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Un Cervantes sin vanidad

El poeta mexicano José Emilio Pacheco recoge el máximo galardón de las letras en castellano y reconoce que ‘El Quijote' no le parece 'cosa de risa'. 'Nadie puede sacarme de esta visión doliente'

PEIO H. RIAÑO

El día en la Universidad de Alcalá de Henares no podía empezar más que con metáfora. Pantalones a tierra, arriba humanidad. El gran poeta mexicano José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) llegaba enjaretado en unas costuras a las que no es aficionado. Si nunca estuvo dentro de un pingüino, cómo saber que es mejor arrimarse unos tirantes que un simple cinturón para que no se caigan los pantalones. 'De repente eres un ser humano como cualquier otro', apuntó con naturalidad el autor, que interpretó la anécdota ante los fotógrafos como 'un buen argumento contra la vanidad'.

La mañana arrancaba con el tono que luego, durante la lectura de su discurso, se confirmó sin pompas ni fanfarrias. El autor de No me preguntes cómo pasa el tiempo (1964-1968) se tomó su tiempo en la escalada al púlpito del paraninfo de la universidad, desde el que iba a hablar, sobre todo, de Cervantes como una víctima ejemplar: 'No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos', leyó. Antes, se había tomado su tiempo, con toda naturalidad, dando la espalda a los invitados mientras él cambiaba de lentes y apoyaba su bastón.

'Soy brutísimo y torpísimo, ni siquiera podía subir al púlpito, y después leyendo, me sobrevino un ataque de timidez', confesó al poco de finalizar su intervención. Ya sentado en los jardines insistió en que escribir es 'una tarea diferente a la de hablar porque te estás tapando la cara', para aclarar con mucha sorna: 'El género del discurso no lo ha practicado lo suficiente'.

El escritor centró su alocución en la injusta situación por la que atraviesa el escritor... desde el siglo XVII: 'Cómo nos duele verlo o ver a su rival,

Lope de Vega, humillándose ante los duques, condes y marqueses. La situación sólo ha cambiado de nombres. Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante'.

Y en un mal augurio por su parte añadió que tal panorama no hará más que 'agudizarse en la era electrónica'. Más avanzada su lectura, volvió a referirse a Internet como 'la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas'.

Con humildad y lucidez a partes iguales, Pacheco sentenció que le hubiera gustado 'que el premio Cervantes hubiera sido para Cervantes'. De esa manera, el escritor habría visto aliviadas sus necesidades de los últimos años de vida. Pacheco recordó el inmenso éxito de su libro y lo 'poco o nada' que remedió su penuria.

Fue el momento en que aprovechó el poeta para reivindicar la defensa de los derechos del escritor en el mercado editorial, que desde que quedó establecido en la Roma de Augusto se le ha menospreciado. 'A cada uno de sus integrantes -proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros- le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría', y Cervantes, según Pacheco, resultaría la víctima ejemplar de este orden injusto.

Pero toda aquella penuria, todas aquellas humillaciones, además de hambre, ayudaron a Miguel de Cervantes a escribir 'su obra maestra'. 'El Quijote es la más alta ocasión que han visto los siglos de la lengua española', reconoció José Emilio Pacheco, que no entiende la lectura humorística que se suele practicar sobre el caballero de la triste figura: 'Leo más tarde versiones infantiles del gran libro y encuentro que los demás leen otra historia. Para mí El Quijote no es cosa de risa. Me parece muy triste cuanto le sucede. Nadie puede sacarme de esta visión doliente'.

Antes de los dolores, el poeta mexicano había calentado su discurso con el recuerdo de la primera vez que entró en contacto con el mundo de El Quijote, a los ocho años, una mañana en Ciudad de México, junto con sus compañeros de la escuela, en una representación del libro convertido espectáculo.

'Dos horas después termina la obra. Desciende de los aires Clavileño, que en esta representación es un Pegaso. Don Quijote y Sancho montan en él y se elevan aunque no desaparecen. El caballero de la triste figura se despide: ‘No he muerto ni moriré nunca. Mi brazo fuerte está y estará siempre dispuesto a defender a los débiles y a socorrer a los necesitados', contó.

El autor de Las batallas en el destierro -una novelita corta muy mordaz sobre los años cuarenta en México, que acaba de publicar Tusquets- se tomó al pie de la letra ese compromiso ético con los débiles. Entendió que el más débil de todos, en estos momentos, es el medio ambiente.

En dicho relato, el nuevo Premio Cervantes dibuja el contexto mexicano de sus primeros años de vida a través del personaje, atando lazos con él mismo. Como decimos, Pacheco es un comprometido defensor de la naturaleza, contrario por completo a la caza, como su personaje, que a los tres años vio Bambi de Walt Disney y tuvieron que sacarlo del cine llorando porque los cazadores mataban a la mamá de Bambi.

'En la guerra asesinaban a millones de madres. Pero no lo sabía, no lloraba por ella ni por sus hijos; aunque en el Cinelandia pasaban los noticieros: bombas cayendo a plomo sobre las ciudades, cañones, batallas, incendios, ruinas, cadáveres', describe el personaje creado por Pacheco.

Ayer, al recoger el galardón dotado con 125.000 euros, entró en lo que Carlos Fuentes ya había definido como 'el territorio de La Mancha'. Pero lo hizo con un pequeño desliz al adelantar un siglo la fecha de publicación de El Quijote: cambió 1605 por 1506. Un lapsus lo tiene cualquier Cervantes.

Además, para incidir en esta imagen humilde, reconoció que durante su adolescencia no pudo 'seguir de corrido la fascinación del relato' por las molestias en la lectura que provocan las notas a pie de página y que el filósofo George Steiner llamó 'el aparato ortopédico de las notas'. A Pacheco le duele que las obras eternas no puedan serlo de manera más contundente, ante la necesidad de explicar continuamente la alteración de los sentidos de las palabras con mil y una notas.

'José Emilio Pacheco nos ha enseñado que sólo lo frágil perdura, que hay defensa contra el vacío, que se puede ser conciencia del tiempo', subrayó la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. En una disertación resuelta en un tono personal, insistió en el ejemplo que supone este escritor, que ha hecho de su vida 'una forma de acercamiento humano, una manera de intentar lo imposible, un continuo ejercicio de generosidad implacable'. La ministra se mostró entusiasta con el momento poético por el que pasa la lengua castellana y aseguró que no faltan 'razones para la esperanza', ya que 'hoy se lee más poesía y se escriben más versos'. Por su parte, el rey señaló que la poesía del premiado es 'un ‘producto social', de todos y para todos, que se eleva por encima de voces individuales'.

Ya sin papeles, relajado en los jardines próximos al paraninfo, reconoció que todavía no se lo creía. 'Lo veo pero no lo creo. Y mañana cuando lo vuelva a mirar, cuando lo crea, ya no existirá'. Incluso tuvo tiempo y paciencia para comentar, unos días después, sus declaraciones en la rueda de prensa del martes, en la que aseguró que 'la poesía es un vicio como la cocaína'. Pacheco afirmó que la 'poesía es silencio, reposo y aislamiento', reconociendo que no fue comedido.

'Dije que la poesía es una actividad tan adictiva como la cocaína, pero yo nunca probé la cocaína. Me quedé en la nicotina. Lo hubiera matizado por escrito... pero la palabra oral no te permite matizar ni te permite ver qué dijiste hace un minuto', explicó José Emilio Pacheco, arrimando a su sonrisa su falta de vanidad.

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