madrid
Son ellas mismas y no lo son. Es ficción, pero da la mano al documental. Son mujeres, son actrices, son princesas. Viven una ficción dentro de una ficción que está construida sobre sus propias historias de vida. Juegan con textos literarios y con los cuentos de princesa para reapropiárselos desde una mirada feminista y moderna, y hablan de la muerte, del amor, de la amistad, de la interpretación… Son Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero, Helena Ezquerro e Itsaso Arana. Son las protagonistas de Las chicas están bien.
Debut en el largometraje de Itsaso Arana, la película, que se estrenó en el Festival de Karlovy Vary, es, en palabras de su directora, una "película campamento" donde el equipo, formado en su mayoría por mujeres, ha creado un nicho femenino. Un espacio -una casa de campo y un viejo molino- en el que cuatro actrices y una directora ensayan una obra de teatro. Se miran, se hablan y se escuchan, aprenden unas de otras, se ríen, cantan, trabajan… protegiendo un espacio de confianza y de respeto, construyendo un lugar de memoria desde el cine y paseando alegremente en miriñaque, vestidas de princesas, "¿por qué no?"
Ésta es una película nada convencional, transmite la sensación de cine-experimento…
Es una buena intuición, porque es una mezcla de varias cosas. Por un lado, yo vengo de una familia con muchas mujeres. Vivir la muerte de mi aita con todas las mujeres de mi familia alrededor de su cama, a mí se me quedó grabado como una imagen reverberando y siempre pensé que tenía que hacer algo con eso. Eso conectaba, por otro lado, con todo ese imaginario de la literatura, un montón de mujeres esperando algo, encerradas, La casa de Bernarda Alba, Mujercitas… ese tipo de relatos que a mí siempre me habían apelado y no sabía muy bien por qué. Algo hizo click en mi cabeza con esa doble dimensión, la vital y la literaria o estética. Y después también estaba eso de juntar a varias actrices en una especie de peli campamento, como la llamo yo. Amigas, actrices a las que admiro, con las que había trabajado, que conocía por diferentes vivencias…
Pero ¿trabajaron sobre un guion cerrado o se fue escribiendo en el rodaje?
Pues se fue haciendo y deshaciendo. Había un guion. Era un guion con un tratamiento del lenguaje nada habitual, porque a veces parece que la palabra y el cine fueran como el agua y el aceite, mientras que hay una tradición de cine muy hablado. Yo estaba planteando una película río, del devenir de los días… era básicamente un grupo de chicas hablando. Hice algunas entrevistas personales acerca de los temas de la película a cada una de las actrices y acabamos recopilando una especie de álbum de anécdotas y de vivencias. Así que el guion era, digamos, un traje a medida. Y en el rodaje seguimos escribiendo la película dentro del plano. Íbamos también improvisando acerca de los temas, pero partimos de una base acordada. Estábamos creando un ecosistema de confianza donde no todo vale. Ellas tenían que sentirse seguras, respetadas… La película más que dirigida está guiada, yo me sentí como jugadora libre entre la cámara y las actrices, eso permitía que pudiéramos abrir un poco las ventanas.
¿Hay una intención de reinterpretar los tradicionales cuentos de princesas desde la mirada de la mujer de hoy?
Espero que sí se vea así, espero que se lea como una reapropiación, una reapropiación con esos trajes típicos de los cuentos sobre cuerpos contemporáneos, sobre nuestra manera de ver el mundo. Creo que no queda otra que abrir un poco los corsés. Si queremos jugar con los roles que estéticamente se han vinculado a una feminidad, hay que ver cómo lo hacemos nosotras y no quedarnos en la mirada masculina, sino miramos entre nosotras. Ver cómo resisten esos cuentos y que la mirada sea entre nosotras y no estemos esperando a que alguien nos mire o nos marque cómo tenemos que hacer las cosas.
Las mujeres de su película hablan y se escuchan, ¿quería mostrar la manera en que hablamos las mujeres?
Sí. Hacer la película con hombres sería un experimento interesante, pero pienso en Jane Fonda, que dice que cuando los hombres se juntan, se ponen uno al lado de otro y se ponen a mirar, un partido de fútbol o cualquier otra cosa. Entre nosotras no es así, las mujeres nos miramos. Creo que hay una mirada entre nosotras que se ha restringido a lo privado y tenemos que recuperarla. Las mujeres, unas con otras, compartimos historias de vida y hay una forma de sensualidad entre nosotras… es la forma en la que yo aspiro a relacionarme con mis amigas. Pero también creo que existe una presión terrible con respecto a la competitividad entre mujeres y en el caso concreto de nuestro gremio hay mucho que conquistar.
¿De qué manera determina este trabajo el que los personajes sean actrices?
Creo que mucho, en el tono final de la película y en el género. Hay algo hermoso y extraño en nuestro trabajo que a veces casi parece brujería, este extraño trabajo de volverse otra y de ser otra para una misma. Para mí todavía guarda un misterio increíble. Hay algunos oficios que hacen que vivamos un poco entre realidades. Eso me permitía también saltar entre géneros o entre texturas de interpretación y lo mejor de todo es que la película se puede ver como un tratado de interpretación, porque hay muchas capas de ficción pasando por esos cuerpos. Hay veces que la película puede parecer teatro leído. Hay veces que tiene que ser completamente naturalista. Hay momentos casi confesionales, momentos más poéticos, parece a veces un cuento de verano… y eso creo que es gracias a que son actrices. Los intérpretes son gente que está muy acostumbrada a usar sus propios materiales de vida para su trabajo. Además, creo que tenemos esa capacidad de estar con facilidad entre lo hondo y lo ligero. Creo que las actrices somos más saltarinas.
Se ve, además, una transmisión de unas generaciones a otras, ¿quería mostrar esa especie de nicho de aprendizaje?
Transmitir lecciones de vida es para mí el motor absoluto de haber hecho la película. Elegir actrices de diferentes edades me parecía fundamental. Había algo en la elección de las dos actrices más jóvenes, que habían pasado por una vivencia muy fuerte de orfandad…mientras que las dos mayores, a lo mejor no tienen esa vivencia, pero sí una memoria laboral de la actuación que es súper rica. Se ponen en valor las vivencias de todas, se van escuchando y acompañando. Hay una transmisión de unas a otras. Y también están Mercedes, que es la dueña de la casa, y la niña, su nieta, que recibe los cuentos de una forma mucho más escéptica. Es bonito el momento donde la niña empieza a bostezar cuando le están leyendo un cuento de princesas, pero luego quiere ir al río con el traje de princesa, ¿por qué no?
¿Con las mujeres hay también una forma de trabajar, de trabajar en el cine, diferente?
En los rodajes lo habitual es la imposición, para muchos directores el liderazgo es impositivo, pero hay otras formas de liderar. A mí me ha quedado claro como actriz a lo largo de los años que los rodajes toman el carácter del director o de la directora. Es una expansión de la personalidad de quien guía la situación. La filosofía que promueve la película estaba en el rodaje. Prácticamente la totalidad de las jefas de equipo de la película eran mujeres y mujeres algo más jóvenes que yo (Sara Gallego, fotografía; Marta Velasco, montaje; Laura Renau, dirección de arte y vestuario). Era muy importante generar un ambiente de muchísimo cuidado, muchísimo respeto. Siempre digo que Los Ilusos (la productora) hacen cine pobre de lujo, nosotros rodamos quince días, pero tuvimos todo lo que se necesitaba para contar lo que queríamos contar, es casi como un posicionamiento filosófico con respecto al cine y con respecto a esa especie de clasismo que hay en los rodajes. Nosotros éramos un equipo pequeñito, donde todas las jefas de equipo cobramos lo mismo… y eso es importante, ser clara con el presupuesto que hay… son gestos que la gente percibe.
¿Qué ha aprendido usted después de esta película?
Todavía me lo pregunto, pero sí, antes de rodar hicimos un brindis, yo andaba con mucho susto, era la primera vez que rodaba una película, y entonces se me saltaron un poco las lágrimas y le dije al equipo que no pasaba nada y que esta película nacía de la fragilidad. El último día de rodaje, cuando hicimos el brindis final, dije que me había dado cuenta de la fuerza que nace de la fragilidad. Yo siempre he tenido dudas sobre sí misma, tenía dudas sobre si podría hacer esto sola de una forma en la que me pudiera sentir satisfecha y me di cuenta de que no hay que transformarse para liderar las cosas, no hay que aparentar una fuerza, porque en realidad hay una verdadera fuerza que nace del miedo. Hay que acostumbrarse a otras formas de liderazgo.
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