre que dice tener “dos pies en el arte contemporáneo y dos en el cine”, prepara ahora un último ataque de visibilidad que es otro acto más de coherencia: en meses, de su web colgará toda su filmografía para ser descargada gratis. “Me coloco en el lado de la libertad del usuario, del territorio cultural que está opuesto a los búnkers del cine”. Donde ha estado siempre.
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