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MADRID.- El asesinato de Berta Cáceres el pasado 3 de marzo y, doce días después, el de Nelson García, han conmocionado a la opinión pública y han alertado a los defensores del medio ambiente. La ONG Global Witness ha advertido del aumento de atentados contra “activistas del medio ambiente y de la tierra”. En 2014 Honduras fue el país que registró más asesinatos per cápita de defensores de la naturaleza en todo el mundo, 101 casos (desde 2010). La siniestra historia de estos crímenes demuestra cuál es, desgraciadamente, la forma de protesta más eficaz. También es la más peligrosa. El director y guionista Eli Roth reflexiona precisamente sobre esto en El infiero verde, aunque su manera de hacerlo es ‘terrorífica y sangrienta’.
Homenaje indisimulado a la ya mítica y siempre controvertida Holocausto caníba’ (Ruggero Deodato, 1980), la película de Roth partió de su pasión por “las películas sangrientas” y de la reflexión alrededor del ‘slacktivism’ o activismo de sillón, la forma de que “los usuarios de las redes sociales piensen que están haciendo algo respecto a terribles acontecimientos que están lejos de su control”.
De ello nació esta historia de un grupo de estudiantes del mundo rico que se adentra en la selva amazónica peruana con sus teléfonos móviles con la intención de impedir que una gran corporación arrase la naturaleza. Al llegar a la zona los jóvenes se encontrarán cara a cara con mercenarios entrenados para matar, con animales salvajes y con una tribu caníbal. Estos, tal y como auguraron los estudiantes, no serán los que mejor terminen.
El asesinato de Chico Mendes
El infierno verde, aunque no rehúye el tema, no es una película destinada a denunciar el asesinato de los defensores del Amazonas, un objetivo que sí han perseguido otros títulos antes. John Frankenheimer contaba en 1994 en The Burning Season. The Chico Mendes Story la vida de este activista y su lucha en la defensa de los bosques del Amazonas. El filme mostraba el recorrido vital de este hombre, recolector de caucho que llegó a viajar a EE.UU. para denunciar la situación de los Xapurí y que finalmente fue asesinado el 22 de diciembre de 1988.
Unos años antes, el británico John Boorman rodaba La selva esmeralda (1985) inspirándose también en hechos reales. Relato ambientado en la Amazonia brasileña, era un filme que defendía la vida indígena y el respeto a la naturaleza. Protagonizado por su propio hijo, Charlie Boorman, contaba cómo los miembros de una tribu de la zona secuestraban al niño, hijo de un ingeniero de EEUU que trabaja en la construcción de la mayor presa del Amazonas. Los invisibles adoptaban al pequeño y le enseñaban su forma de vida.
La selva amazónica era también el escenario de Jugando en los campos del señor, película que dirigió Héctor Babenco en 1991 y que era la adaptación de una novela de Peter Mathiessen. Con Tom Berenger a la cabeza, contaba la historia de un grupo de misioneros que se instalaba en la selva para evangelizar a los indios niaruna, mientras unos mercenarios tenían como objetivo masacrar a la tribu. El resultado era la destrucción de una parte de esta selva.
Voces defensoras del planeta
El cine ha tenido siempre voces defensoras del planeta que han contribuido a la causa medioambiental desde muy diferentes puntos de vista. Sin muertes, ni alusiones a crímenes reales, hay algunos referentes esenciales de este cine que defiende la naturaleza.
Nanuk, el esquimal (1922) es el primer documental de la historia y, sorprendentemente, uno de los mejores que se han hecho. Dirigido por Robert J. Flaherty, cuenta la vida de los esquimales que vivían en la región de Hudson, en Canadá. El gran Akiro Kurosawa contó en Dersu Uzala (1975), inspirándose en hechos reales, una hermosa historia de amistad y de convivencia en armonía con la naturaleza. La película estaba protagonizada por un cazador nómada de la taiga siberiana. Se alzó con el Oscar a la Mejor Película no Inglesa. Y en España, Montxo Armendáriz firmó la magnífica Tasio (1984), donde daba protagonismo a la naturaleza de los bosques de la sierra de Urbasa a través de la historia de un hombre que trabaja como carbonero y decide quedarse en el monte, en soledad, en lugar de irse a vivir a la ciudad.
La historia de la zoóloga Dian Fossey y su defensa de los animales dio la vuelta al mundo gracias a Gorilas en la niebla, la película del británico Michael Apted y a la actriz Sigourney Weaver, que encarnó el personaje principal. Dedicada a observar a los gorilas de las montañas africanas durante años, esta científica se enfrentó a los gobiernos y a los cazadores furtivos poniendo en peligro su vida para proteger a estos primates.
Animación y documental
John Sayles, en La tierra prometida (2002), y Alexander Payne, en Los descendientes (2011), han denunciado la codicia de los promotores inmobiliarios y su salvaje destrucción del planeta construyendo indiscriminadamente en zonas vírgenes. Otras películas inolvidables han mostrado la vida en medio de la naturaleza: Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), obra maestra de Sidney Pollack a la que algunos han puesto el calificativo de “western ecologista”; Colmillo blanco, adaptación de la novela de Jack London de la que se han hecho varias versiones, o El oso (1988), de Jean-Jacques Annaud.
En la animación destacan la maravillosa Wall-E (2008), de Andrew Stanton, o La princesa Mononoke (1997), donde Miyazaki representaba a los animales luchando contra el ser humano y su afán por destruir la naturaleza. Y, por supuesto, ahí están los títulos del género documental que, cada vez más, se ocupan del medio ambiente. Las deslumbrantes producciones de la BBC, con la película Earth en primer lugar; Al Gore y el cambio climático en Una verdad incómoda; The Cove, sobre la matanza de delfines; Los espigadores y las espigadoras, de la genial Agnès Varda… son solo algunos de ellos.
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