Es razonable que a usted no se le ocurra ninguna similitud entre María del Monte y Miguel Ríos más allá de que los dos cantan y son andaluces. Sin embargo, si escuchamos con atención a nuestro rockero más longevo, oímos cosas como 'he conseguido que me quieran hasta el final'. ¿No es una declaración digna de nuestras mejores folclóricas?
Ríos, que actúa el jueves en Barcelona y el fin de semana en Madrid, se despide de los escenarios enarbolando un rock, el suyo, que tiene sus peculiaridades. Una de ellas, el rock como servicio social. 'El rock sigue teniendo esa vocación de aliarse con los más débiles, con la gente que necesita ser escuchada. Yo dejo los escenarios, pero seguiré cantando al servicio de la solidaridad cuando se me solicite', explicó ayer el cantante en la sede de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC).
El granadino recordó los inicios de aquel Mike Ríos al que llamaron ‘Mike' sin que él lo supiera: 'Primero trabajé para comer, luego para ligar y luego para que la gente me quisiera. Mi carrera ha transcurrido entre los malolientes primeros años sesenta y un presente regalado por la gente que me sigue, mis mecenas, que me han permitido vivir esta vida que nunca imaginé. Ahora puedo decir que no me equivoqué, escogí el camino correcto'.
Dice Ríos que lo deja porque su disciplina le supera: ya no le va lo de dar saltos sobre un escenario. 'No soy un cantautor. Si hubiera sido mejor músico de lo que soy, podría tocar sentado, como B.B. King. Pero hay mucha vida después del escenario. Ahora quiero concentrarme en la relación con las cosas más pequeñas. Con 15.000 personas delante me encuentro bien, pero es el momento de disfrutar de las relaciones más próximas', afirmó.
El rock contribuyó a la modernización de España, según él, que se metió en el oficio influenciado por Elvis y los bluesman norteamericanos. Lo suyo fue una auténtica militancia rockera: 'Ha sido una forma de vivir mi existencia, una vida con pocas normas, las imprescindibles'.
Lejos de los caminos más tortuosos y autodestructivos del género, el rock de Miguel Ríos derivó por sendas solidarias. 'Escribí ‘El caballo' porque vi que la gente de mi generación consumía heroína sin saber lo que se paga a cambio. Mucha gente se me acercaba por la calle y me decía que les había ayudado, y eso es escalofriante', reconoció.
Sigue defendiendo y encarnando la máxima del ‘Viejo rockero nunca muere': 'Veo a mis amigos del colegio y parecen unos abuelos, porque han llevado una vida sin riesgos. El riesgo es el botox del alma y yo he corrido muchos, especialmente psíquicos. Los músicos tenemos inestabilidad psíquica y necesitamos el reconocimiento. Sacamos los discos acojonados, por si a la gente no les gustan'.
El próximo año girará por Latinoamérica y punto y final. Él se va, el rock se queda. ¿Para qué? 'A los biempensantes siempre les jode el rock'. Será para eso.
Encuentro digital de Miguel Ríos con los lectores de Público.es
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