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“Hay una anécdota de Luis Buñuel muy graciosa: una vez invitó a unos amigos a su casa para hacerles una paella. Había quedado con ellos a una hora y aparecieron diez minutos tarde, así que, cuando llegaron, les abrió y les tiró la paella al suelo”, cuenta Blanca Portillo (Madrid, 1963) con una sonrisa de oreja a oreja pese a llevar desde las siete de la mañana en pie. Voz tomada, como de catarro. Pero ella niega: es del madrugón y de los ensayos del fabuloso filme de Buñuel El ángel exterminador, que Portillo dirige, y que se estrena el 18 de enero en el Teatro Español de Madrid.
-Buñuel retrataba en su película el comportamiento de la clase alta ante situaciones límite. Su degradación.
Sí, y creo que es algo que no nos es ajeno en este momento. Aunque no creo que hablara sólo de la degradación de una clase social, sino de cómo esa sociedad que se cree ajena a los males de los demás se ve en los mismos problemas que cualquiera en determinadas situaciones. Yo sé que en estos momentos la idea de clases sociales se ha fundido, ya no existe. Hay gente que tiene dinero y gente que no tiene dinero. Ahora todo el mundo es una supuesta clase media: desde el rico, que no te dice “yo soy rico”, sino “yo soy clase media”; hasta el pobre que no quiere asumir que está en ese lugar. Ya no existe como entonces porque históricamente las cosas han cambiado. Pero lo que subyace debajo, no sólo no ha desaparecido, sino que está más presente que nunca.
Yo hablo de la idea del encierro. Y creo que esa idea está presente en la película y en nuestros días; gente que vive aislada de los problemas de los otros pensando que sus problemas son diferentes, cuando en realidad es mentira. En una situación límite, como en la que Buñuel coloca a sus personajes en la película, salen las más bajas miserias que poseemos todos: desde el que no tiene nada al más rico, al más poderoso. Lo básico del ser humano es exactamente igual. Y ni el poder ni nada te exime de ser lo que en el fondo todos somos: seres humanos con defectos y con miedo a perder lo que tenemos, a morir, a no existir o a no ser importante.
-Quizás esa clase media en España no llegó a existir tan realmente como algunos se piensan, o como en otros países.
Exactamente. También hay una idea de individualismo que nos venden, donde lo importante es que tú medres y llegues más arriba y tengas todas esas cosas que te van a distinguir de los que están por debajo. Por eso, todos ansiamos estar en una clase dirigente y poderosa, cuando, en cualquier caso, vas a seguir siendo quien eres. Que tengas más o menos dinero o capacidad de influir en la vida no te hace distinto a los otros. Por eso nos creemos que los problemas de un refugiado son distintos a los nuestros, y no lo son. Eso es lo que a mí más me interesa de toda esta historia. La gente nos pide que no miremos alrededor para aislarnos. En esa ceguera es donde a mí me gusta meter el dedo.
-¿Los poderosos también tienen esos miedos de los que habla?
Sin duda. No habría más que meterlos en una habitación y no dejarlos salir. Si por una razón más allá de nuestro poder nos encerraran a unos cuantos juntos, ¿tú piensas que habría mucha diferencia entre Donald Trump y yo? Creo que no. Saldría algo que nos hace iguales, y eso no cambia siendo presidente de EEUU o un sin techo en la calle.
-¿Cómo ha plasmado esa degradación de las clases?
Está en la calle. No tienes más que salir a pasear, abrir un periódico o cogerte un avión y marcharte a alguno de estos países que se suponen mega ultra adelantados. No es nada difícil.
-¿Buñuel impone? ¿Le han temblado las piernas al dirigir por primera vez en una sala grande?
Es la primera vez que dirijo por encargo. Siempre lo he hecho produciendo y eligiendo yo, con mi equipo habitual y con mi dinero. Ahora es la primera vez que trabajo para un teatro público, con dinero del contribuyente. No me he pasado ni un céntimo del contribuyente porque soy una ciudadana comprometida que quiere emplear el dinero lo mejor posible. Por ahí tiemblas un poco porque es un teatro con muchas localidades y con un reparto de veinte personas.
Y claro que te tiemblan las piernas cuando te hablan de Buñuel. Pero como si te hablan de Calderón de la Barca. Cuando abordas a un clásico o a un gigante da miedo y tienes la sensación de que te pueden caer por todas partes: por pretenciosa o por “dónde va esta, quién se ha creído”. Pero, por otro lado, estudiando a Buñuel, te das cuenta de que él se pasaba por el forro muchas cosas. Creo que nunca pretendió gustar a todo el mundo, sino ser fiel a sí mismo. Con lo cual, cuando lo piensas, dices: “Pero, ¿qué tiene de malo? Yo no opero a corazón abierto, nadie se va a morir por ver esto”. El riesgo es que salga mal y que haya gente a la que no le guste, pero eso ya lo sé de antemano. Si te puede el miedo no haces nada.
-Cuando comienza un proyecto, ¿le entra el miedo de si no gustará?
Nosotros hacemos un trabajo en el que el juicio ajeno es básico; si no tenemos quién nos mire, no tiene sentido. Yo necesito del juicio de la gente para existir, no voy a hacer teatro en mi casa. Tengo el deseo de que a la gente le interese, no ya que le guste. No hago las cosas para que gusten, sino para que creen interés y despierten preguntas en quien lo ve. Claro que te planteas si les interesará. Y tienes miedo de que no sea así, pero alguien habrá al que sí. No quiero pensar en que haya una mayoría aplastante que diga: “Esto es un horror”. Y, si es así, ¿qué le vamos a hacer? Estaba en el contrato [risas].
-Ha insistido con esta obra en mirar el presente a través de los ojos de Buñuel.
Es que él cuenta las cosas de una manera muy determinada. Creo que no hace un cine naturalista ni costumbrista ni realista. Tiene una visión muy particular. Es verosímil en su locura. Tiene coherencia, pero no es costumbrista. Es una mirada mucho más dura y arriesgada, y esa es la mirada que a mí me interesa. En el teatro no puedes hacer sólo una imitación de la vida, porque la vida siempre es mucho más interesante y loca. Es una lectura. Y los personajes de Buñuel hacen cosas muy raras. Entonces, he tenido que trabajar con los actores para lograr un lenguaje común sin costumbrismo. Hemos tenido que crear una forma de contar las cosas que sea verosímil y coherente, aunque no sea súper realista. Y a eso he apelado a los actores.
-¿Cómo de surrealista es hoy España?
[Risas] Bastante. Tengo la impresión de que ocurren cosas que no entendemos muy por qué suceden, porque salen de un lugar muy remoto de nosotros mismos, de un lugar que no es nuestra mente fría y calculadora. Salen impulsos que tienen que ver con rabias, con miedos, con fantasmas, con nuestros pequeños monstruos. Y están en los periódicos, ¿eh? Y nos preguntamos: “Pero, ¿cómo es posible que pase esto?”. España siempre ha sido un país bastante surrealista porque tenemos una fantasmagoría muy presente. Los alemanes son de otra manera, tiene su mundo monstruoso más ordenado y guardadito. Nosotros quizás convivimos con nuestros monstruos con más facilidad que en otros países. Creo que Buñuel, de alguna manera, lo sabía.
-Pide a los actores y actrices de esta obra que rebusquen en sus fantasmas y en sus torturas. ¿En todo drama siempre es necesario acudir a eso?
Creo que sí, que no es malo. Es una buena cantera de la que sacar material y de la que no muchas veces tiramos. A veces, somos muy intelectuales porque lo que no controlamos emocionalmente nos da miedo. Entonces, al actor le viene muy bien acudir a esa fuente que no es la analítica, a todo eso que tienes ahí guardado y que no quieres verlo. Está bien hurgar ahí, sobre todo en lo que te hace frágil. Eso nos cuesta mucho mirarlo.
-¿Qué hace bueno o buena a un actor o actriz?
Su capacidad de riesgo, el impudor. Nosotros, los actores, tenemos, de alguna manera, la obligación de hacer lo que al ser humano le cuesta hacer en su vida diaria: mirar hacia adentro, ponerte en situación de riesgo.
-Su vocación de actriz viene desde la más tierna infancia, cuando jugaba con su hermana a imaginar y hacer personajes.
Sí, pero yo no sabía que entonces hacía teatro. En esta película, en esta historia, no hay una razón física que impida a nadie salir de esa habitación. Trabajar con eso es muy difícil porque es muy poco real. Cualquier persona o cualquier actor lógico diría: “Pero si no hay puerta, pueden salir”. Cualquier actor tonto diría: “Yo no puedo interpretar este personaje porque la situación no es real”. Ser actor es jugar a muerte una cosa que aparentemente es imposible. Y eso yo lo he vivido desde niña jugando y los niños lo hacen. Son Lara Croft y dos segundos después se van a dormir y no pasa nada. Juegan a muerte sin pudor. Yo eso lo hacía y no sabía que estaba haciendo teatro.
-Quiso ser azafata, periodista o cantante antes de dedicarse al teatro. Al final, de alguna manera, la actuación le da la oportunidad de ser quien quiera ser.
Exactamente. No es porque descubriera que siendo actriz yo podía ser cualquier otra cosa. Lo que me llamó la atención es que me aportaba lo que yo andaba buscando: un trabajo que tuviera que ver con contar historias –porque me fascinaba que me las contaran y me encantaba leer-; y, por otro lado, me encantaba la comunicación, conversar, escuchar y hablar. Entonces, al principio pensé que eso era ser azafata y luego otra cosa. Y al final descubrí que con esto, hacía todo lo que me apetecía hacer.
-Cuando se pone en el papel de alguien que no tiene nada que ver consigo mismo, ¿es realmente capaz de meterse en él durante meses?
Sí, porque hay una cosa que descubres con los años: no hay un personaje que te sea completamente ajeno. Tienes algo que ver con todo lo que haya podido ser escrito a lo largo de la historia en personajes de teatro, de cine o de televisión. En menor o mayor medida. Yo he hecho personajes terroríficos, como Medea. Lo mejor y lo peor del ser humano está en cada uno de nosotros. Otra cosa es atreverse a mirarlo.
-¿También de alguien contemporáneo, como un terrorista?
No te quepa la menor duda. Sentimos rechazo hacia ciertas cosas. Yo no es que crea que eso es bueno, pero, ¿cómo no voy a tener yo violencia en mí? Otra cosa es que lo queramos admitir. Lo que pasa es que interpretando también tenemos la ventaja de que nunca vas a matar a nadie de verdad. Pero sí tienes que saber entender qué está haciendo un personaje y por qué lo hace. Y eso me hace ser más empática y tolerante con los demás en la vida real. Puedo no compartir en absoluto a un violento, pero le entiendo. Probablemente yo tenga la violencia en menor medida que un terrorista, pero no me cabe ninguna duda de que la tengo.
-Es de las pocas actrices en España que su apellido viene precedido por “La”. Esto no sucede con los hombres. ¿Por qué cree que se produce? ¿Es una especie de reivindicación feminista?
Esto me lo han puesto, yo no lo hice [risas]. Voy a analizar el por qué creo que es así, no digo que yo lo piense. Cuando yo llamo a alguien “La” es porque entiendo que es una figura necesaria, que su trabajo es indispensable. Tiene su lugar y su sitio. A mí, en ese sentido, me hace sentir muy feliz. Es un honor insospechado. Y es verdad que sólo se hace con las mujeres. A los hombres, si acaso, se les nombra por el apellido. Es Sacristán, o Luppi (que en paz descanse) o López Vázquez, por ejemplo. No sé si es reivindicar el lugar de la mujer.
-¿Usted a quién llama “La”?
A La Espert, por ejemplo. O a La Maura.
-Los papeles, las cuotas, las ayudas, la representación, los sueldos, los premios... ¿Cómo se vence al machismo en el cine español?
Creo que está ocurriendo. Y es necesario que ocurra. Hay ahora una especie de sensación como de saturación. Ahora todo es: “Uy, cuidado que tal”. Pero es que hay que hacerlo para que dejen de ser normales ciertas cosas que son absolutamente injustas. Probablemente, dentro de un tiempo asumamos como normal que no existan esas diferencias. Pero es que hay que hacer ese ruido, hay que decir “yo también”, hay que decir “yo cobro menos”. Hay que denunciar ciertas cosas porque vivimos en inferioridad de condiciones.
-¿Se romperán esas barreras en el cine y en el teatro en España?
Creo que deberíamos ser valientes y conseguirlo. Sé que en nuestro país también funcionan estas cosas: hay poquísimas directoras frente a directores, poquísimas mujeres guionistas frente a hombres guionistas y diferencias salariales y de trato. Yo dirijo a un amplio grupo de personas en el que el noventa por ciento son hombres. Y no es fácil. Ni para mí ni para algunos de ellos.
-Ahora están saliendo a la luz toda clase de abusos en el mundo de la cultura durante décadas. Eduardo Noriega comentaba hace poco: "Todos hemos sido cómplices".
Es verdad. Muchos actores saben que están cobrando por encima de una actriz. Somos cómplices de eso. Yo también he sufrido desigualdad y muchas más cosas. Y hay que decirlo. Y siempre que no lo hagamos, es ser cómplice. Por omisión también se delinque.
-¿Qué muchas más cosas?
El poder detentado por los hombres. Esto es así de claro. El “porque lo digo yo que soy hombre y tú eres mujer y no te escucho”. Lo he vivido constantemente y yo no me daba cuenta. No eres consciente porque está instalado. Pero creo que, afortunadamente, parece que los tiempos están cambiando. No sé si veré el cambio, pero estamos en ello. El camino es largo, pero vamos poquito a poco.
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