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Beckett antes de Beckett

Tusquets publica la primera novela del Nobel, 'Sueño con mujeres que ni fu ni fa', inédita en castellano

PEIO H. RIAÑO

Antes de Beckett, Beckett era Joyce. Antes de la mesura, la contención y la tensión entre una gran desesperanza y la voluntad de vivir en un mundo incomprensible, Samuel Beckett (Dublín, 1906 - París, 1989) era vibrante, excesivo, extravagante.

Antes de que llegara Godot, el escritor irlandés que escribía en francés vivió el final de las vanguardias en París, tomando partido con sus experimentos juveniles en una novela absolutamente alocada, inexplicable y divertida: Sueño con mujeres que ni fu ni fa, escrita en 1932, con 26 años, bajo los reflejos de su maestro y mentor, de su modelo de inspiración, James Joyce, a quien asistiría durante la creación de Finnegans Wake (publicada en 1939, dos años antes de la muerte de Joyce) y con quien establecería un vínculo familiar tras formar pareja con su hija.

Escribió el libro con 26 años, inspirado por su maestro, James Joyce

Precisamente, Lucia Joyce es una de las mujeres que aparecen retratadas en esta novela, camuflada bajo el sobrenombre de 'la Syra-Cusa'. Para que el lector vaya haciéndose una idea de las turbulentas relaciones de su protagonista Belacqua la voz de un Beckett rencoroso, dispuesto a lo que fuera para vengarse de su incapacidad para entenderse con el sexo opuesto, va la primera descripción de este personaje femenino: 'Tenía el cuello delgado y la cabeza nula. Faciem, Phoebe, cacantis habes. Tenía cierta propensión, cuando la sacaban a cenar fuera, a vomitar, pero lo hacía con decoro, en su servilleta, porque, eso creía, los antojos de sus entrañas nada tenían que ver con la comida o la bebida'.

La cita en latín incluida en este fragmento es otra de las perversiones experimentales con las que Beckett castiga al lector, que dispara, cuando le parece oportuno, con expresiones en otros idiomas. En este caso, el giro intelectual que añade el escritor es un fragmento de un epigrama de Marcial que podría traducirse como 'Tienes cara, Febo, de cagar duro' o 'Tienes cara de estreñido'. Una joyita resentida.

Sufrió tal rechazo editorial que dio orden de ignorarlo hasta su muerte

A pocos les extrañará, por tanto, que la pobre Lucia saliera diagnosticada con esquizofrenia de aquella particular relación con Samuel Beckett. Al parecer, ella, perdidamente enamorada del ayudante de su padre, no había entendido que el motivo de sus visitas a la casa de los Joyce, era James. Esto sumió a la joven en la desesperación y los vínculos de Samuel Beckett con el maestro se rompieron. Al menos durante un año.

Sea como fuere, Sueño con mujeres que ni fu ni fa fue el primer intento novelístico de Beckett y sufrió tal rechazo editorial, que, después de acumular las suficientes bofetadas, enterró el manuscrito en lo más profundo del cajón de los olvidos y dio orden de ignorarlo hasta después de su muerte. De hecho, se publicó en 1992.

«Su escritura tomó un rumbo menos exuberante y más austero»

'Siguió escribiendo otras cosas y su escritura tomó un rumbo muy distinto, menos exuberante, más austero y sobrio, más simbólico también', explica José Francisco Fernández, traductor junto al fallecido Miguel Martínez-Lage de la primera versión al castellano de esta obra, que publicará la semana que viene la editorial Tusquets.

'Se distanció de su primer periodo, tanto que se le hizo impensable volver atrás y Sueño con mujeres que ni fu ni fa quedó como parte de su proceso de aprendizaje. Nunca la dio a conocer. Además, reflejaba muchos aspectos autobiográficos: era demasiado personal y Beckett en su obra de madurez nunca habla de sí mismo', añade el profesor de Filología Inglesa en la Universidad de Almería, que desde el año 2005 se ha dedicado a investigar este escrito.

El poeta irlandés Anthony Cronin también subraya ese marcado carácter autobiográfico, pero con un tacto más incisivo y crudo. Comenta en la biografía sobre Beckett, que el próximo marzo publicará la editorial La Uña Rota, que Sueño con mujeres que ni fu ni fa trata sobre la escisión entre lo ideal y lo real. 'Una escisión que se había ahondado con las prácticas masturbatorias y que se reconocería y hallaría símbolo en la ocasional recurrencia a las prostitutas', explica sin ambages.

Además, reconoce en las locuciones joyceanas de su prosa 'una feroz honestidad al respecto'. Cronin apunta a algunas de las primeras páginas en las que se hace hincapié en que Belacqua se 'enamora' sólo 'de la cintura para arriba': 'De hecho, se afirma que esta es la única clase de amor que existe, y se distingue por aquello que los poetas trovadorescos más valoraban: el aguijonazo, el dolor amoroso de la separación'.

Por ponerlo entre comillas del propio Samuel Beckett, extraídas de la novela: 'Como era de esperar, en cuestión de segundos se le iba a subir encima, alegre y rolliza, joven y lujuriosa, una virgen lasciva y petulante, una yegua generosa relinchando por un gran caballo, dando alaridos por un gran semental, y pondría a su entera disposición los grandes cántaros de sus tetas. Ella no podía contenerse. Nadie podía contenerse'.

En el posfacio, los traductores son incapaces de ocultar su convencimiento: este es 'su texto más personal e íntimo'. En esa intimidad, Beckett descubre que aquello no liga, que esa no es su salsa. Quizás por eso decidió incluir pasajes sobre su incipiente proyecto literario: 'La experiencia del lector tendrá lugar entre las frases, en el silencio, le será comunicada en los intervalos, no en los términos del enunciado', avisa sobre la desnudez de la palabra, que germinará años más tarde.

Y se disfrazó de nihilista para revenarlo todo. Volvió del revés la tradición de la novela europea, fatigada a sus 300 años de antigüedad, y se atrevió con sus antepasados: 'Leer a Balzac es como obtener la impresión de un universo cloroformizado', dice el narrador.

Por eso, los traductores avisan de que 'el lector debe iniciar su travesía sin expectativas de coherencia de ningún tipo, consciente de que está enfrentándose a (y, de forma extraña, disfrutando de) un texto único, un experimento de ruptura narrativa como muy pocas veces se ha intentado en la literatura contemporánea'.

En ese sentido, Ana Estevan, editora en Tusquets, aclara que el lector encontrará en Sueño con mujeres que ni fu ni fa 'una modernidad completamente distinta de la que ofrecen otras obras suyas'. Carlos Rod, editor de La Uña Rota, apunta que estamos ante un Samuel Beckett 'vigoroso'. Cree que si el libro ha permanecido hasta el momento sin versión al castellano es porque los traductores se han visto disuadidos debido a su complicación. 'Es un libro para los muy beckettianos, muy borrachos', dice irónico.

Sin embargo, Juan José Fernández opina que esta ausencia se debe a que 'Beckett en España sigue siendo un desconocido'. 'La mayoría de sus obras están descatalogadas o no se han vuelto a editar desde los setenta. El conocimiento que se tiene de él es muy parcial e inexacto, por tanto no había demanda de más textos suyos', explica el traductor, que reconoce haber dedicado a esta tarea un año.

La lectura en una montaña rusa oculta el argumento entre las disquisiciones del narrador, que se 'aturulla en párrafos enrevesados de los que no sabe cómo salir', como se apunta en el posfacio. El propio Anthony Cronin habla de una novela con 'indicios de genialidad' en su sinceridad, alaba la perspicacia y la elocuencia, pero también le pone faltas: 'Contiene pasajes de un estilo completamente confuso, embarullado y oscuro. El tono de la voz narrativa es vergonzosamente inapro-piado, a un tiempo zalamero, chulesco y aspirante al Olimpo. Cuando más adelante el autor de Esperando a Godot (1952) tachó Sueño con mujeres que ni fu ni fa de inmaduro e indigno', se limitó a decir la verdad'.

Pero cómo faltaría a la verdad quien hizo de la derrota una virtud. 'Ser artista es atreverse a fracasar como nadie más se atreve a ello', dejó por testamento. Quizá no cumplió con los méritos literarios, pero Samuel Beckett mostró temperamento, intelecto y talento. Cómo no arriesgarse a naufragar con una primera novela tormentosa y fascinante, para dejar paso al escritor que quiso ser y que, a su pesar, acabó ganando el Premio Nobel de Literatura de 1969.

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