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MADRID.- Amar, beber y cantar. El título de la última película que hizo Alain Resnais, uno de los gigantes del cine, es toda una declaración de intenciones. Disfrazado de puro hedonismo, el cineasta –nonagenario cuando rodó este filme- escribió aquí un epitafio a medida de toda su obra. De aparente ligereza y cierta frivolidad, la película –que se estrena ahora en España, un año y medio después de su desaparición- es un juego de emociones profundas, donde el artista insiste en ‘sus’ obsesiones, en la memoria, la muerte, el amor… y en la vida como un teatro.
Protagonizada por los cómicos de su troupe –Resnais repetía con los intérpretes con los que le gustaba estar, como Sabine Azéma o André Dussollier-, la película es la última hazaña de un gran explorador del cine. “Se ha pasado la vida buscando y encontrando. Está vivo”, dijo Gilles Jacob, presidente de honor de Cannes, a su muerte.
Cómicos en la campiña inglesa
Ambientada en la campiña inglesa y con un juego de ilustraciones y de decorados teatrales, es la historia de la transformación de tres parejas a lo largo de tres estaciones del año. Cómicos de una obra de teatro con el grupo de aficionados de la zona, todo su mundo cambia por el comportamiento de uno de ellos, George, el protagonista que nunca aparece en pantalla.
Amar, beber y cantar termina con un entierro anunciado desde el principio. No es casualidad. Alain Resnais, que dejó muy claro hace tres años en el Festival de Cannes que no había hecho su penúltimo largometraje, Vous n'avez encore rien vu, pensando en él como en un testamento, sí debió concebir éste como tal. Con él remata la última etapa de una trayectoria irrepetible e inclasificable, un último periodo de una engañosa levedad formal, un tono supuestamente menor para encerrar en él todo su universo.
Por un caramelo la pie qui chante
Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional y Premio Alfred Bauer (reconoce la innovación en el cine) en el Festival de Berlín, la película es el adiós definitivo de un artista, considerado parte de la nouvelle vague, que investigó diferentes caminos en su cine. Aficionado a éste desde la infancia, Resnais contaba que comenzó “a jugar con el cine” por un caramelo La Pie Qui Chante. Con la golosina se regalaban cinco fotogramas de una película y con 50 centavos se podía comprar una caja de cartón con una lente para verla. “Así, después de un centenar de caramelos, llegué a tener 500 imágenes y me entretuve reconstruyendo la película”.
El perfecto inicio para un montador que después devino en guionista y director. Un cineasta que con sus primeros cortometrajes ya mostró sus cartas. En 1956, en Noche y niebla, comenzó un vínculo profesional con la literatura que mantendría posteriormente y le llevaría a trabajar con grandes autores. Fue también el inicio de su época más política. El poeta Jean Cayrol, que estuvo prisionero en un campo de concentración, fue su primer cómplice. Con él firmó aquel cortometraje documental en el que, en lugar de mostrar los horrores del Holocausto, apostó por denunciar el modo en que se mantuvo invisible el exterminio, las deportaciones realizadas casi en secreto, el silencio del pueblo alemán sobre lo que ocurría…
Una memoria política
Con Alain Robbe-Grillet, Marguerite Duras, Jorge Semprún… construyó desde el cine una memoria política. Con ellos habló de la bomba atómica, de la guerra y las torturas en Argelia, de la guerra en España… Y sobre sus textos creó películas formalmente revolucionarias que llegó incluso a envidiar el otro gran experimentador del cine de la época, Jean-Luc Godard.
El primer largometraje de Resnais, Hiroshima, mon amour (1959), rompió con la narración lineal y abrió un camino desconocido y apasionante. Ese año, con el estreno de aquella película y de Los 400 golpes, de François Truffaut, cambió el cine.
Muy interesado en la cultura popular –una tendencia que se aprecia especialmente a partir de los setenta-, Alain Resnais evolucionó finalmente hacia esa ilusoria ligereza que jamás envolvió ninguna insignificancia.
La provocadora y sorprendente El año pasado en Marienbad (1961, León de Oro en Venecia), Muriel (1963), la comprometida La guerra ha terminado (1966), Mi tío de América (1980), Mélo (1986), Smoking / No Smoking (1993), donde revelaba cómo un simple gesto podía cambiar la vida; la exitosa On connait la Chanson (1997), en la que la actriz de pronto cantaba con voz masculina y al contrario; Asuntos privados en lugares públicos (2006), Las malas hierbas (2009), recompensada con el Premio Excepcional del Jurado de Cannes… son solo algunos títulos de un maestro que no mostró nunca tener conciencia de serlo.
“Nunca fui un intelectual”, declaró al diario Clarín cuando estaba a punto de cumplir 90 años. “A mí lo que más me disgusta son las normas –aseguró entonces-. Felizmente liberado de la presión de competir, soy libre de jugar con lo que Orson Welles denominaba el tren eléctrico más grande del mundo”.
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