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"El Gobierno no ha reaccionado a tiempo"

Los pescadores dudan de las ayudas de la Administración

ISABEL PIQUER

En Hopedale, se nace pescador. Hay que criarse en el entramado de pantanos que separan el Misisipi del Golfo de México, en las escasas franjas de tierra cercadas por el agua, en la agobiante humedad, en el constante hedor de las cáscaras de ostras, para apreciar y vivir en el verdor omnipresente de la marisma.

Sobre este espacio anfibio nacido de los meandros del gran río estadounidense se cierne ahora la amenaza de la marea negra y de la catástrofe económica. 'Para muchos de nosotros, las consecuencias de esto pueden ser peores que las del Katrina', dice Jerry Guidry, que se acuerda de cuando tuvo que ser evacuado antes del devastador huracán. '¿De qué vamos a vivir?', añade.

La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) ha prohibido la pesca durante diez días entre Luisiana y Florida como medida de precaución, aunque, de momento, aquí no han llegado los primeros rastros del escape petrolífero producido tras el accidente, aún no aclarado, de la plataforma petrolífera de BP Deepwater Horizon en el Golfo de México, el 20 de abril.

Guidry, que ha vivido toda su vida en un barco -'empecé con 3 años', asegura- prepara su embarcación para participar en las labores de acordonamiento de la costa. Más que enfadado parece totalmente desbordado, atónito. En esta parte de Luisiana, la gente es dura, y está acostumbrada a superar los desastres naturales, como tormentas y huracanes, pero ¿un vertido de crudo? ¿Qué posibilidades hay de sobrevivir a semejante hecatombe?

BP contrata a los trabajadores en paro para ayudar a paliar el vertido 

A la espera de lo peor, toda pequeña comunidad hace lo que puede por ayudar. Las autoridades locales y BP han contratado a las seis naves más grandes del condado de San Bernardo (en Luisiana se llaman parroquias), las que puedan recibir la embestida de las olas, para desplegar y amarrar una barrera flotante que evite que la marea negra se infiltre por los innumerables pantanos, condenándolos a la muerte ecológica. No sólo supone hacer algo cuando no se puede pescar, también es dinero. BP paga bien -aunque Jerry no quiere decir cuánto exactamente-, y ofrece contrato a los pescadores.

El centro de operaciones del condado se ha instalado donde termina la carretera y empieza la pura marisma antes de llegar al mar. Los periodistas no pueden acceder, sólo los voluntarios que participan en las operaciones. El viento, las olas y la lluvia que han azotado las costas durante todo el fin de semana han dificultado el trabajo en alta mar y muchas de las barreras se han desprendido de sus anclajes. Es tiempo perdido en una carrera contrarreloj.

La cultura individualista del bayou no ayuda. Los pescadores no están muy coordinados, lo que les vuelve aún más indefensos. 'Aquí cada uno va a lo suyo', dice Katy Hamann, cuyo marido, que está arreglando su barco, se ha quedado en paro técnico. 'Hay cofradías de pescadores de gambas o cangrejos, pero no estamos muy unidos y nadie nos informa', se lamenta. Ella también parece superada por los acontecimientos: 'Lo que ha pasado no es culpa del Gobierno federal, pero creo que no reaccionaron a tiempo, a ver ahora cómo nos ayudan'.

'Esto nos pasa cuando todavía no hemos superado el ‘Katrina''

En esta zona, la mayoría de las casas son caravanas que, por consignas gubernamentales después del Katrina, deben elevarse sobre pilares a cinco metros de altura, para evitar que las inundaciones las dejen sumergidas. Hamman mira hacia unas escaleras, suspendidas en el vacío que dejó una casa destruida hace cinco años por el huracán. 'Y esto nos pasa cuando todavía no hemos superado el Katrina', se lamenta.

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