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Florece en primavera, con unas grandes flores blancas, a veces rosas, llamativas y olorosas. Pero, además, resulta que la calidad de su madera es excelente para resistir en la intemperie espacial. Por eso, el magnolio será el material empleado en la construcción del LignoSat, el primer satélite ecológico de la historia.
Para tomar esta decisión, la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA), la Universidad de Kioto y la NASA, pusieron antes a prueba distintos tipos de madera en la Estación Espacial Internacional. La que mejor resistió fue la de magnolio. Después de 10 meses expuesto a intensos rayos cósmicos, cambios significativos de temperatura y partículas solares, no se había deformado, ni se había podrido, ni quemado, ni rajado.
En la actualidad, los investigadores están manos a la obra, ultimando la construcción del artefacto, que tendrá el tamaño de una naranja grande y será biodegradable, duradero, ligero y mucho más barato que los satélites tradicionales.
Se pondrá en órbita este verano, con la misión científica de medir el comportamiento de la madera en función de distintas variables. El proyecto pretende, con estos datos, poder ir diseñando aparatos cada vez más resistentes, sofisticados... y sostenibles.
Reducir el aluminio tóxico en la atmósfera
Más importante aún: el LignoSat no soltará partículas de aluminio al acabar su vida útil. Esto último es lo que hacen los satélites que reentran en la atmósfera terrestre hasta el momento.
Los miles de aparatos de órbita baja (LEO, por sus siglas en inglés), que circulan a altitudes de entre 160 y 2.000 kilómetros alrededor de la Tierra, la mayoría lanzados por los gobiernos, están fabricados con metales pesados que se queman y quedan flotando en pequeños fragmentos tóxicos para el ser humano durante décadas, según apunta Takao Doi, astronauta e ingeniero aeroespacial de la Universidad de Kioto.
Pero esto no pasará con el LignoSat: su cuerpo se transformará solo en ceniza al reentrar nuestra atmósfera.
Chatarra espacial peligrosa
Por otra parte, están los satélites comerciales, usados para telecomunicaciones o monitorización metereológica, que se encuentran a mayor altitud sobre la Tierra –unos 35.000 kilómetros– y, cuando dejan de funcionar –el promedio de vida útil es de 15 años–, se convierten en pesados zombis de metal.
Por eso, son un peligro para otras misiones y otros satélites, por el riesgo de colisiones. Sin ir más lejos, en 2023, la Estación Espacial Internacional tuvo que cambiar de posición varias veces para no estrellarse con alguno de estos escombros.
Y no deja de crecer el número de estos pedazos de basura espacial. Según la Agencia Espacial Europea (ESA), hay alrededor de 900.000 con un tamaño de entre 1 y 10 cm, y unos 34.000 más grandes de 10 cm.
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