Cory Kennedy va una noche a un concierto y allí conoce a un chico. Se llama Mark Hunter y es fotógrafo. Se enamoran. A él le gusta hacerle fotos (ella bailando, ella en bici, ella probándose unas gafas), que después cuelga en su web. Al poco, el chaval observa que cada vez que Cory aparece, las visitas se disparan. Y en febrero del 2007, zas: ¡la locura! Todas las revistas, diarios, blogs y mentideros se hacen eco de esa chiquilla desgarbada que tiene algo.
Lo que en inglés llaman una it girl. Nota: sí, el momento de Cory pasó, pasó, pasó. Además, sus padres ya no la dejan salir. Ella es una excusa para no tener que nombrar a Deleuze, Baudrillard o Sontag. Un epítome de cómo una imagen repetida mil veces muta su significado inicial. Volvamos a las it girls. A día de hoy, es una etiqueta de saldo. Los medios han encumbrado a Paris Hilton, Sienna Miller, Lindsay Lohan, Nicole Richie o las gemelas Olsen, chicas con poco discurso pero plumaje vistoso.
El vicio de ojear
En común, también su poquita cabeza, las ganas de juerga, el mediano interés por el trabajo y, siempre, el hambre voraz de moda. Llevan en el bolso perros de cuerpo pequeño y cabeza grande, como ellas. Fascinan a mucha gente. Así es: hay una clase de personas (la loca de tu barrio, Madonna, Dennis Rodman, Anna Piaggi, Raphael) ante quienes no se puede evitar echar una ojeada.
Pero qué fue primero en las it girls: ¿son fotografiadas por tener un cierto encanto o han adquirido un cierto encanto tras ser tan fotografiadas? Hace cincuenta años, las chicas cool de Europa y Norteamérica eran cultas, mecenas y socialmente lúcidas, con vestidos de Oleg Cassini o Schiaparelli a juego con ideas bullentes en la cabeza.
Por eso, llegados a este punto, cabe distinguir a las it girls en dos clases: las celebrities y las socialites. Las primeras son famosas por una causa pop y nuevo-rica; por ese motivo despiertan ternura camp. Son hijas de esta década de hipertrofia mediática. Las segundas provienen de familias diferentes, aristocráticas muchas veces, y en su genética caben casas en los Hamptons, coleccionismo de orquídeas, bailarines rusos y cuadros de Braque.
Credenciales
Capote llamaba swans (cisnes) a sus socialites preferidas: C.Z Guest, Lee Radziwill, Marella Agnelli, Slim Keith, Gloria Vanderbilt, Babe Paley... Todas hicieron de la excentricidad un arte. A Agnelli, la perseguían Warhol, Avedon y Henry Kissinger, cada uno para sus cositas.
Slim Keith, además de un buen nombre, tuvo el corazón de Howard Hawks. Patty Hearst hizo un tejerazo avant la lettre en el asalto al banco con su Up against the wall, motherfuckers! junto al Ejército Simbionés de Liberación. ¡Y es amiga del director John Waters!
Con esas credenciales, ¿cómo comparar a las chicas del ayer con las famosas actuales? No hay color. De tanto en tanto, alguna se descuelga con una historia simpática –Hilton y su accidente en la película La casa de cera–, pero acaban aburriendo por pesadas, vacías, previsibles.
Para los interesados en cuotas, hay que hacer notar que apenas hay chicos celebrities. Lapo Elkann, nieto del fundador de Fiat –Gianni Agnelli–, está en ello. En su carrerón por hacerse un hueco entre tanta mujer figura el reciente lanzamiento de su particular línea de ropa (Italia Indipendent) así como una sobredosis en 2005 que lo dejó a las puertas de la muerte y un tratamiento de rehabilitación en la misma clínica que Kate Moss. Pero no es el único. También luchan por convertirse en ‘celebs’ el actor Shia LaBeouf (Memorias de Queens, Disturbia); Adam Brody, batería de Big Japan y secundario de series como The O.C.; y Maddox Jolie-Pitt, hijo adoptivo del matrimonio Smith. Macaulay Culkin lo intentó (pero no). En esto, como en tantas otras cosas, más hubiera valido que el otro sexo no nos imitara.
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