Las montañas de Wyoming (Estados Unidos), explica la escritora Annie Proulx, es uno de esos lugares inhóspitos donde la vida se hace difícil. El halo de inquietante calma que envuelve sus parajes sumado a ese frío aterrador que encoge los huesos hasta del más aguerrido no es, quizás, el escenario ideal para relatar una historia de amor, mucho menos entre dos hombres, y muchísimo menos en los años sesenta. Pero el 13 de octubre de 1997 The New Yorker publicó Brokeback Mountain, un relato de no más de cincuenta páginas que causó gran revuelo en la sociedad norteamericana. Siete años después, el director Ang Lee, llevaría esta historia de pasiones imposibles entre dos vaqueros al cine. El resultado: tres Oscar, entre ellos a la mejor dirección. Ahora le toca el turno a su adaptación operística, en un trabajo conjunto del compositor norteamericano Charles Wuorinen y la misma Proulx. El próximo 28 de enero, el Teatro Real de Madrid acogerá su estreno mundial, poniendo fin a un proyecto que empezó hace tres años.
Quizás no sea casualidad que Brokeback Mountain comparta cartel con la obra de Wagner Tristán e Isolda, que se representa hasta el próximo 8 de febrero. Las dos guardan cierto paralelismo en la temática: dos amores imposibles sometidos al juicio de la sociedad. La diferencia es que en una los protagonistas son de distintos géneros y en la otra del mismo. Ese nimio detalle implica dos cosas: la primera, que pese al paso del tiempo, los grandes dramas siguen siendo los mismos, y la segunda, que lo único que cambian son los protagonistas. El suizo Titus Engel, director musical de la obra, comentó el pasado jueves, en un encuentro con el público en el que también participaron Annie Proulx, Charles Wuorienn y el director escénico belga Ivo Van Hove, que es innegable que esta ópera tenga 'un gran papel social', e hizo alusión a la actualidad de países como Rusia o Francia, donde el tema de la homosexualidad se encuentra en pleno debate.
El propio Wuorinen comentó, en una entrevista a AFP hace pocos días, que no trataba de contar la historia de un 'amor gay, sino de una relación'. En el encuentro con el público explicó que 'la historia aglutina esa temática (el de las relaciones amorosas) que se trata en muchas óperas pero de una forma anticuada que no es interesante. Ésta es una manera contemporánea de abordar el asunto'. No en vano, estamos asistiendo a un proceso de modernización del género. Ejemplo de ello es la adaptación de L'elisir d'amore (1831), de Gaetano Donizetti por Damiano Michieletto en la que convirtió la historia original en un amor veraniego de playa. Se representó en el Teatro Real, hasta el 20 de diciembre.
En la adaptación operística de Brokeback Mountain, Ivo Van Hove divide la obra en tres escenas. La primera se desarrolla en los parajes abruptos de Wyoming, donde los protagonistas descubren su amor. Engel destaca en esta primera toma 'el sonido de la montaña, agreste, frío, poco favorable para la vida'. La historia se desarrolla entre 'maravillosos duetos de amor que se terminan abruptamente porque Jack, representado por el tenor californiano Tom Randle, no sabe expresar sus sentimientos'. La autora explica que este personaje, pese a su condición homosexual es 'muy homófobo e incapaz de aceptar lo que es'. En suma, ambos son dos 'jóvenes con poca educación que se enamoraron en contra de su voluntad'.
Y con ese amor imprevisto la historia llega a la segunda escena. En ella el escenario se divide en dos, de forma que el espectador puede ver en tiempo real la vida en pareja de ambos. Los dos llevan una vida desgraciada y están atrapados en un matrimonio que no desean. Ocultan sus verdaderos sentimientos al tiempo que se gestan los acontecimientos que llevan a la pareja al irremediable desastre que se avecina: el asesinato de Jack.
Su director califica el montaje de la obra de 'interesante pero aterrador'Tras su muerte, Ennis, interpretado por el bajo-barítono canadiense Daniel Okulitch, decide visitar a sus padres. 'En este momento la escenografía se aleja del realismo y podemos decir que nos adentramos más en lo poético', explica Van hove. Entonces comienza el tercer y último acto. Una escena cargada de simbolismo para finalizar esta historia de trasfondo universal. Un viaje que su director de escena ha definido como 'interesante pero aterrador' por lo arriesgado de crear un montaje desde cero: 'si uno va a ver a Mozart hay música que ya se ha hecho antes. Aquí primero hubo un libreto, después una partitura y todo desde cero, sin ninguna referencia'. A partir de este martes veremos si la ópera repetirá el éxito obtenido en su anterior adaptación cinematográfica y en la publicación original.
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