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SpaceX Elon Musk, un vaquero temerario en el espacio sin ley

Un satélite europeo, a punto de chocar con otro de la megaconstelación del fundador de Tesla, criticada también por los astrónomos.

Elon Musk charla con astronautas de la NASA antes del lanzamiento de un cohete no tripulado de Space X./NASA

MALEN RUIZ DE ELVIRA

Un error en su sistema de comunicación interno es lo que alega SpaceX para explicar por qué sus técnicos no respondieron a la petición de mover uno de sus pequeños satélites cuando así se lo pidió la Agencia Europea del Espacio (ESA) porque estaba a punto de chocar con otro suyo mucho mayor, el Aeolus. Una explicación nada tranquilizadora sobre un incidente que ha puesto de relieve el gran problema al que se enfrenta la región inferior del espacio, en la que ya abunda la basura espacial y a la que pueden llegar en los próximos años miles de satélites más si nadie pone remedio. SpaceX es propiedad de Elon Musk, el polémico fundador de Tesla.

Ante la emergencia planteada, fueron los técnicos de la ESA los que movieron ficha, encendiendo los motores de Aeolus (lanzado para observar los vientos, aerosoles y nubes en la atmósfera terrestre) para quitarlo de en medio. Esto sucedió el domingo 1 de septiembre.

El problema es que el pequeño satélite de SpaceX es uno de los 60 que la empresa de Musk lanzó hace unos meses para proporcionar en un futuro servicios de Internet en cualquier lugar del mundo a través de la megaconstelación Starlink que constará, si nada lo impide, de 12.000 unidades. Hasta ahora se han lanzado al espacio en toda la historia unos 9.000 satélites, de los que solo unos 2.000 están operativos, mientras que muchos otros forman parte de la basura espacial.

Aunque sea el polémico Musk el que tenga, como en sus otros negocios, los planes más ambiciosos, el hecho es que sus satélites obtienen la licencia para su puesta en órbita del Gobierno de Estados Unidos, sin que hasta ahora se hayan siquiera iniciado conversaciones internacionales para regular lo que sucede sobre nuestras cabezas.

Por su parte, los astrónomos han puesto el grito en el cielo ante los planes de Musk y otros varios empresarios. Los satélites brillan y pueden en un futuro dificultar la observación del Universo. La Sociedad Americana de Astronomía (AAS) se ha mostrado muy preocupada por lo que podría pasar si llegan a hacerse realidad estas megaconstelaciones y ha intentado negociar con SpaceX. “Se pueden dificultar significativamente las observaciones en los rangos óptico e infrarrojo, contaminar las observaciones de radioastronomía y los satélites pueden chocar con los telescopios espaciales”, señala.

“No existen las normas en el espacio” reconoce Holger Krag, director de Seguridad Espacial en la ESA. “Este ejemplo muestra que a falta de reglas de tráfico y protocolos de comunicaciones, evitar las colisiones depende completamente del pragmatismo de los operadores implicados”. El que Aeolus estuviera en órbita antes que el satélite de SpaceX no implica que hubiera que mover el segundo y así lo reconoce la ESA. “Nadie ha tenido la culpa, pero este ejemplo muestra la necesidad urgente del control del tráfico espacial, con más automatismo”, afirma Krag.

Lo de que nadie tuvo la culpa es una apreciación discutible y más bien diplomática, sin embargo. La secuencia de hechos dada a conocer por la ESA y no refutada por SpaceX muestra que esta última se negó a mover su satélite cuando fue avisada en primer lugar por la agencia espacial europea. Días más tarde, ni siquiera contestó a la última comunicación. También es verdad que la negociación entre operadores es un proceso arcaico, ya que se produce por correo electrónico, lo que la ESA cree que ya no es viable con el aumento del tráfico espacial. Además el movimiento de los satélites se hace caso a caso manualmente.

SpaceX ha explicado días después de hacerse público el incidente que en un principio no vio la necesidad de maniobrar porque la probabilidad de choque era baja, y que cuando ésta aumentó, según los datos proporcionados por la Fuerza Aérea de Estados Unidos, su operador no llegó a enterarse por un error. “Estamos investigando el tema y tomaremos las medidas correctoras oportunas”, termina su comunicado.

Sin embargo, y esto supone un gran problema, muchos en el sector espacial no se creen que se puedan mover estos pequeños satélites y desconfían de una empresa que no tiene experiencia en el sector. Cuando se anunció la megaconstelación Starlink, SpaceX aseguró que sus satélites disponen de un sistema automático para evitar los choques con otros objetos presentes en la órbita baja de la Tierra, pero eso está por ver. Tampoco se sabe si se podrán dejar caer para quemarse en la atmósfera cuando se estropeen o se termine su vida útil, como pretende la ONU.

Cualquier colisión en órbita no solo destruiría satélites posiblemente muy caros y grandes sino que aumentaría en gran medida la cantidad, ya muy preocupante, de basura espacial. La ESA tira de pragmatismo y aboga por un programa de estimación del riesgo y mitigación de los daños que automatice el proceso de evitar choques utilizando la inteligencia artificial. Un programa al que tendrían que sumarse, sin embargo, todos los operadores de satélites para que fuera verdaderamente eficaz. Mientras tanto, Musk, como vaquero temerario en el espacio sin ley, está dando un mensaje de irresponsabilidad que la comunidad espacial deplora pero frente al que tampoco toma medidas, al menos públicamente. Ya lo hizo al mandar al espacio un automóvil Tesla, más basura espacial al fin y al cabo.

Es curioso, finalmente, que sea Estados Unidos el país que, a través de su Fuerza Aérea, vigila la situación de todos los satélites y alerta con tiempo ante posibles colisiones a todos los operadores del mundo. Al mismo tiempo, su Comisión Federal de Comunicaciones aprueba planes de megaconstelaciones que aumentarán mucho la probabilidad de que se produzcan estas colisiones sin esperar a que exista una solución.

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