Ni torero, ni futbolista, ni abogado, ni secretario de Estado que lo fue. Ni siquiera presidente del G-14 (el lobby de las 14 grandes promotoras inmobiliarias, su actual cargo). Cuando era pequeño, Pedro Pérez quería ser chófer. Y lo aclara con una batería de argumentos: Que si corrían los años cincuenta en Málaga. Que si lo niños miraban fascinados el paso de los pocos vehículos de cuatro ruedas. Que si era la manera más fácil de acceder entonces a un vehículo...
Pero la razón de peso era mucho más íntima: a Pedrito le aburrían mortalmente las tareas escolares. '¿Qué mejor manera de no seguir estudiando que conseguir un trabajo de chófer? Sólo tenía ventajas: no necesitabas estudios, trabajabas en la calle y encima, al contrario que los camareros, lo hacías sentado', dice.
Vaya, vaya, con un estudiante perezoso hemos topado. 'Mi hermano mayor era un empollón, la referencia familiar, pero a mí no me gustaban nada las clases. Ir al colegio era una tarea penosa'. ¿Habrá que atizarle al pequeño Pérez con la regla en los dedos? No nos precipitemos: en lugar de dedicarse a apedrear gatos en descampados o tirar petardos al paso de los padres maristas como haría cualquier colegial remolón con un mínimo de credibilidad Pérez hizo de tripas corazón y acabó, con la fe del converso, sacándose del tirón el bachiller, la carrera y las oposiciones a economista del Estado, que se dice pronto. 'En mi caso se podría aplicar aquello de: no quieres taza, pues toma taza y media de estudio. Las oposiciones son una cuestión de método y culo de hierro', cuenta con entusiasmo de funcionario.
Pero si lo que usted quiere es lograr que a Pedro Pérez se le iluminen los ojillos es mejor preguntarle por sus veraneos infantiles. Pérez entra entonces en una especie de trance melancólico y se pone a rememorar anécdotas en un tono lírico que recuerda a la voz en off infantil de Cuéntame cómo paso. 'La frustración aparecía con la llegada de la primavera: te veías obligado a ir al colegio, aunque estabas mucho mejor jugando a la pelota en la calle', dice, provocando en el oyente una sensación de irrealidad que no desaparece precisamente cuando menta los apellidos de los que serían sus futuros jefes en el ministerio de Economía: Fuentes Quintana, Abril Martorell, Solchaga y Boyer, nombres que parecen sacados de un NO-DO de la democracia.
Tras ocupar todas las subsecretarías, direcciones, y secretarias de Estado posibles en el ministerio de las pesetas y presidir la estatal Tabacalera, dio el salto al sector privado 'forzado por las circunstancias': tras el cambio de ciclo político [el PP ganó las elecciones generales en marzo de 1996] su solicitud de reincorporación al funcionariado del Ministerio de Economía recibió la callada por respuesta. 'No me quejo de cómo me ha ido en la empresa privada, pero en mi caso no fue premeditado'.
En septiembre de 1996, el antiguo funcionario solicitó la excedencia del servicio público. La empresa privada estaba cada vez más cerca. Pero, ay, en noviembre de ese año Pedro Pérez cayó fulminado por un infarto de miocardio...
Aunque un discípulo de los honorables Karl Marx y Sigmund Freud podría perpetrar una teoría sobre lo mal que digirió el metabolismo del funcionario público su paso a la jungla privada, el interesado asegura que no se trató de un problema de mala conciencia sino de 'estrés' y 'tensión alta': 'No manejaba bien el estrés. Me di cuenta de qué tenía que aprender a controlar las emociones, a hacer algo que es fácil de decir pero difícil de llevar a la práctica: relativizar las cosas', razona cual guerrero zen.
Así que Pérez abandonó entonces los despachos para dedicarse en cuerpo y alma al yoga, la meditación trascendental y las terapias de relajación en grupo. Siempre que uno considere, claro, que, dedicarse profesionalmente a mejorar la imagen de las grandes inmobiliarias españolas es una nueva rama del budismo. Con la que está cayendo, estar al frente del G-14debe requerir, como mínimo, de dosis de budismo tibetano. ¿O no?
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